Un fotógrafo, una bicicleta, 1.400 kilómetros y Etiopía: “He descubierto otra forma de ser feliz”
El artista madrileño ha reunido una selección de sus fotografías en la exposición 'Tribal' y aprovecha para relatarnos su aventura africana
Recorrió el país, de norte a sur, en 17 días, atravesando carreteras cortadas y caminos en mitad de cauces de ríos anegados por las lluvias
Aprendió a comunicarse con los miembros de las tribus más ignotas y se aplicó otra forma de estar en el mundo: más pausada, humilde y respetuosa
El viaje a Etiopía en bicicleta que hoy Miguel Ángel Gómez (Madrid, 1964) comparte con Uppers tuvo su momento embrionario en Rusia. Hasta allí viajó este artista madrileño en 1986, con 22 años. Con el rublo devaluado, se dio cuenta de que el puñado de dólares que le había dado su tía podía dar mucho más de sí de lo que el mercado podía ofrecer. "Apenas había nada. Compré una balalaica, un instrumento musical muy parecido a la bandurria muy popular en el país, y una cámara fotográfica muy básica". Su relato podría ser la versión actualizada y con final feliz de la popular fábula de Esopo, 'La lechera'. De dólares a rublos y de rublos a un sueño fotográfico que expone el Ayuntamiento de Boadilla bajo el título 'Tribal' y también cuenta en su blog.
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Dispuesto a dejarse sorprender
La cámara despertó su curiosidad y su capacidad de asombro, pero también paciencia para observar y reparar en cosas, lugares y personas maravillosas que el resto miramos de soslayo. Con el tiempo fue ampliando sus conocimientos y también su equipo fotográfico. Su último gran viaje, hasta ahora, ha tenido como destino Etiopía y lo ha hecho echándose al hombre su bici. Ya en 2013 recorrió en bici los Andes, de Perú a Bolivia y se adentró en el Amazonas y Salar de Uyuni.
"Un cicloturista puede llegar a lugares donde no se llega de otra manera, en muchas ocasiones puede llegar incluso al corazón de la gente. La bici me permitió contemplar cada detalle, detenerme y acercarme a las gentes. Me acogieron bien, empatizaron con mi esfuerzo y se mostraron hospitalarios. Se acercaban, curioseaban y me daban hospedaje y comida con más facilidad. Ellos van siempre a pie y se desplazan muchos kilómetros para conseguir agua o productos de algún mercado. Si hubiese ido en un todoterreno, en algunas tribus los nativos habrían tomado distancia solo con ver la nube de polvo".
Al tiempo que despliega su álbum fotográfico para seleccionar algunas de las imágenes con las que cuenta su viaje a Etiopía, Miguel Ángel Gómez advierte que donde mejor se aprecia el contraste de colores y la fuerza de lo que su cámara captó es en la foto real, no en las que podamos observar a través de una pantalla de un dispositivo.
"La exposición es leyenda con información y poesía en cada fotografía. Son las mil horas en el revelado, las orientaciones de cada foco de la sala para que entre la luz cálida por donde tiene que entrar, la elección de la sala de entre muchas y, por supuesto, la selección de las mejores fotos", dice.
Viajó a Etiopía impresionado por las extraordinarias tribus del Valle del Omo, en el sur, y la inmensa belleza y carga cultural del norte, con la ciudad de Lalibela y sus templos monolíticos,el lago Tana, el origen del Nilo Azul y sus grandiosas cataratas. Desde Addis Abeba llegó al Valle del Omo por la carretera de los lagos.
Ligero de equipaje
"Llevaba mi tienda de campaña de dos plazas para poder meter las alforjas y otros bultos al dormir y un hornillo de gasolina, aunque al final solo dormí cuatro días en tienda de campaña y apenas cociné con el hornillo", relata. Además de lo barato que le salía dormir en una habitación con baño y ducha en algún pueblo, le permitía pasar muchas horas con los lugareños, conocer sus costumbres y conseguir su retrato.
"De alguna manera, estaba preparado para este viaje. Ya conocía del África Subsahariana Uganda, Ruanda, Kenia y Tanzania. Me resultaba fácil moverme y adaptarme a la vida africana, comer, comprar, dormir o regatear". Uno de los incidentes más curiosos que sufrió fue verse disparado por piedras desde una especie de tirachinas que usan los niños en algunas tribus. También los adultos se mofan del extranjero.
