Minero por un día: entre jaulas y dinamita a 800 metros de profundidad en Asturias

  • Visitamos Pozo Sotón, una mina asturiana en la que se puedes vivir la experiencia de meterte en la piel de un minero durante seis horas

  • Recorremos más de cinco kilómetros de los más de 144 que tienen sus galerías, las más profundas visitables del mundo

  • La mina de oro más grande de Europa está en España

Miguel, Paulino, Noel y Marcos. Ellos serán nuestros anfitriones. Los cuatro han llegado a Pozo Sotón rebotados de otros pozos mineros que, en un goteo incesante, han ido cerrando sus puertas y dejando a toda una generación de trabajadores ante un horizonte  de incertidumbre y miedo. Ellos cuatro, que heredaron el oficio de sus padres igual que ellos lo hicieron de sus abuelos, han encontrado una salida consiguiendo que cualquier persona de a pie se sienta minero por un día.

No pueden recrear el cansancio, tampoco lo que significa dejar a la familia en casa cada día sin tener la certeza de que vas a volver, ni la sensación de que tienes que acabar el trabajo que te han asignado para la jornada o cuando regreses a la superficie no lo cobrarás. Eso es imposible.

Pero sí pueden explicar hasta el mínimo detalle cada rincón de un lugar que conocen como la palma de su mano, cada actividad de las docenas que se llevan a cabo tanto dentro de la mina como en la superficie y cada situación de las que te pueden tocar vivir cuando enfilas rumbo al centro de la tierra.

Pozo Sotón, el pozo minero en el que nos meteremos (si es que se puede siquiera simularlo) en la piel de uno de los 1500 trabajadores que en su día se ganaron el pan allí, se encuentra en el municipio asturiano de San Martín del Rey Aurelio y se comenzó a profundizar entre 1917 y 1922, siendo necesario para ello el desplazamiento del río Nalón. En aquellos inicios sólo participaron trabajadores de la zona.

Desde entonces hasta bien entrado el siglo XXI se fueron sucediendo las ampliaciones, dando lugar así a un crecimiento que terminó por frenarse en seco el 31 de diciembre de 2014, cuando HUNOSA, empresa responsable de la explotación de Sotón, decidió cerrarlo para siempre.

Nuestra particular visita comienza con cierta congoja al tener que esperar al resto de integrantes del grupo junto al memorial en el que 540 paneles recuerdan a los caídos en el interior de los pozos de HUNOSA. Los hay de los años 60, pero también de 2011.

Cuando el reloj marca las 8:20 nos recogen junto a la entrada para darnos una charla de seguridad en la que nos explican dónde vamos a entrar, en qué condiciones y con qué herramientas. Somos un grupo de 12. El mayor ronda los 70, la más joven aún no ha cumplido 18. No hay límite de edad siempre que goces de una forma física razonablemente buena.

Nada electrónico puede entrar

Ni cámara de fotos, ni reloj, ni, por supuesto, teléfono móvil. Ahí dentro no se puede llevar ningún aparato electrónico. El mono, las botas, los guantes, el cinturón y el casco te los pones en el vestuario. La lámpara y el autorrescatador (te garantiza oxígeno durante 20 minutos en movimiento o 50 parado y calmado), en la lampistería, tal y como hacen los propios mineros instantes antes de fichar y desaparecer bajo el suelo.

Lo de fichar no es un detalle más sino un momento crucial tanto en la entrada como en la salida de cada trabajador, que deja su pequeña placa con su número en un tablón correspondiente a su turno (mañana, tarde o noche) al entrar y lo recoge al salir. Si se olvida al entrar, no se cobra. Si se olvida al salir, generas un problema a todo el pozo porque suponen que estás dentro, te ha pasado algo y tienen que ir a rescatarte. No se puede fallar.

El siguiente paso es poner rumbo a la jaula. Porque en la mina no hay ascensores o montacargas, hay jaulas. En Pozo Sotón, concretamente, hay dos. Ellas te bajan cientos de metros bajo tierra a una velocidad tres veces superior a la que puedes notar en cualquier ascensor convencional. Junto a ti, el resto de compañeros, pero también podrían ser vagones cargados con toneladas de material para bajar o de carbón para subir. Las cargan con hasta cuatro toneladas, aunque podrían soportar 10 veces más peso.

Junto a las jaulas, un cartel del que tomar buena nota, reza: "¡Atención! No te distraigas ni desprecies el peligro". En ese punto te despides de la luz y das la bienvenida al cosquilleo propio de un mundo, porque lo de ahí abajo es un mundo, desconocido y formado por nada menos que 144 kilómetros de galerías. Porque en la mina no hay túneles, hay galerías. Las de Sotón forman parte de los más de 4500 kilómetros que hay excavados en Asturias.

En la jaula llegas hasta octava planta. O lo que es lo mismo, te encuentras con 386 metros de tierra sobre tu cabeza. Para que se hagan una idea, el equivalente a la altura de la Torre Eiffel.

Ahí comienza la aventura subterránea que nos llevará a recorrer las galerías de la octava hasta llegar a una chimenea llamada ‘la Jota’. Porque en la mina no hay pasadizos, hay chimeneas. 

