En el corazón de la provincia de Salamanca, y a unos 20 kilómetros de la capital, se encuentra un pequeño pueblo llamado Morille, que tan solo con 300 habitantes es capaz de esconder un secreto que mezcla creatividad, reflexión y una pizca de irreverencia hacia las normas tradicionales del arte. Se trata del Cementerio de Arte Contemporáneo, un espacio único en el mundo donde no se entierran personas, sino obras de arte.
Fundado en 2005 por los artistas Domingo Sánchez Blanco y el fallecido Javier Utray, este singular proyecto se ha convertido en un referente para reflexionar sobre la vida y la muerte del arte, desafiando las convenciones establecidas y abriendo nuevos horizontes en el ámbito cultural.
El Cementerio de Arte es, ante todo, una propuesta filosófica y artística que busca cuestionar el lugar que ocupa el arte en nuestras vidas y su relación con el tiempo. Lejos de las salas de exposiciones o los museos, este espacio ofrece a las obras un descanso final digno, alejándolas del mercado y de la obsesión por la visibilidad constante. Aquí, el arte no es destruido, sino que encuentra un lugar donde permanecer en silencio, protegido por la tierra y envuelto en un aura de misterio.
En palabras de Domingo Sánchez Blanco, uno de sus fundadores, el Cementerio de Arte es "un proyecto de resistencia contra la mercantilización del arte". Su intención era crear un lugar donde las obras pudieran descansar en paz, lejos de las dinámicas comerciales que muchas veces condicionan su existencia.
Cada entierro en el Cementerio de Arte es un ritual único. Las obras se entierran en parcelas asignadas, acompañadas de ceremonias que varían según las características y el significado de cada pieza. Estas ceremonias, a menudo, implican la participación activa de artistas, críticos y el público, quienes reflexionan sobre el significado de la obra y su nuevo estado como "arte sepultado".
Una vez enterrada, la obra no queda abandonada. Se coloca una lápida que identifica su título, autor y fecha de enterramiento, y se registra en los archivos del cementerio. De este modo, aunque la pieza desaparezca físicamente, su memoria permanece viva, desafiando la idea de que solo lo visible tiene valor en el mundo del arte.
Desde su inauguración, el Cementerio de Arte ha acogido ya más de 60 obras de artistas nacionales e internacionales, cada una con una historia particular que enriquece el relato de este espacio. Uno de los ejemplos más icónicos es el Pontiac Grand Prix de Javier Utray. Este automóvil, símbolo de velocidad y modernidad, fue enterrado en 2010 en un acto cargado de simbolismo. La pieza se convirtió en una metáfora sobre la relación entre progreso y obsolescencia.
Otra obra que allí se encuentra es el barril de crudo de Rolando Peña. En 2018, el artista venezolano, conocido como "El Príncipe Negro", sepultó un barril de petróleo como crítica a la dependencia energética y sus consecuencias económicas y ambientales. El acto fue un recordatorio de cómo el arte puede dialogar con los grandes problemas contemporáneos.
Además de objetos tangibles, el Cementerio de Arte también ha acogido entierros de performances y obras conceptuales, como textos literarios, videos y documentos, reforzando su carácter inclusivo y experimental.
El Cementerio de Arte no solo ha atraído la atención de artistas, sino que también ha suscitado debates en torno a la conservación, la memoria y la efimeridad del arte. Algunos críticos consideran que este proyecto es una crítica directa a la mercantilización del arte contemporáneo, mientras que otros lo interpretan como un espacio de resistencia frente al olvido.
Además, el cementerio se ha convertido en un lugar de peregrinación cultural. Estudiantes de arte, turistas y amantes de la cultura acuden a Morille para reflexionar sobre lo efímero y lo eterno en el arte. La experiencia de caminar entre las lápidas y leer las inscripciones de las obras enterradas invita a una conexión más íntima con la creación artística.
El Cementerio de Arte de Morille es un recordatorio de que el arte no muere, sino que se transforma. En un mundo obsesionado con la novedad y la visibilidad, este espacio propone una pausa, un lugar donde las obras pueden descansar en paz y, al mismo tiempo, permanecer en la memoria colectiva. Su existencia invita a reflexionar sobre los ciclos de la creación y la conservación, y a valorar el arte como un legado que trasciende el tiempo.
Con su filosofía única y su impacto cultural, este cementerio es uno de los proyectos más audaces y significativos en el panorama artístico contemporáneo, transformando por completo un pequeño pueblo de Salamanca.