"Mi pareja y yo no vivimos juntos. Si lo hiciéramos, sería nuestro final". A principio de 2020, la actriz Gillian Anderson (Expediente X, Sex Education) explicaba a The Sunday Times por qué ella y el productor Peter Morgan han elegido el Living Apart Together como fórmula para su relación. “Funciona muy bien así, especialmente cuando estamos juntos”, decía. Una tendencia que llama a vivir juntos separados y que gana adeptos desmarcándose de la idea tradicional de familia en pro de modelos más flexibles y diversos en los que cada cual mantiene su espacio y sus rutinas a pesar del compromiso.
Surge en un contexto en el que la visión individualista gana terreno a la comunitaria, disminuyen los matrimonios y aumentan los divorcios -en 2018, en España,162.743 personas se casaron y 99.444 se divorciaron, según el INE-. Pero lo que diferencia a los auténticos LAT, como Anderson y Morgan, de otras parejas que viven separadas adaptándose a sus circunstancias laborales, económicas o familiares es la intencionalidad: "No viven juntos porque no quieren", explica a Uppers Luis Ayuso, profesor de Sociología de la Familia en la Universidad de Málaga.
"En España tenemos un 8% de parejas LAT, pero es muy difícil conocer si lo son porque realmente quieren o no". Como recoge Ayuso a fondo en su artículo Living Apart Together en España. ¿Noviazgo o parejas independientes? -el primero sobre la temática que analiza el caso en nuestro país- esta realidad desencadena un debate profundo sobre qué es una pareja. "Tradicionalmente eran consideradas como tal dos personas heterosexuales que convivían y que tenían hijos en común, pero hoy día no tiene por qué ser así".
En la era de las relaciones líquidas, estas proliferan más pero los vínculos son más efímeros y superficiales y los términos en los que se establecen las relaciones se negocian en mayor medida en lo privado, y no tanto según los estándares. "El mayor papel de la mujer en el ámbito público, la flexibilización de los procesos de noviazgo, o la privatización e individualización de las formas de vida familiar, han dado lugar a una ‘revolución silenciosa’ interna que lleva a cuestionar aspectos que tradicionalmente ocurrían de forma lineal", explica Ayuso en su investigación. Aunque, según señala, España aún va a la zaga respecto a países como Suecia o Inglaterra, "donde estos modelos son muy frecuentes porque se trata de sociedades más individualistas”. En Gran Bretaña, la cifra de personas que se definen como "solteras" pero que tienen una relación con una persona con la que no conviven asciende al 25%, según la investigación Prácticas y percepciones de Living Apart Together en 2014.
En su expresión más auténtica, los LAT viven muy cerca. "Investigando, yo me he encontrado a parejas que viven incluso en el mismo edificio, uno en el segundo y otro en el tercero", explica el sociólogo. Uno de los casos más populares es el de la actriz Helena Boham Carter y el director Tim Burton, con dos hijos en común, que vivieron en chalets contiguos en Hampstead, al norte de Londres, durante los trece años que duró su matrimonio.
"Se está poniendo muy de moda sobre todo en personas más maduras, que experimentan segundas o terceras uniones. Les permite disfrutar de las ventajas que le ofrece pertenecer a la comunidad, de los amigos y familia, de una mayor libertad y delimitar un espacio propio que permite evitar ‘cometer errores pasados", comenta Luis Ayuso al teléfono. Con una edad media de los divorcios en España que se sitúa en los 43, "es muy habitual que estas fórmulas aparezcan a partir de los 45 y proliferen a partir de los 50 y 60".
"Con la edad, a las personas mayores se les hace más difícil irse de casa al emparejarse. La casa tiene un peso vital -sus muebles, sus cuadros, su vida-. Y aunque quieran muchísimo a la pareja y sean muy activos saliendo de viaje, a cenar, al teatro, disfrutando las ventajas de hacerlo en pareja, no quieren renunciar a su cama". La tecnología juega en esto un gran papel facilitador de las comunicaciones y ayuda a convertir el vivir juntos pero separados en el "modelo ideal bajo el que iniciar una relación y también una buenísima fórmula para combatir la soledad creciente", añade el sociólogo.
