Para Javier y Mar estas vacaciones han avanzado bajo la intransigente ley de Murphy. Es decir, si algo podría salir mal, ha salido rematadamente peor. Todo. Hasta el tópico de la tostada que siempre cae por el lado de la mantequilla se cumplió en la primera parada de su viaje con destino a Matalascañas (Huelva). En lugar de mantequilla, aceite y tomate. "Todavía más pringoso", remata Javier, de 55 años. Está convencido de que en caso de que aún usase plano para seguir una ruta, el dato más importante se perdería entre los pliegues del papel (otro de los supuestos de este maléfico principio). Afortunadamente, llevan GPS en el coche y llegaron al apartamento alquilado.
"Digo mal -añade-, el apartamento reservado y pagado no existía. Al menos no era el de las fotos de la plataforma. La terraza del ático resultó ser comunitaria, en lugar de privada, no había ascensor para un quinto piso y su interior quedaba reducido a la mínima expresión". Diez horas después de su salida, desde la localidad madrileña de Alcorcón, Javier había perdido ya una parte de sus vacaciones de 15 días refunfuñando por unas cosas u otras. Al recordar todos estos incidentes, Mar, de 47 años, cree que su carácter le inclina a su marido a interpretar las cosas de modo tan negativo, en lugar de asumir que, en vacaciones igual que el resto del año, también ocurren calamidades. "¿Por qué nos avergüenza a admitirlo?"
No es que el universo conspire contra unos pocos veraneantes. Cuando Uppers indaga, enseguida aparecen testimonios de personas que han pagado apartamentos inexistentes y han sufrido alojamientos en malas condiciones, playas más abarrotadas de lo esperado, incumplimiento de contratos o intentos de phishing o engaños para compartir información confidencial, como contraseñas y números de tarjetas de créditos. Son fenómenos que se repiten cada verano, según la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), y más este año cuando, debido a la pandemia, el turismo se ha decantado por los chalets y apartamentos alquilados, frente a los hoteles, buscando una mayor seguridad frente al coronavirus. Sin embargo, si no fuese por las denuncias, muchas de estas estafas pasarían desapercibidas porque, como nos confirma Sandra Santos, directora de Psicología Hemisferios, "la idealización de las vacaciones nos impide confesar que ha habido imprevistos que han deslucido nuestro verano".
Esa tendencia a elevar estos días de descanso por encima de la realidad nos aboca a una tolerancia muy baja a la frustración. "Nos desilusionamos por un detalle o nos decepcionamos porque las expectativas creadas en nuestra mente no se cumplen y esto hace que aumentemos los niveles de estrés y ansiedad", explica la psicóloga. La naturalidad no va a cambiar los acontecimientos, pero sí puede ayudar a actuar de un modo más efectivo buscando un plan de acción que permita un veraneo lo más divertido posible, en lugar de dejar que se nos escape entre enfados y tensiones. "No merece la pena -indica Santos- estar en alerta constante".
Ese gran tabú vacacional se agudiza si lo trasladamos a las relaciones de pareja. Viajamos convencidos de que la luz del sol y la playa serán suficientes con sus beneficios para neutralizar los conflictos que ya arrastramos o cualquier contratiempo que amague con empeorar aún más la situación. El mes de septiembre sigue siendo, un año tras otro, el mes de los divorcios. Si la pareja no funciona, ahora las señales pueden ser fulminantes. Hay que compartir muchas más horas, lo que obliga a enfrentarse a la realidad: rechazo sexual, silencios incómodos, tristeza, desagrado o discusiones.
Santos confirma que 2021 ha vuelto a ser un año complicado para los matrimonios. "A las restricciones por la pandemia se ha unido la incertidumbre económica y eso ha hecho mella. El verano sirve de punto de inflexión para reflexionar y valorar si la mala racha pasará o si será mejor la ruptura. Los niveles de estrés no son buenos para decidir". Tampoco el calor. "La ola de calor ha afectado a nuestro estado de ánimo. Todos estamos más cansados, malhumorados, apáticos y desganados. Nos cuesta conciliar el sueño y respondemos más impulsivos que de costumbre", confiesan Mar y Javier.
Pero nuestros protagonistas no han terminado el relato de sus calamitosas vacaciones. Javier ha perdido recientemente una parte considerable de su cabello y sus entradas, que han dejado de tener su protección natural, lucen unas quemaduras muy poco atractivas. "Debería haberme puesto protector, pero ya sabemos que nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena", bromea. Con su bronceado irregular, su fastidio por todo lo que no salió según lo previsto y el amor haciendo cabriolas para encontrar un equilibrio, Javier y Mar pusieron rumbo de nuevo a Alcorcón.
Como era previsible, la carretera presentaba el tráfico habitual de la operación de vuelta y, fiel a la ley de Murphy, Javier creía constantemente que la otra cola era más rápida y se pasó el camino de vuelta gruñendo por los atascos y haciendo todo tipo de virguerías con el volante para esquivar la exasperante pachorra de los demás conductores. A 50 kilómetros de Madrid, su todoterreno de 12 años se paró, terminando de malograr sus ya ruinosas vacaciones. Un fallo en el termostato provocó que la aguja de la temperatura alcanzase la zona roja del indicador y, como consecuencia, el coche les dejase tirados en el arcén de la carretera. Lo que se dice un calentón en toda regla, pero sin connotación erótica.
¿Mala suerte? ¿No sería que las altas temperaturas y el sobreesfuerzo tuvieran algo que ver? Es una de las averías de coche más frecuentes en verano, pero había una razón más: había aplazado hasta octubre la revisión anual. Su coche es uno más de esos siete millones que han circulado este verano, según la Dirección General de Tráfico, con un mantenimiento inadecuado. Esto, y que el parque automovilístico español alcanza una media de 13,2 años, hacen que las probabilidades de que un conductor sufra una avería en verano sean elevadas, informa la DGT. El 30% se originan en la batería, pero hay también reventones, problemas en el sistema de frenado y contratiempos variados con el aire acondicionado.
Esta es la crónica real de Mar y Javier de sus vacaciones en Matalascañas, en agosto de 2021. La que escucharán sus amigos y colegas de trabajo se centrará en largas caminatas por la orilla del mar a primera hora de la mañana, sol, partidos de pádel, buena gastronomía y tiempo para conversar y disfrutar de bonitos paisajes. Su sonrisa y su aspecto saludable les permiten lucir la máscara inequívoca de la felicidad. Lo cierto es que cuando llega septiembre, ahora sí, todo es maravilloso, según decía The Rocking Boys, una vieja banda de rock gaditana.