Aunque a sus residentes les molesta sentirse escaparate turístico, Christiania es un destino obligado para todo aquel que visita Copenhague. El acceso es libre y gratuito y la primera impresión es la llegada a un pintoresco mundo bien distinto del resto de la ciudad. Un pórtico de madera pintado de azul y rojo nos da la bienvenida a un territorio ajeno a la Unión Europea lleno de grafittis, puestos con una variedad abrumadora de hachís y marihuana y banderas con tres soles amarillos alineados sobre fondo rojo. La apacibilidad con la que fuman a mediodía un par de hippies de largo cabello gris desprendiendo un olor inconfundible se acaba al atardecer. En las últimas semanas, Christiania se ha convertido en un polvorín y en cualquier momento puede estallar.
Tres peruanos que cantan boleros de Lucho Gatica nos cuentan que el comercio de la droga ha recrudecido las guerras territoriales entre los Hells Angels y los Loyal to Family, dos pandillas bien conocidas por sus escaramuzas para tomar el control de la venta de estupefacientes. Este verano una disputa acabó con la vida de hombre de 30 años, asesinado a tiros, y cuatro resultaron heridos. Los incidentes han transformado el paisaje natural de Christiania.
Que la policía patrulle Pusher Street, su arteria principal, no deja de ser paradójico en este poblado anárquico que nació en 1973 cuando un numeroso grupo de hippies ocupó una antigua base naval siguiendo los ideales de una vida simple y sin violencia, libertaria y opuesta al consumismo, la monogamia, las prácticas religiosas y cualquier otro valor tradicional. Pero más que por el flower power estadounidense, su origen estuvo marcado por el movimiento cultural y político que el sociólogo holandés Wouter Buikhuizen denominó provo. Se refería con este término a la provocación estudiantil de un grupo de vida comunal muy influido por los principios de Gandhi.
En Christiania este fenómeno contracultural fue un paso más allá al reclamar el territorio como propio y convertirlo en un lugar con cannabis gratis, influencia gubernamental muy limitada, sin automóviles y sin policía. En 1989 se promulgó formalmente la Ley de Christiania, que transfería parte de la supervisión a Copenhague. Son 34 hectáreas con gobierno propio a caballo entre micronación, ecoaldea o comuna, con su particular bandera y moneda local, el Løn, si bien la corona danesa es también aceptada.
Actualmente lo habitan unas mil personas. De ellos, unos 150 son niños. En su interior hay guarderías, cafeterías, tiendas, talleres, teatro, un parque, un templo budista y sala de exposiciones. Unos tramos son de asfalto, otros de adoquines y algunos directamente de tierra. Apenas generan basura porque casi todo puede ser reciclable, lo que les ha convertido en auténticos artesanos de la chatarra, la madera, el tejido o la chapa. Son especialmente curiosas sus christianibikes, unas bicicletas que inventaron ellos mismos con un cajón en la parte delantera y se han extendido por todo Copenhague como medio de transporte escolar para los padres.
Las decisiones se toman en asamblea por consenso y nadie pone cerrojo a sus casas. Compartir es una forma de vida y no creen en la propiedad privada, aunque en 2004 estallaron algunos conflictos contra el gobierno a cuenta de la propiedad de estas tierras y el tráfico de estupefacientes. Desde entonces se sucedieron numerosas redadas y controles. Aunque en 2011, el Tribunal Supremo falló a favor del Estado acerca del uso y la propiedad, las donaciones y el apoyo de grandes artistas daneses lograron que los christianitas se hiciesen, de modo colectivo, con una pequeña parte de los terrenos.
Desde su origen se han vendido libremente los derivados del cannabis. Al entrar, un cartel avisa de la prohibición de drogas duras, armas y violencia. De acuerdo con estos ideales, la convivencia debería ser pacífica y respetuosa. Pura utopía desde que las bandas criminales han sembrado el caos en Pusher Street. Se la conoce también como calle de los camellos por estar considerada el mayor centro de venta y consumo en el norte de Europa. En ella es posible conseguir cualquier tipo de estupefaciente. Lo que antes ocurría de forma encubierta ahora se hace a la luz del día.
La violencia y el tráfico de drogas ha hecho que este sea uno de sus peores veranos y que pierda ese carácter de experimento social con el que el gobierno justificaba su presencia. Tan mal se ven sus residentes que la asamblea de Christiania ha tenido que pedir por unanimidad la intervención de las autoridades. Es la primera vez que ocurre algo así en 52 años de historia y los christianitas lo están viviendo con desolación. A pesar de no tener capacidad para evitar la presencia de bandas criminales, no desearían el control policial y tampoco decisiones drásticas.
Hasta ahora, cualquier intento de acabar con los puestos ilegales de Pusher Street ha resultado inútil. A las pocas horas están de nuevo en pie. Según las noticias que van apareciendo en la prensa danesa, a las autoridades se les está agotando la paciencia. La alcaldesa de Copenhague, la socialdemócrata Sophie Hæstorp Andersen, ha mostrado su preocupación por esta espiral de violencia y ha aconsejado a los estudiantes extranjeros y a los cientos de miles de turistas que visitan Christiania que se abstengan de comprar droga en Pusher Street. Advierte del peligro de enriquecer a bandas criminales que disparan y ponen en riesgo la vida de personas inocentes.
La última muerte ha sido el colofón de un desconcierto que va en aumento. El ministro de Justicia danés, Peter Hummelgaard, plantea como solución el cierre definitivo de Pusher Street. Esto supondría un varapalo económico para los vecinos, según nos cuentan, porque afectaría a toda la actividad periférica de tiendas, bares o restaurantes. Nordea, uno de los mayores gestores de activos de los países nórdicos, ya ha anunciado su decisión de cerrar sus cajeros automáticos próximos a Christiania para contribuir a la lucha contra el delito.
La propuesta del gobierno es un endurecimiento de las multas, tanto por venta como por compra, y una presencia policial mayor. Estos castigos podrían empezar a aplicarse ya e incluirían la pena de cárcel en caso de reincidencia. Hace solo unos días, la policía allanó y arrestó a 15 personas en una importante operación y se sospecha que los arrestados forman parte de una red criminal organizada más grande dedicada al contrabando de drogas y armas. Los vecinos saben que, si hay drogas duras, habrá armas; si hay armas, habrá violencia; y si hay violencia, Christiania desaparecerá. Teniendo en cuenta su ubicación estratégica, junto a los canales de la ciudad, quedaría transformada en un complejo de tiendas y viviendas modernas donde solo quedaría la nostalgia de una utopía hippy.