1.400 kilómetros pedaleando y 1.300 euros
Fue algo puntual que hoy casi recuerda con humor. "En general, el viaje en bici desde Addis Abeba hasta el sur resultó apasionante. Cada vez que llegaba a un pueblo buscaba alojamiento y, ya relajado después de tantas horas pedaleando, era un placer compartir un rato de cerveza y conversación con sus habitantes". En total, fueron unos 1.400 kilómetros. La vuelta a Addis Abeba la hizo en coches colectivos y autobuses. Y resultó igualmente apasionante. Entre visado, vuelos, alojamiento, transportes internos, comida y otros gastos, la aventura etíope le salió por 1.300 euros. Ahí están incluidas dos noches en Addis Abeba en un hotel de 4 estrellas. Dice que comer en Etiopía es baratísimo, "si uno no tiene grandes exigencias".
En su recorrido en bici se encontró con todo tipo de sorpresas. Desde los tramos de tierra que cortaban las carreteras asfaltadas del norte a caminos atravesados por cauces de ríos que un día podían estar secos y el siguiente, después de una crecida por la lluvia, con un caudal de agua imposible de cruzar.
Recuerdos imborrables, como unas chanclas mugrientas
Al recorrer como anfitrión la exposición una y otra vez, la memoria le devuelve a Etiopía, a sus tribus, al legado cultural del norte o a "los patrones pintorescos". Menciona, por ejemplo, las chanclas usadas bajo la cama de los hoteles. Si estos son buenos, las chanclas son nuevas. En el resto están mugrientas por tantos pies que habrán pasado por ellas. También le llamó la atención el mini asiento de madera tallado, que ellos llaman borkota, que llevan en las manos los nativos de algunas tribus del sur, sobre todo los hamer. Lo usan igual de asiento que de almohada.
"En bici se ve de todo, ya que el ritmo es lento y uno para donde quiere. Es fácil ver como una familia entera se lava con el mismo cubo de agua a la puerta de su casa. El agua es escasa, no se desperdicia ni una gota".
A pesar de tener mucha población cristiana, el 32,8 por ciento son musulmanes y en muchos pueblos del sur se despertaba con sus cantos al alba. Le resultó igualmente curioso ver cómo cualquier etíope se entromete en el regateo con los vendedores para subir el precio al engañarte. "Eres farangi (extranjero) e intentan engañarte", señala. Sin duda, una de las costumbres más inquietantes es la de llevar fusiles los miembros de algunas tribus, tanto niños como adultos. "Las armas les dan estatus y un prestigio, pero no llevan ni una bala casi siempre", aclara el fotógrafo. "Todos los etíopes fanfarronean con los turistas, pero no pasan de ahí. Si te ven por la calle te llamará farangi o repetirán you, you, you. Eres una excentricidad allí e intentan intimidarte, pero si te das la vuelta y te pones a un palmo de su cara o simplemente frente a él, se cortan y el resto se reirá del que se mofaba". Lo que captó su cámara, y también sus sentidos, es otra forma de ser feliz. "Me doy cuenta de que deberíamos aprender a vivir más despacio, con mayor humildad y más valores".
Los nativos salían a su encuentro
Durante el viaje, nunca tuvo sensación de soledad. "Da igual que sea una carretera solitaria o un camino polvoriento. Paras un segundo y oyes el you you, o farangi farangi. Niños o adultos aparecen de repente del campo abierto en tu dirección. En un país con una población de 91.196.000 de habitantes esto es bastante usual. Da cierto desasosiego porque es difícil encontrar un lugar tranquilo donde poner la tienda. Solo muy al sur empieza a haber grandes espacios en los márgenes de la carretera o caminos. Además, como el mayor medio de transporte son los coches colectivos, siempre hay alguien en la carretera o camino esperando coger uno.
Algunas de las tomas fueron realizadas en condiciones de fatiga física y mental. En el recorrido, encontró personas y escenas dignas de ser retratadas al momento, pero no siempre era fácil la transición de bicicleta a modo retrato. "El esfuerzo mental se redoblada en las condiciones de hipoxia habitual del ejercicio", añade. Al final, el fotógrafo, que ha sido reconocido a lo largo de su carrera con varios premios, ha plasmado en sus retratos la diversidad cultural etíope, pero, sobre todo, la emoción del encuentro. Por eso, resume su exposición como una conmoción de los sentidos.
Sus recuerdos son inagotables, pero advierte que aún no ha colmado su sueño de aventura. La singularidad de Miguel Ángel es que durante el año trabaja como profesor de Educación Física en el colegio Retamar de Pozuelo y entrenador de atletismo. Desde su casa, se desplaza cada día en bici. 25 kilómetros entre ida y vuelta. Viajes como el de Etiopía se lo permite aproximadamente cada cuatro años. Por eso, en su cabeza ya está trazando el próximo. Será a Nairobi y necesitará, una vez más, "la comprensión y el cariño" de su mujer y de sus tres hijos. "Sin su apoyo, nada de esto habría sido posible", reconoce.