El aspecto socioeconómico condiciona el modelo. Vivir en pareja es aún la forma más habitual en los hogares españoles en un 55% de los casos, según las estadísticas del INE de 2018. A pesar de que la vivienda unipersonal gana adeptos (un 25% del total en el mismo año), es sobre todo en generaciones más jóvenes y castigadas económicamente, como los millennials, en la que a pesar de que la creencia del ‘juntos para siempre’ se va desdibujando y la pareja se concibe como algo cada vez menos definitivo, la economía y los ritmos laborales hacen que muchos elijan la convivencia en pareja por motivos prácticos. "Es un modelo que se asienta sobre todo clases medias y altas porque supone mantener dos hogares. Pagar dos facturas de agua, de luz, de internet… no todo el mundo se lo puede permitir", argumenta Ayuso.
"La parte positiva es que vivir separados a pesar de estar casados reduce la erosión que produce la convivencia. Cuando te ves vas al grano: a pasarlo bien, a no discutir por tonterías. Y reduce el aburrimiento, al verte tienes muchas más ganas de contarte cosas y das más valor a ese tiempo juntos", explica Francisco (60). Él y María (57) llevan casados cinco años viviendo en diferentes ciudades: Sevilla y León. Aunque su modelo de convivencia está supeditado al trabajo y las obligaciones familiares de cada uno y no tanto a la voluntad de estar juntos pero separados, cuentan a este medio qué cosas sacan en positivo y cuáles son las dificultades de esta fórmula.
"Hemos cambiado cantidad por calidad", asegura Francisco. "El análisis que hacemos es que, al final, hablamos y nos comunicamos mucho más que la mayoría de las parejas que conviven. Nos llamamos cuatro o cinco veces al día, cosa que si sabes que al final de la jornada te vas a ver, quizás no haces. Y renunciamos muchas veces a ese rato de televisión y sofá por una buena conversación". Por su parte, María, que también coincide en que el tiempo juntos es de mayor calidad, explica: "Cuando estoy sola en casa echo de menos muchas veces poder compartir las vivencias de una forma real". Anécdotas o situaciones cotidianas y espontáneas que, en estos casos, se reducen a mensajes, fotos o llamadas. El cansancio de andar siempre planeando el desplazamiento de uno u otro también pasa factura, explica.
¿Por qué les funciona? María lo tiene claro: en primer lugar, "porque los dos en nuestros casos tenemos buenos puestos de trabajo que nos permiten sostener el gasto de ambas casas". El segundo aspecto: les da espacio para atender a sus demás obligaciones o preocupaciones: "Cada uno tenemos nuestra familia (hijos, padres mayores, hermanos…), que en muchos casos precisan nuestra proximidad al menos durante una parte de la semana". El tercero, saber que esa parte del tiempo que pasamos juntos es exclusivo para nosotros y además nos abre a diferentes círculos sociales, que lo hacen más enriquecedor".
Una de las consecuencias lógicas de esta forma de (no) convivencia es que, en el caso de las parejas heterosexuales, ayuda a desligar a las mujeres de la carga añadida del trabajo doméstico. Un trabajo tradicionalmente asignado a la mujer, invisibilizado y no remunerado, que en España realizan ellas durante una media de 26,5 horas semanales frente a las 14 que realizan ellos. Igual ocurre con los cuidados, abordados de manera no profesional en casos de personas mayores con dependencia y que, en cifras del Imserso en 2018, recaen en un 84% en las mujeres. O como resumía la actriz Gillian Anderson compartiendo su experiencia en The Sunday Times: "Puedo ver sus pantalones tirados en el suelo de su casa y pasar por encima de ellos sin sentir que es mi trabajo hacer algo al respecto".
"Un tercio de los LAT llegan a buen puerto después de cinco años", apunta el sociólogo. "Hay un tercio de estas parejas que se rompen, que no aguantan relación en estos términos. Ptro tercio que termina conviviendo en sentido clásico y otro tercio que se mantiene sin convivir tal cual, sin convivir".
"Mientras estudiaba los LAT, muchas viudas subrayaban en las entrevistas la importancia de la autonomía económica que les daba este modelo", cuenta Ayuso. "Hasta que fallecieron sus maridos, aquellas que pertenecen a generaciones anteriores al 55, no habían podido disfrutar de ella. A partir de entonces se da una ruptura generacional (son las primeras que acceden al divorcio o a los anticonceptivos) que hacen que, tras enviudar y al enfrentarse a una nueva pareja, les importe menos esa presión social". Esto, enmarcado dentro del resto de cambios sociales, del aumento de divorcios y modelos más flexibles, hace "más probable que el modelo crezca en los próximos años".