Las vacaciones están tocando a nuestra puerta con el sonido del viento y la sal. Es hora de hacer las maletas y entregarnos a esa pregunta que nos recorre la sangre: ¿playa o montaña? Una abrumadora mayoría de españoles escoge habitualmente la primera opción, aunque como en todo, hay grados y grados. Si queremos unas vacaciones lo más parecidas a una postal, bien podemos adentrarnos con las sandalias en la mano en las joyas costeras del turismo patrio.
Te contamos algunas playas paradisíacas que puedes visitar sin salir de España.
Incluso su nombre ancho y níveo nos infunde tranquilidad al escucharlo, y esto no es menor en vacaciones. En un entorno rural apenas tocado por la mano del hombre, esta playa asturiana destaca por su forma de llegar a ella, una de las claves para mantenerla protegida de las multitudes: solo puede hacerse a pie descendiendo por un acantilado. Tiene un mirador impresionante en el que puedes hacer algunas fotos al espectacular paisaje antes de iniciar la bajada.
Abajo, te esperan moles de roca natural que la protegen de los curiosos y dejan paso, al terminar la caminata, a aguas con un mazazo de color esmeralda y topacio. Tiene la ventaja de que, al ser menos accesible que otras playas de esta zona de Asturias, suele tener una afluencia de público más modesta. Tampoco echarás de menos la arena fina propia de otros remansos de la costa cantábrica. Precisamente son los cantos rodados los que le dan al agua ese color tan característicos. Las vistas, el silencio y el recogimiento harán el resto.
Puede sonar a tópico, pero el color del agua también puede ser determinante a la hora de elegir donde flotamos con los sueños prendidos en el pelo. En el caso de Ses Illetes, una de las playas más famosas del archipiélago balear, esta elección no es baladí: el agua es nítida como un espejo y la arena dorada y fina tiene un levísimo toque rosa palo en su tono. Parece que la han sacado del Caribe y la han traído intacta, fulgente, hasta nosotros. Es recomendable acceder a ella en un modo de transporte alternativo al coche, ya que en temporada alta las bicicletas no tienen vetado el acceso. Se puede practicar paddle surf, y hasta bucear para llenarse los ojos con las praderas de posidonia que tiene bajo sus aguas.
Si aceptas una recomendación, es mejor visitarla en los meses menos concurridos: junio, y todavía mejor, septiembre, cuando las hordas de alemanes con la piel crujiente no la jalonan y se puede buscar esa tranquilidad que suena tan bien en el papel pero que en la práctica resulta un poco más difícil de conseguir. Y al baño sigue la pregunta: ¿dónde comer? El restaurante Molí de Sal, sin duda.
Una cala, como se suele decir, dejada de la mano de Dios. Quizá no sea una recomendación típica, pero desde luego merece la pena por lo distinta que es a otras playas de Menorca, mucho más conocidas (y colonizadas por el vulgo). Este es el clásico rincón que un local te recomendaría sin dudar si le preguntaras por una playa tranquila, recogida y sin masificar, y desde luego el precio que se paga es un poco alto: la caminata de veinte minutos desde el aparcamiento.
Sin embargo, te gustará el aspecto marciano del paisaje: la arena de color rojizo y las aguas cristalinas con un toque de desolación. Desde luego, una playa para un paladar que guste de ese turismo discreto sin las señales de la civilización.
No hay que fiarse mucho de este nombre lapidario de cementerio. Viene de antiguo. Al parecer, la confluencia de distintas corrientes atraía los cadáveres de los marinos naufragados, circunstancia que ya no tiene papel en las vacaciones modélicas que andamos buscando. Merece la pena reservar al menos un día entero para disfrutar de este paraíso de aguas color turquesa, dentro del Parque Natural de Cabo de Gata.
En temporada alta es un lugar más concurrido que los anteriores, aunque en ningún caso llega a la masificación de las playas españolas mainstream, a evitar si lo que queremos es disfrutar de su kilómetro y medio de longitud. No es recomendable bañarse cuando hay viento, ya lo advierte toda guía que la recomienda: las olas son muy traicioneras.
Otro dato a tener en cuenta: libre absolutamente de zonas urbanizadas y de servicios, así que habrá que aprovisionarse bien de bebidas frías, nevera, tuppers y abuela postrada en su silla, al más puro estilo años 50. Uno casi quiere gritar: ¡menos mal, las vacaciones no serían lo mismo sin eso!
Un entorno natural sin apenas edificar, que conserva ese toque virgen de los paraísos inexplorados, han convertido a esta playa en una de las mejores de España. Más allá de los básicos en cualquier paraíso terrenal (arena fina, aguas de colores delirantes, tranquilidad, molicie y buenas vibraciones), el atractivo principal de Bolonia está en la duna de 30 metros de altura, situada en la zona oeste: arena móvil gracias al viento de levante, siempre en constante cambio, sepultando los pinos como una criatura que no quiere ser domesticada.