La ciencia lleva años investigando los efectos en cerebro y cuerpo del orgasmo de un hombre joven, maduro y en su tercera edad. En ellas, una tan cotidiana como la necesidad de dormir. Sin embargo, para el cirujano Robert Ferreto Vargas, "el vacío de conocimiento que existe en este punto de la sexualidad humana es enorme". Gracias a investigadores como él, que han dedicado décadas a estudiar las singularidades físicas que pueden presentarse, tenemos algunas pistas más de por qué pasa lo que pasa.
El orgasmo deja al hombre extenuado. En su libro 'Por qué los hombres se duermen después de darse un revolcón', el escritor satírico Mark Leyner y el médico de urgencias Bill Goldberg exponen que es una cuestión fisiológica que involucra a varias hormonas. La primera, la prolactina, responsable de la saciedad sexual. Se concentra de forma masiva inmediatamente después del orgasmo inhibiendo la producción de nuevas hormonas sexuales durante un tiempo, el llamado periodo refractario, que es mayor cuanta más edad tiene el hombre.
Además, el cerebro libera grandes cantidades de oxitocina y serotonina, dos sustancias que inducen a un sueño profundo sin que haya estímulo que pueda activar de nuevo el deseo hasta pasado un buen rato. Los franceses lo llaman 'la petite mort' (pequeña muerte), aludiendo a que la corteza cerebral del hombre, la que gobierna su yo consciente, se debilita durante el orgasmo.
El sexo, tan deseado unos minutos antes, queda relegado a un segundo plano. ¿Preocupante? De ningún modo, según el ginecólogo Eduardo Cubillo: "después de un sexo gratificante hay un estado de relajación de todos los sistemas biológicos del organismo que es muy saludable".
Este ciclo de subida y caída nos lleva a un juego clandestino en tiempos de Felipe V que recoge la escritora Mari Pau Domínguez en 'La corona maldita'. Se trata del impávido y lo copiaron los nobles de la desenfrenada corte de Versalles. El caballero elegido por alguna elegante dama debía quedarse impasible después de que le hiciese una felación debajo del mantel ante la presencia de los monarcas y distinguidos invitados. "Ganaba aquel a quien no se le notase la lujuria desatada bajo la mesa", escribe la autora. Cuando el elegido lograba calmarse, casi siempre había sido ya expulsado de la sala por su falta de recato. Una vez consumada la lujuria, volvía a su asiento como tallo vencido.
"Si te he visto no me acuerdo, si te desvisto no te olvidaré en la vida". Se le agradece a Fran Fernández el intento en su canción, pero la realidad se planta a mitad del verso. La amnesia global transitoria es un extraño episodio consecuencia de la alteración en la presión sanguínea en el acto sexual, según la neuróloga Carol Lippa, que lo ha investigado en la Universidad Drexel (Filadelfia).
"La presión sanguínea, que se dispara durante el coito, cae de modo repentino ocasionando un fallo en el suministro de oxígeno que no dura más que unos segundos". Esto lleva a un estado de confusión y pérdida de memoria durante unos instantes. Es más frecuente en mayores de 50 años y está muy relacionado con los niveles de estrés.
No entraña riesgo y lo normal es que no dure más de unos minutos. Si la amnesia perdura, conviene solicitar ayuda médica para valorar posibles patologías. A veces provoca un gran desconcierto en quien lo padece, al ser incapaz de saber dónde está o qué ha pasado. A pesar del juego que da en la literatura romántica, hay que advertir que no sirve para dar coartada al amante que se va sin dejar rastro.
Los romanos ya decían eso de "post coitum omne animal triste est" para referirse a la caída sin freno del estado anímico de algunos hombres después del coito a quienes embarga una profunda sensación de melancolía y tristeza. Aunque se va atenuando con el paso de los minutos, es un malestar anímico que genera incomprensión en la pareja y frustración en quien lo padece.
El psiquiatra Richard A. Friedman, que a menudo atiende a pacientes con este síndrome, opina que puede tratarse con una mínima dosis de antidepresivo. Se conoce como disforia postcoital y hace que hombre se muestre intranquilo, apagado y con sensación de vacío. La causa es puramente bioquímica y no debe confundirse con una depresión.
La sufre alrededor del 1% de la población alguna vez en su vida durante el acto sexual y aparece repentinamente como un intenso latigazo justo en el momento del orgasmo. Es un dolor que responde bien a los fármacos, si bien deja al hombre con la incertidumbre de si esta experiencia se repetirá. Conviene que un neurólogo valore si se trata de una cefalea por la actividad sexual o existe otra causa que merezca mayor atención.
Un orgasmo y de inmediato un rosario de estornudos intermitentes. Aunque cause cierto bochorno, la reacción podría ser más frecuente de lo que uno piensa y la comparten también algunas mujeres. Según el otorrino británico Mahmood Bhutta, autor de un trabajo publicado en Journal of the Royal Society of Medicine, se debe a un error en las conexiones cerebrales en el sistema nervioso autónomo que controla las respuestas fisiológicas que escapan a nuestro control, como el pulso del corazón. En estas personas habría un cruce de señales entre el sexo y los estornudos y la sospecha de Bhutta es que podría tratarse de un fallo genético heredado.
En otras personas irrumpen los llamados tinnitus, esos zumbidos en el oído tan molestos. Después del sexo, la causa suele encontrarse en la relajación de algunos músculos que acaban de estar en tensión. Y no faltan quienes relatan experiencias místicas postorgásmicas, similares a las que producen los alucinógenos. El neurocientífico Francisco J. Rubia, experto en fisiología del sistema nervioso, explica que su origen habría que buscarlo en los estadios alterados de la consciencia que se producen después del orgasmo. "La experiencia mística nace en el lóbulo temporal, al estimular eléctricamente el hipotálamo o la amígdala", asegura.
Hay más percances que pueden aguar la fiesta, como desgarros musculares y lumbalgias, fricciones en la piel o golpes, pero son heridas de guerra fáciles de tratar. Por cierto, lo de fumar, aunque se haya convertido en pura rutina, tendría su explicación en la búsqueda por parte del cerebro de un mecanismo de recompensa a ese desgaste energético.