Sí, como se ha dado en decir en los últimos tiempos, los hombres piensan cada día en el imperio romano, y la principal imagen que tenemos los hombres del imperio romano es un gladiador, tal vez no sea del todo rebuscado decir que los hombres pensamos cada día en Espartaco de Tracia. Tal fue la herida emocional que dejó la rebelión del esclavo de origen medo, que la propia Historia romana no pudo más que agigantar su figura. Y a lo largo de los siglos, la idea del guerrero que lidera una revolución de esclavos fue convirtiéndose en arquetípica: como Robin Hood, como William Wallace, figuras propicias a la aventura y a la épica.
Así que antes de darle vueltas a que los tíos pensamos en el Imperio Romano porque "los hombres tienen la necesidad de conquistar absolutamente todo", ¿por qué no imaginar que fantaseamos con la idea de un extranjero sometido que logra sublevar a los esclavos contra el poder de la casta? ¿Demasiado rojo? Vale, también podríamos pensar en la escena clave de la película de Kubrick -escena mil veces replicada en la cultura popular- en la que al exigir los romanos que los esclavos entreguen a su líder para salvarse, estos empiezan a decir "Yo soy Espartaco", uno a uno, en un conmovedor ejemplo de solidaridad y colectivismo ante la tiranía. ¿Aún demasiado progre? Bueno, fijémonos en el detalle de que, ante semejante muestra de amor, el guerrero curtido en mil batallas, deja caer una lágrima por su rostro reseco. ¿Muy nuevas masculinidades? Bueno, ese es tú problema. No digas que no te hemos dado alternativas.
Ya, suena a redundancia, pero lo cierto es que esta misma semana la prensa italiana ha denunciado que las ruinas del Anfiteatro de Capua -en el que, según la Historia contada por Plutarco, entre otros, sangró y sufrió el Espartaco real- están ruinas. "Imaginemos la restauración de Epidauro, Chichén Itzá o Petra decidida por un matrimonio en el comedor de la cocina: impensable. Provocaría las ironías planetarias más despectivas: no es así como se tratan los bienes colectivos. Sin embargo, esto también nos paa en Italia" se lamenta el Corriere della Sera, que señala que esta valiosa pieza del patrimonio de la región de Campania no solo se presenta a los visitantes como una "obra caótica" sino que de hecho, está siendo devorada por la maleza.
"¿Cómo es posible que un tesoro tan importante, después de una restauración intensa y controvertida, esté hoy medio cercado por horribles vallas de obras y abandonado a la maleza?" se lamentan los colegas italianos.
El anfiteatro podía albergar, en su momento de mayor esplendor, a unos 60.000 espectadores (seeee, más o menos como el Bernabéu) y estaba adornado con decenas de estatuas. Era, de hecho, la segunda plaza más grande después de la Coliseo. Según informa el propio medio milanés, el anfiteatro fue devastado en 456 por los vándalos de Genserico, por una incursión de los sarracenos en 841 y por los normandos en 1058, y fue sucesivamente saqueado por todos y usado como fortaleza. Con el tiempo, sólo quedó el primer piso con una pequeña parte del segundo.
El actual Anfiteatro de Campania, abierto al público desde 1913, ha conservado sin embargo, "un encanto irresistible". Dicen las guías turísticas que "por 2'5€ puedes recrearte con la aventuras de Espartaco, ver el museo de Gladiadores donde aprecias las 4 plantas que tenía el anfiteatro y de paso puedes ver el Templo Mitreo un poco escondido pero que te lleva a los tiempos de las catacumbas". Todo eso, al parecer está en peligro.
El informe del Corriere es enfático en denunciar "una serie de decisiones equivocadas o, peor aún, clientelistas" como motivo del descuido del monumento. Además de nepotismo entre las autoridades encargadas. "Lo cierto es que el panorama actual del Anfiteatro de Capua es descorazonador -continúa inmisericorde el colega italiano-. La antigua arena donde luchaban los gladiadores hasta hace unos años, cubierta de hierba, mesas de madera y rejas oscuras, se ha "modernizado" y brilla con un blanco cegador, atravesado por modernas rejas azules. El nuevo recorrido alrededor del anfiteatro con los antiguos adoquines de espléndidas formas irregulares continúa por avenidas de losas perfectamente escuadradas como en un hipermercado de Brianza. Cada atisbo de belleza conmovedora es violado por las grandes mamparas metálicas de las obras que parecen destinadas a no terminar nunca y todo es asaltado por una jungla de malezas y matorrales". Ni el buen Espartaco derramó tanta sangre sobre el Anfiteatro.