Al preguntarle, Lidia Monzón ha tenido que mirar hacia atrás y remover un poco su memoria. Al fin, ríe y recuerda que sí, es verdad, hubo un amor de verano que le hizo pensar, equivocadamente, que estaba enamorada. "En realidad -cuenta-, el verano interrumpió un verdadero amor para dar paso a otro, simplemente adolescente, pero como tal intenso. Yo apenas tenía 17 años y él era algo mayor. Se llamaba Pedro y vivía muy cerca del chico con el que yo acababa de romper".
Escritora, emprendedora, profesora universitaria y madre de un hijo de 30 de años, esta canaria nos hace retroceder hasta mediados de la década de los ochenta. Aunque ya sonaban otras músicas, el Dúo Dinámico seguía marcando el final de verano con su eterna canción. Pedro era de esos chicos a los que le dolía la cara de ser tan guapo. Igual que al vocalista de Los Inhumanos, que por esa época ya arrasaba también con su canción 'Qué difícil es hacer el amor en un Simca 1000', número uno en las principales listas de éxitos.
En esa época, cualquier joven soñaba con una moto. La tecnología japonesa había entrado en Europa y las Yamaha empezaban a sacar los colores a la mítica Vespino. Pero Pedro, mecánico de profesión, prefería las cuatro ruedas y embelesaba a las isleñas con su llamativo coche naranja. Lidia no recuerda bien el modelo, pero el color era inolvidable. A ella al menos le robó el corazón, casi tanto como el chico, y le hacía sentir una independencia hasta entonces impensable. "Junto al coche, me viene a la memoria aquel chico malote mayor que yo y el refunfuñar de mi madre que no veía con muy buenos ojos esta relación. Eso sí, a eso de las 10 había que volver a casa", aclara.
Conserva también la imagen de alguna tarde de cine con Pedro. En aquel momento estrenaban 'Regreso al futuro', en el que Michael J. Fox encarnaba a un chico corriente que viaja al pasado, y otros títulos como ‘Pesadilla en Elm Street’, que llevaba a la pantalla los tormentos de crecer. El mito del amor romántico estaba muy presente y las revistas para adolescentes, como Super Pop, una de las publicaciones más populares, ponía mucho de su parte a la hora de reeditar la historia del príncipe azul y de la media naranja. Con una versión juvenil, la idea transmitida seguía siendo la necesidad de encontrar un hombre que diese sentido a sus vidas. No obstante, la mujer ya empezaba a tomar las riendas de su vida y Lidia, a punto de iniciar su etapa universitaria, enseguida fue consciente de que lo que deslumbraba de Pedro no era, ni de lejos, lo que quería para sí misma ni lo más conveniente.
"Fue un amor ingenuo, más bien tonto. Fíjate que, por olvidar, se me había olvidado hasta el nombre. Pero las emociones perduran cuando te obligas a echar la vista atrás", dice. Todo aquello que le llevó a Lidia a creerse enamorada lo describe el narrador ruso Iván Turguénev en ‘Primer amor’: "Fue una temporada extraña, llena de nerviosismo, un verdadero caos en el que sentimientos opuestos, pensamientos, sospechas, esperanzas, alegrías y sentimientos se arremolinaban en un torbellino”. Él lo sitúa en una noche de verano, un aposento espléndido y una fiesta maravillosa. Tal y como suele suceder con los romances que nacen en esta estación.
"Aquellos eran amores de besos castos -continúa Lidia-, pero con un torbellino de emociones. Se vivían con intensidad, sin pensar ni en el pasado, ni en el futuro. Sin preocupación. Simplemente te dejabas llevar por el placer de sentirte bien junto a esa persona. La juventud te permite disfrutar sin demasiado juicio y sin pretensiones de ninguna clase. Sientes de manera intensa y decides impulsivamente”. Para el escritor Henry
James, las palabras "tarde de verano" se convirtieron en las más hermosas. La única consigna de estos romances es el Carpe Diem (vivir aquí y ahora). Con la vuelta a la rutina, el amor se desvanece. Mientras lo vivimos funciona, pero simplemente porque es algo excepcional, con una fecha de caducidad lógica y evidente. "El amor de verano tiene ese encanto de lo efímero, aunque su recuerdo pueda durar una eternidad. Son sentimientos nuevos, agradables, y sin darte cuenta te van enseñando lo que realmente es el amor. Desde luego, en mi caso, me sirvió para ver que a quien realmente adoraba y quien me hacía sentir era justo el chico con el que acababa de romper y con el que volví una vez pasado el verano", confiesa Lidia.
El tonteo de verano se presta al fascinante revoloteo de las mariposas en el estómago, insuficiente, según la psicóloga Mila Cahue, para formar una relación de pareja. Esta experta aconseja mirarlo con deportividad e inteligencia emocional. Desde su punto de vista, forma parte de esos mitos de las parejas tóxicas que desmonta en su libro ‘Amor del bueno’ y tiene una caducidad claramente ligada al final de un viaje o unas vacaciones. "Fue bonito y eso es lo que me llevo puesto", resume y así opina también Lidia. “Sabremos si de verdad es bueno, si ha dejado un poso positivo en nuestra vida", añade Cahue. Solo en ese caso sí habrá merecido la pena cuidarlo y disfrutarlo. Por el contrario, nunca lo podremos llamar amor si nos hizo sufrir o nos causó dolor. "Sufrir y amar son cosas tan incongruentes como el agua y el aceite".
Admitamos que es oler el verano y sentir el cielo. ¿Qué tiene que nos agita de tal forma el corazón? Es curioso porque nos hacemos adultos y seguimos suspirando por un amor de verano. El 83% de los solteros abre su corazón en la época de vacaciones, según una de las encuestas que hace por estas fechas la aplicación de citas Tinder, y, de todos los días, el 28 de agosto cuenta con las mejores papeletas para tener el flechazo anhelado. Puede deberse a que el verano toca a su fin y la gente se impacienta porque no quiere quedarse sin su aventura. Digamos que es el último aviso antes de que las obligaciones y los primeros fríos nos recojan de nuevo en el hogar.
El mundo ha cambiado desde aquellos primeros romances de Lidia y los amores de verano suelen pasar sin mayor pena ni gloria, aunque se vivan con intensidad. El cerebro en estado de relajación libera una buena cantidad de endorfinas, serotonina y dopamina, un cóctel neuroquímico que facilita el deseo. Confluyen muchas circunstancias asociadas al placer, como la diversión, el relax e incluso la desnudez del cuerpo. Todo ello desencadena mayor excitación sexual e interés romántico. En la adolescencia el estallido hormonal es aún mayor y también las ganas de continuo descubrimiento en todos los ámbitos. Las relaciones se limitan a la pura atracción física y por eso no es raro, como le sucedió a Lidia, que se produzca en ellas cierta incongruencia y vaivén de emociones. Realmente se recuerdan más por primeros que por amor, aunque, naturalmente, eso es algo que se descubre pasados unos años.