Al releer una carta de amor pasado el tiempo, desempolvamos emociones y pensamientos olvidados. Laura Martínez-Belly y Maureen Dubberley cuentan cómo se han sentido al retomar en sus manos ese papel escrito a mano hace décadas. Ha habido lágrimas, sonrisas, nostalgia y, cómo no, cierto rubor al recordar con cuánta intensidad se viven las primeras pasiones. Es una reacción lógica, tal y como nos ha explicado Laura Otero Leal, psicóloga clínica y forense de Conectia Psicología, a quien hemos preguntado qué significado tiene volver a leer una carta de amor.
"Si fue escrita por nosotros -avanza la experta-, nos permitirá ver cómo hemos evolucionado, las cosas a las que dábamos importancia entonces y a las que ahora ni prestamos atención. Si nos la envió otra persona, recordaremos la experiencia vivida y la personas con la que compartimos una etapa vital. Será un momento nostálgico que hará aflorar todo lo que aportó a nuestra vida". La impresión que nos causen esas palabras variará según la marca que nos dejó esa relación. "Si aún continúa -explica Otero-, la emoción será de nostalgia. Si terminó cordial, añoraremos el momento que refleja la carta como algo positivo. Pero si acabó mal, posiblemente lo que suscite ahora sea totalmente diferente a lo que en su día significó, como rabia o incredulidad".
Lo interesante es que su autor encontró con ella el modo de expresar unos sentimientos que quizás de forma presencial no se habría atrevido o no habría sabido transmitir de forma correcta. "Escribiendo, además, nos aclaramos y organizamos esas emociones, pensamientos y sensaciones físicas, dándole un sentido global y cohesionado", indica la experta. Y como muestra, las cartas que conservan nuestras dos protagonistas, Laura y Maureen.
"Todas estas noches he soñado contigo. Me acuerdo perfectamente de tus besos y abrazos. De tus caricias, tu manera de tocarme y de mirarme. Me fascina cómo me tocas. Extraño tus manos rodando por mi cuerpo. Extraño tus palabras dulces, tu risa contagiosa. Extraño tus ojitos tiernos. Recuerdo todo lo que nos une. Te recuerdo lentamente, despacio, para que tu imagen dure horas en mi cerebro… Estoy esperando el momento en que volvamos a estar juntos, pero la espera me desespera. Solo deseo estar contigo, mientras tanto yo intentaré hacerme más fuerte porque sé que necesitarás de mi paciencia y de mi aguante. Pero a pesar de que sea fuerte y paciente, jamás podré dejar de amarte ni de desear tenerte a mi lado. Te amo".
Cuando Laura Martínez-Belly, escritora, lee esta carta que escribió en plena efervescencia del primer amor, se sonroja. Al rebuscar entre los papeles, evoca viejos tiempos y se reencuentra con vivencias y emociones ya lejanas. "Me conmueve tanta inocencia -relata. Me sentaba a escribir lo que me salía del corazón a borbotones. ¡Era un verso libre! También me arrepiento, o me avergüenzo un poco, todo sea dicho, de la insistencia con la que me empeñaba en demostrar la pureza de mi amor. Hoy, desde mis cuarenta y cinco años, leo y no puedo evitar escuchar, clara y cristalina, la voz de mi madre regañándome: 'Laura, no atosigues al muchacho'.
Porque sí, son las cartas de amor de una chiquilla insistente, testimonio, eso sí, del despertar al placer, del sinfín de emociones que me desbordaba y que lejos de lo que recomiendan en todas las películas románticas de los 90, no me importaba plasmar por escrito". Confiesa que algunas cartas las escribió sumida en las lágrimas que, abrumada, derramó cuando la distancia de un océano les separó.
Escritas a mano conserva pocas. Enseguida irrumpió el e-mail que "empujó con su inmediatez y su comodidad al sistema de correos, pero incluso escritas a máquina dedicaba siempre unos minutos de la semana para hablarle a mi amor en silencio". Aquellas cartas, además de ser su modo de decir ‘te quiero’, le sirvieron para soltar una pluma que empezaba a asomar la cabeza. "Ahora comprendo que fueron una especie de escalera hacia lo que luego se convirtió en una forma de vida, porque a mí, lo que me gustaba de verdad, de verdad, era escribir".
