Cuando los hijos llegan a la adolescencia, la familia se enfrenta a un Big Bang emocional. Comienza una etapa de cambios, de descubrimientos, de altibajos, una época de sorpresas en la que se transita de la niñez a la edad adulta. Padres y madres viven años de desconcierto e inquietud: los hijos se transforman en la precuela del adulto que serán y mientras eso sucede, el clima familiar se resiente.
También es un momento delicado en la formación de la personalidad de nuestros hijos. Si nos excedemos repartiendo más responsabilidades de los que les corresponden, crearemos desapego y personas poco empáticas. Sin embargo, si no dejamos que asuman ninguna, estaremos formando seres dependientes.
Lidiar con adolescentes entraña riesgos. Tememos no saber gestionar tantas emociones a flor de piel. Pero si lo pensamos bien, ¿realmente estamos hablando de un agujero negro en la vida de la familia? No te enfrentas a nada desconocido. Recuerda cómo te sentías en esos años y compara con lo que tienes en casa.
Es un hecho científico. A partir de los 13 años, dependiendo de la madurez de cada uno, nuestro cerebro se hace más receptivo a las voces de los otros. Hasta ese momento, las voces de madres y padres son prioritarias para el niño, pero cuando se llega a la adolescencia, el radar se amplía. Y las voces y opiniones de los otros, especialmente de los amigos y las personas relevantes, cuentan.
Esto mismo te ocurrió a ti hace unos 40 años, cuando tenías esos amigos y amigas del alma con los que coincidías en todo, a diferencia de tus padres, unos señores que vivían en tu casa y que ordenaban, exigían y decían que no a casi todo. ¿O no los veías así?
Cuando aprendemos a dibujar, empezamos haciendo copias de objetos, modelos o cuadros. En este caso, ocurre lo contrario: para construir su personalidad el adolescente hace la copia en negativo de sus progenitores.
Crea su nuevo yo por oposición, lo que proporciona momentos de tensión, furia, y ya pasado el enfado, un poso de tristeza. Los padres no entienden nada y los hijos empiezan a situarlos entre las personas en las que no pueden confiar. Pero, admítelo, tú también fuiste el reflejo negativo de tus padres.
Quizá es la parte más dura de la crianza: el día que descubres en tu hijo esa mirada desinteresada. Ya no eres su principal referente, no hay gestos de cariño, emoción y agradecimiento. Ahora se fían más de amigos, youtubers, tiktokers o influencers. Te ponen a prueba preguntándote cosas de la actualidad teen que a duras penas comprendes. Y se convierten en una especie de provocadores profesionales. Allí donde detectan que hay un tema sensible, dirigen sus fuerzas. Algo así hacías tú cuando cantabas canciones irreverentes (¿alguien se acuerda de Las Vulpes y su 'Quiero ser una zorra'?) o hacías preguntas-trampa para confirmar que, efectivamente, tus padres eran una antigualla. Irónicamente, la antigualla ahora eres tú.
Es otra certeza dolorosa: antes te los comías a besos y ahora te rehúyen. Hay que entenderlo. Los adolescentes se han enfrentado a un asombroso cambio físico en muy poco tiempo. A veces no comprenden su propia transformación y les genera cierta vergüenza. Además, en su afán de demostrar que ya son 'mayores', les parece innecesario el contacto físico, algo que sí copian de los adultos.
Cada vez que rechacen un beso o un abrazo, piensa que tú también lo hiciste. Tampoco entendías tu cuerpo y no te apetecía estar disponible para tus padres y aguantar los típicos comentarios de, por ejemplo, cuánto has crecido, eufemismo de ¿en qué te has convertido?
Se trata del factor que crea más conflictos. Con la adolescencia llega la asunción de que como casi-adultos (pero adultos, al fin y al cabo) ya no hay horarios ni reglas. Disputar cada permiso de entrada y salida, las actividades que sí se puede o no se puede hacer, el tipo de indumentaria, el orden (más bien, desorden) de su cuarto y de otras zonas de la casa... Un campo de minas doméstico que puede acabar sin víctimas ni efectos colaterales o con rachas de castigos, muchas veces inútiles e imposibles de cumplir.
Echando la vista atrás, recordarás aquellas broncas por las horas de llegada, las estratagemas para arrancar unos minutos de más, la 'peculiar' manera de contar la realidad, eso de no querer dar explicaciones... ¿Te suena?
Si tienes hijos adolescentes, es posible que te hayas sentido identificado con todos o alguno de los factores anteriores. Se trata de ritos de paso por los que todos transitamos. En esto consiste la adolescencia, descubrir quién quieres ser, tomando riesgos que son necesarios para explorar, descubrir el mundo y crecer como persona. Y aunque a veces sea difícil dejarles experimentar, caer, y equivocarse forma parte del proceso de convertirse en un ser adulto.
Cuando se nos haga duro, pensemos que el orden siempre viene precedido por el caos y que tenemos que lidiar con nuestros adolescentes haciéndoles saber que estamos ahí, especialmente cuando fallan y caen. Que lo que se llama 'buena suerte' tiene sus reglas y que siempre seremos su faro y su amparo. Aunque parezca que nos rechazan, necesitan calor y cariño. Como padres, debemos aprender a quererles cuando menos lo merezcan porque será cuando más lo necesiten.