El móvil, la tablet, el portátil… Los menores están continuamente expuestos a videojuegos y apps. Y la llegada del verano agrava las preocupaciones de los padres sobre el tiempo que sus hijos dedican a los juegos electrónicos. Es el caso de Almudena y su hija Adriana, de 15 años. Acaba de llegar a España después de pasar el año estudiando en Estados Unidos y muestra una fuerte dependencia respecto al móvil. "No conseguimos que se despegue de él. Se mensajea con los amigos continuamente y a todas horas. Y últimamente también juega con el móvil y está bajándose aplicaciones. Es muy fácil engancharse", asegura Almudena.
Este caso no es aislado. Según datos del último informe de la empresa de seguridad digital Qustodio, ‘Del cambio a la adaptación: viviendo y aprendiendo en un mundo digital’, los menores españoles pasaron en 2021 una media diaria de cuatro horas ante pantallas.
La industria del gaming se ha consolidado en el mercado nacional. Según un informe de la Asociación Española de Videojuegos, España cuenta con 18 millones de videojugadores, de los cuales más de tres millones son menores de 14 años. El gaming es el décimo mercado mundial en la industria del entretenimiento online, según datos de la consultora Statista. Se trata de un sector al alza que ha experimentado enormes transformaciones en la última década. Atrás quedaron los tiempos en los que los videojuegos se compraban en una tienda física y no se volvía a pagar por ellos. La llegada de internet ha provocado que cualquier juego electrónico pueda ser adquirido de manera online y ofrezca a sus jugadores micropagos. Es decir, un modelo de negocio que permite a los usuarios obtener elementos virtuales en el juego a cambio de dinero real.
Son herramientas que incluyen mejoras en los juegos, pero que también suponen un peligro para los padres. No sería la primera vez que un menor causa problemas a su familia por gastar dinero en mejoras o actualizaciones de sus videojuegos favoritos.
Hay tantos micropagos como variantes en los juegos. Desde “free to play” hasta “loot boxes”. Los primeros hacen referencia a aquellos juegos gratuitos que incluyen mejoras para desbloquear objetos, potenciar experiencias o perfeccionar la estética. Es el caso de Roblox, Brawl Stars, Clash Royale o Among Us, cuatro de los cinco videojuegos más usados por los menores, según datos de Qustodio.
Por otro lado, las “loot boxes” son cajas de botines o recompensa por las que pagas con dinero real a cambio de un premio aleatorio. Es un clásico en juegos como el FIFA o el Fortnite. Sin embargo, el Ministerio de Consumo está tramitando una ley para regularlas por su similitud con los mecanismos usados en los juegos de azar tradicionales, que pueden derivar en conductas compulsivas o patológicas. De hecho, según datos del Plan Nacional sobre Drogas del Ministerio de Sanidad, tres de cada diez menores gastaron dinero en videojuegos en 2021.
Para evitar que nuestros hijos formen parte de ese 30% de menores consumidores en videojuegos, los expertos recomiendan a los padres evitar configurar las tarjetas bancarias en herramientas que los menores utilicen para jugar. Hay que ser consciente de que, aunque muchas veces los niños sepan que no pueden usarlas, los juegos electrónicos están diseñados para fomentar el gasto y los menores pueden verse empujados por la propia app a ello.
"Los micropagos no solo son un riesgo para la adicción de los niños a los videojuegos, sino también para las economías familiares. Las apps de juegos están diseñadas para fomentar el pago de mejoras o desbloqueos y no es tan raro que un niño se deje llevar por ello. Por ello, los padres han de estar muy alerta y procurar controlar el uso de tarjetas bancarias en el móvil para evitar que se queden guardadas en las apps de juegos”, explica Eduardo Cruz, CEO y cofundador de la empresa de seguridad online Qustodio, especializada en control parental.
Al margen de las limitaciones en el uso de tarjetas, la reducción del tiempo de pantallas es fundamental para que los adolescentes se sumen a las propuestas que ofrece el mundo real, lo que a veces exige una mayor cohesión familiar, algo, sin duda, exige mejoras en los tiempos de conciliación.