Es el camino que tenemos que recorrer para descender hasta novena. Es estrecho, complejo, revirado y hasta cierto punto peligroso, con docenas de travesaños para pisar y agarrarte, pero con otros tantos que esquivar. En este momento más de uno comienza a dudar, lo que lleva a Miguel y compañía a ofrecer una alternativa más cómoda (la jaula). Nadie levanta la mano. Todos a la chimenea.

Ya en novena nos explican los distintos tipos de galería, por qué estamos constantemente pisando charcos que a veces nos llegan hasta los tobillos (hemos pasado por debajo del río Nalón), por qué hay viento a casi 400 metros de profundidad (la ventilación es imprescindible), cómo se llega hasta las vetas de carbón (cada método tiene su propia historia), dónde puedes detenerte hacer tus necesidades (donde no te vean) y dónde se puede parar. Porque en la mina no se descansa, se para (como mucho). 

Los sábados, gratis

De hecho, en la mina no hay tiempo que perder. Si te llevas bocadillo es para comerlo o antes o después de tu turno de siete horas y 10 minutos. Ni más, ni menos. Y bastante les costó a las anteriores generaciones conseguir estas jornadas, que realmente constan de seis horas y cincuenta minutos de trabajo y veinte minutos para almorzar (diez los pone la empresa y diez, el trabajador), aunque esto no se disfrute nunca. No hay queja porque en los tiempos de sus abuelos las jornadas eran de 12 horas y los sábados trabajaban gratis.

En esta novena planta, a 467 metros de profundidad, también comprobamos de primera mano cómo se maneja un martillo de un barrenista (con un peso aproximado de siete kilos). Ellos llevan a cabo uno de los trabajos más conocidos del mundo de la mina y no es otro que preparar las paredes con los pertinentes agujeros (unos 25) para que los artilleros puedan colocar los cartuchos de dinamita y hacer las voladuras controladas. Porque en la mina no hay explosiones, hay voladuras. Y en Sotón siempre, sin excepción, se realizan con la mina completamente vacía. Los accidentes del pasado se lo han enseñado.

En esta planta también nos explican Miguel y Noel cómo se construyen las galerías, cada una de un tipo pero todas apuntaladas con madera de pino o de eucalipto. No son las más robustas (el roble o el castaño aguantarían más) pero sí las que ‘avisan’ con tiempo si se van a romper o van a ceder. El hecho de que se agrieten antes de colapsar da la posibilidad de que sean sustituidas, lo cual es clave para evitar derrumbes que puedan dejar atrapados a los mineros. Cierto es que los mineros ni las tocan hasta que no ven que están fatal. Arreglarlas les quitaría tiempo para su faena del día y, ya se sabe, si no avanzas el metro que te toca picando, no cobras.

De novena bajaremos hasta décima planta, la más profunda visitable en el mundo. Allí nos encontramos a 557 metros de profundidad, si bien hay que sumar algo más de 200 extra de una ladera que no está cartografiada, pero que está ahí. En total, como tener una mole de tierra como el Burj Khalifa de alto sobre nuestras cabezas.

Esta bajada ha sido diferente. En lugar de una chimenea hacemos uso de unas escaleras tan irregulares como empinadas que discurren paralelas a una zona que se emplea para el transporte de material en canoas. Porque en la mina no hay arcones o cajas, hay canoas.

En décima conocemos el trabajo del picador, extraemos nuestro pequeño recuerdo en forma de pedazo de carbón y nos damos cuenta de que en un par de minutos acabamos agotados. Como para pensar en casi siete horas para abrir un metro de la veta. Allí también hemos conocido la rozadora, otro sistema de extracción mucho más rápido pero igual de extenuante.

Un incendio sobre nuestras cabezas

Por encima, por cierto, hemos dejado un incendio que no se puede apagar pero que siempre hay que mantener vigilado y sellado. Bajo nuestros pies, sub décima, completamente anegada por el agua tras el cierre de la explotación en 2014.

Cabe señalar que cada 100 metros bajados aumenta la temperatura tres grados, así que no hay más que echar cuentas para entender que a esa profundidad, sin una buena ventilación constante, el ambiente sería irrespirable. Gracias a estos conductos que introducen aire limpio en las galerías, la temperatura sube sólo un grado en lugar de tres.

Recorriendo décima nos damos cuenta de algo que un minero vive cada día. El tiempo se ha parado. No hay ninguna referencia. No hay ninguna información. Pueden haber pasado dos horas o cuatro. Tan solo Paulino, que tiene un reloj interno que no falla, nos apunta la hora aproximada.

La visita está tocando a su fin, pero por delante aún quedan cientos de metros de galerías que recorrer a pie y otros tantos en uno de los trenes mineros en los que viajas en absoluta oscuridad y a toda velocidad a través de una montaña rusa real que nos sirve para completar los algo más de cinco kilómetros de recorrido hasta llegar a la jaula de nuevo.

Durante la espera camino del exterior todavía nos aguarda una ‘sorpresa’ más. La jaula no sube. Algo no funciona como debería. Nadie sabe si es un 'paripé' o existe un problema real así que todos preferimos bromear durante el rato que nos vemos obligados a esperar. La alternativa para abandonar el pozo se encuentra a varios kilómetros de camino por las galerías así que quien más quien menos respira aliviado al ver aparecer de nuevo la jaula.