Cuando llega el verano, Roberto Arce (54), periodista y presentador de informativos en Cuatro, deja en la mesa del estudio los guiones, el ordenador, el estrés y arranca el coche para emprender un viaje hasta el último puerto donde, el año anterior, dejó al 'Nansen', su velero. Navegar siempre fue un sueño para él y ahora, que por fin lo cumple cada año, narra para Uppers su experiencia en esta nueva serie: "Largando Amarras".
Era posiblemente el momento más excitante que podía sentir de niño cuando comenzaban las vacaciones en familia: el instante en el que, tras esos viajes interminables en coche desde Madrid, rendido al sueño en el asiento de atrás, tus padres te despertaban al grito de: "¡Mira Rober, el mar!".
Abrir los ojos, desperezarte repentinamente y atisbar, con la mirada aún borrosa, esa inmensidad azul me provocaba un sentimiento que invariablemente, cada año, me hacía profundamente feliz. Esos viajes, por fortuna todavía sin videoconsolas ni móviles con los que perderte la vida que pasa por la ventanilla del coche de tus padres, me permitían pasar las últimas horas del viaje absorto, casi hipnotizado por su imponente compañía ya cercana, apareciendo y desapareciendo desde la carretera que transitaba junto a la costa.
La imaginación hacía el resto: barcos piratas, islas misteriosas, enormes criaturas marinas a las que debía vencer… El repertorio de aventuras era tan grande que sabía que me faltarían días de vacaciones para poder llevarlas todas a cabo.
Supongo que hay experiencias que te marcan en la niñez, y cuando anidan en tu corazón no se borran nunca. Porque en realidad, salvo jugar a ser capitán pirata a bordo de una colchoneta, nunca me embarqué en un velero, ni aprendí a navegar, salvo algunos paseos en lancha, ni conocí más mares u oceános que el de la playa mediterránea, atestada de turistas, en la que pasábamos los meses de agosto. Bastaba la fantasía de un niño y unos cuantos libros de aventuras en la maleta.
Así que tuvieron que transcurrir más de veinte años hasta que, en esa misma playa, un amigo me propuso convertir los sueños de infancia en algo más que un juego:
- "¿Nos compramos un velero a medias?"
Comprar… Eso no estaba en mi diccionario de juegos de la infancia.
Ya había comenzado mi vida profesional, tenía un trabajo estable como periodista, qué tiempos, y ninguna carga familiar. Pero comprar un velero… Eso es de ricos, ¿no? Ese es el gran mito, como casi todos, fundado en verdades a medias, especialmente en países como España que, a pesar de tener más kilómetros de costa que la mayoría de los países mediterráneos, considera la náutica como un lujo.
Y lo cierto es que haciendo cuentas, es desde luego un sacrificio, pero también una opción frente a otras formas de veranear digamos más convencionales. Sí, tener un barco es caro, sobre todo mantenerlo. Pero el precio de un velero de 10 metros, con dos o tres minúsculos camarotes donde pasar tus vacaciones, no cuesta más que un pequeño apartamento en la costa. Y al igual que un apartamento puede alquilarse, un barco también. Como propietario, o, más sensato y económico, como arrendatario.
Así que lo que había sido un sueño de infancia, gratis total, se iba a convertir en una operación financiera mucho menos romántica, pero también a fin de cuentas en una colosal aventura.
La empresa que nos hizo la oferta 'chartearía' el velero las semanas de temporada alta que no lo fuéramos a utilizar, y ese dinero, descontado una comisión y gastos de mantenimiento, nos serviría para aligerar mucho las cuotas del crédito.
Las cuentas, entre tres amigos, más o menos nos salían, así que nos embarcamos en un viaje, que treinta años después aún no ha concluido.
Con el paso del tiempo, escaparte mar adentro, dejar por la estela los problemas, el estrés, el gentío de veranos masificados, alejarte de una costa para recalar en otra remota y desconocida, se ha convertido en mucho más que una ilusión pasajera.
Es un modo de veranear, sí, pero es también una pasión, y espero que algún día un modo de vida. El sueño de un niño de ya 54 años sigue siendo el mismo: descubrir océanos, surcarlos y llegar al otro lado del horizonte.
Un anhelo que se empezó a hacer realidad cuando zarpé por primera vez en nuestro velerito 'Dune', que continuó años después en infinidad de barcos de alquiler, y que desde hace ya más de una década prosigo con mi familia, a bordo de nuestro actual velero, el 'Nansen', con el que llevamos años recorriendo de verano en verano, de Oeste a Este, el Mediterráneo.
Empezamos en las costas de la Comunidad Valenciana y Baleares, redescubriendo, casi palmo a palmo durante años, sus calas puertos y bahías. Pero hace ya unos años buscamos llegar más lejos: a la Costa Azul francesa, y luego a Córcega, Cerdeña, Sicilia, Calabria, la costa Jónica y el Egeo en Grecia.
Para llegar a esas longitudes nos resultaba imposible ir y volver en un mes de vacaciones, a bordo de un barco que se desplaza en el mejor de los casos a 7 nudos, es decir, a unos 12 kilómetros por hora. Así que un día, nuestro velero zarpó de España para no regresar, aunque nosotros, qué remedio, sí lo hagamos.
Cada invierno lo dejamos solo, en puertos o varaderos, preparado para seguir llevándonos en una travesía que de momento no tiene puerto ni destino final, salvo el que nos marque la propia mar, o los avatares de la vida en tierra.
Me gustaría, en esta página de Uppers, dirigida a las personas que en nuestra plenitud podemos ya empezar a hacer realidad alguno de nuestros sueños, narraros cómo han sido esas travesías inolvidables por un castigado Mare Nostrum, pero en el que aún se conservan rincones y parajes maravillosos y razonablemente a salvo de nosotros mismos.
Y, sobre todo, entre partidas y recaladas, el placer, que no necesariamente comodidad ni lujo, más bien en muchos casos todo lo contrario, de hacerse a la mar y navegar. No es tanto una guía de viajes a vela, que también, sino narraciones y relatos para quienes quieran compartir y sentir esa sensación, casi esa necesidad vital, de poder dejar tierra firme y, ante un compás de 360 grados, decidir, cada verano, aunque sea por unos días, tu propio rumbo.