El amor le brindó la oportunidad de hacerlo con lírica. "Todo el drama, toda la pasión, toda esa descarga de frases manidas, que lo eran, fueron una carretera por la que dejaba circular un torrente que encontró cauce a través de las cartas, testimonio hoy de la montaña rusa a la que entonces nos subimos siendo unos chiquillos (aunque entonces nos creíamos más viejos que nuestros padres)". Después llegó la separación, él en México, ella en España. Y empezó una relación a distancia que se hizo llevadera gracias a esas cartas depositarias de ilusión. Aquí un fragmento de aquella etapa:
"¿Sabes qué otra cosa adoro de ti? Tus despertares. Tus ojos cafés reconociendo la luz del día. Tus mejillas aplastadas con la almohada. Tu boca. Esa boca que me mata y de la que no me cansaré jamás, de color rosa. Despiertas y te estiras, desperezándote, ahuyentando el sueño, pero casi nunca lo consigues y vuelves a dormir profundo. Yo te miro dormir, deseando que despiertes para poder besarte y abrazarte a voluntad, y a la vez me pregunto si sientes mi presencia, acurrucado entre mis brazos. Cómo quisiera poder dormir y despertar juntos, despertar y dormir juntos, en un ciclo inmenso de felicidad y armonía. Un beso, amor".
Cuando se cansaron de escribir cartas, decidieron casarse. "Y entonces, las cartas desaparecieron, porque el matrimonio borró de un plumazo la magia epistolar que nos mantuvo enamorados".
Maureen Dubberley escribió una carta de amor a su prometido Colin en 1961, cuando tenía 19 años. El chico, británico igual que ella, en aquellos años se encontraba en Honduras sirviendo en una operación de rescate tras el paso del huracán Hattie por el Caribe, que azotó durante seis días dejando más de 300 muertos.
La carta fue encontrada por el actor estadounidense Lee Money, de 57 años, en unos pantalones del viejo uniforme del soldado, cuando curioseaba en una tienda militar los útiles usados durante el rodaje de 'Salvar al soldado Ryan'. Al descubrirla, pensó que debía volver a su autora y tuvo la suerte de encontrarla a través de Facebook.
Maureen se quedó perpleja cuando recibió el mensaje de Lee. Era incapaz de creer lo que tenía delante. "Al principio, no reconocí mi letra. Pero llevaba el número de mi marido en el Ejército", relató a los periódicos locales, que no dudaron en reproducir la declaración de amor que contenía aquella misiva:
"Hola cariño, espero que hayas recibido mis otras cartas, mi amor, y que me extrañes tanto como yo te extraño a ti… Cariño, te quiero y siempre te querré, y espero, mi amor, que tus sentimientos hacia mí no cambien durante nuestra separación. Sé que los míos no lo harán nunca, que te amo demasiado. (…) Anoche dormí con tu foto debajo de la almohada con mi mano sobre ella y me desperté un par de veces durante la noche y la besé, ahora está frente a mí. La carta que más espero es la que diga 'Vuelvo a casa, mi amor".
Junto a su firma, millones de besos. Colin y Maureen se casaron cuando él volvió de Honduras. Vivieron 37 años juntos y tuvieron tres hijos y cuatro nietos. En 2000 él falleció a causa de un ataque al corazón. Ella reside en la localidad británica de Halesowen y, a juzgar por sus publicaciones, se divierte compartiendo en Facebook sus fiestas privadas, reuniones familiares y viajes. Le encantan las Islas Canarias. Dice que conserva todas las cartas de amor que le envió a su marido. Esta completa ahora su colección.
Maureen remataba con posdata: "PD: creo que eres genial mi amor y estoy muy enamorada de ti". Ahora que todo se resuelve con un desaborido emoticono, valoramos aún más aquellas cartas porque tenían el encanto de la valentía y la paciencia. Poder rescatar hoy esa memoria escrita es un privilegio.