Lo que parece una pesadilla o un sueño, ser el único habitante de un pueblo en el que sólo vive una persona es una realidad en España. La España vaciada vuelve a ser noticia por todo lo contrario. Hace unos años, vivir en un pueblo era cerrarse a las oportunidades de la ciudad, con el teletrabajo, representa una forma de vivir mejor pagando menos y disfrutando de la naturaleza. Vivir sólo en un pueblo debe tener sus ventajas e inconvenientes, pero es una situación que se produce en un lugar de España.
En un lugar aislado y recóndito de la comarca de El Pallars Sobirá, en plenos Pirineos Catalanes, se levanta lo que queda del antiguo pueblo de Àrreu. La fuerza de la naturaleza hizo que esta población de la provincia de Lleida quedase sepultada por la nieve en varias ocasiones, pero fue finalmente la dificultad de vivir en aislamiento, sin ninguna carretera que les conectase con el resto del mundo, lo que hizo que se fuesen sus últimos habitantes.
Hoy en día, un solo vecino vive en el pueblo, y tiene el objetivo de que este vuelva a la vida. En una parte recóndita de los Pirineos catalanes se esconde un lugar llamado Àrreu, un pueblo con cientos de años de historia que se rehúsa a morir aunque su subsistencia ahora dependa de su único habitante, Eloi Renau.
La historia de Àrreu y la de Eloi tiene mucho de parecidas, ambas mezclan la resiliencia, la tenacidad y el amor por las formas de vida tradicionales. El barcelonés de 40 años se encuentra en medio de su segundo intento de reconstruir y darle nueva vida a Àrreu, un pueblo que parece rehusarse a perecer.
Una de las tragedias históricas por las que atravesó el pueblo, ocurrió la noche del 25 de diciembre de 1803, cuando un alud de grandes dimensiones sepultó casi todo el pueblo. Diez casas de esta localidad aislada de los Pajares de Suso en la provincia de Lérida (Cataluña), quedaron enterradas bajo la nieve.
Ese alud cobró la vida de 17 habitantes del pueblo, que como a muchos tomó por sorpresa la avalancha mientras dormían. Fue un golpe tremendo, sobre todo porque para entonces, la población de Àrreu era apenas de 88 personas.
Pero los resilientes nativos de Àrreu decidieron reconstruir el pueblo unos 200 metros más abajo de la montaña donde originalmente fue fundado, una decisión acertada pues durante el siglo siguiente, en los años 30, 50 y 70, se repitieron otras avalanchas que afortunadamente no fueron tan mortíferas. Unos 150 años después de la tragedia, cuando corrían los años de la posguerra, el pueblo volvió a prosperar y se encontró lleno de vida.
A mediados de los 90, la historia de Àrreu atrajo a un pequeño grupo de “neorrulares”, personas que buscan llevar una vida de forma sostenible, aislados y cercanos a la naturaleza. Eran tres, entre 20 y 25 años, entre ellos estaba Eloi Renau, un carpintero y artesano barcelonés que escuchó la historia del pueblo por primera vez de su padre, quien compró allí una casa hace más de 30 años.
Su primer proyecto en el pueblo fue construir una pista que permitiera subir en coche hasta Àrreu, solventando en alguna medida su problema de inaccesibilidad. Pero aunque el proyecto estaba apoyado por la Diputación y la Generalitat de Cataluña, hasta la fecha no ha sido terminado en su totalidad.
“Por entonces era mucho más complicado. No había ni siquiera una pista por donde subir en todoterreno. Teníamos que subir todo a cuestas. La comida, el pienso de los animales, las bombonas de butano, fue realmente duro. Por entonces sí que estábamos verdaderamente aislados del mundo”, dice Eloi en una entrevista con El Español.
Ese primer experimento de “neorruralismo” tuvo un punto de inflexión en 1998 cuando Devon, la última de estos nuevos colonos, decidió abandonar Àrreu debido a los planes de expansión que una cadena hotelera española tenía en la región y que estaban siendo apoyados por la mayoría de los vecinos del pueblo.
Sin el respaldo que los antiguos habitantes le habían dado a los nuevos colonos, Àrreu volvió a quedarse solo. Pero hace menos de dos años, a finales de 2019, Eloi decidió regresar y emprender nuevamente un proceso de repoblación del pueblo. Lo hizo invirtiendo sus ahorros en una casa y varios terrenos y a partir de marzo del 2020 empezó la mudanza definitiva.
Su traslado coincidió con el primer confinamiento por el Covid-19, algo que ha retrasado su progreso de por sí complicado. En él reposan hoy las esperanzas de Àrreu, tras cientos de años de rehusarse a morir. El lugar, si bien está desolado a excepción de Eloi, se ha convertido en un sitio turístico para los aficionados a la naturaleza, aventureros que se adentran en la región y no temen escalar los 1.251 metros de altitud sobre los que se erige.
Arriba encuentran a Eloi, sus huertas de frutas y hortalizas, su corral de gallinas y patos, sus dos imponentes yeguas y sus dos perros de montaña. El objetivo de Eloi es vivir de los objetos, utensilios y artesanías que fabrica con madera. Acabar de construir su vivienda, ampliar su taller y colocar una tienda de intercambio delante de su casa para que quien pase pueda comprar, de forma libre, sus creaciones depositando el dinero que considere en un pequeño recipiente sin necesidad de que él esté presente.