Puede que estos días te veas a la puerta de un colegio viendo cómo tu hijo se reencuentra con sus amigos. Cuando los ves abrazarse, te invade cierta melancolía: piensas en aquellas amistades de tu niñez o tu adolescencia y en lo natural que era disfrutarlas.
De pequeños, hacer amigos era fácil. Estaban en el colegio, entre los vecinos, en el pueblo de tu familia o en la playa a la que acudías año tras año. Eran amistades no siempre largas, pero sí muy satisfactorias. Te hacían feliz. Hasta que llegaste a los 50, hacer amigos era la consecuencia natural de exprimir la juventud, los primeros trabajos, la experiencia de tus primeras parejas, la creación de tu familia... ¿Qué impide que todo siga igual?
Empecemos por lo más triste. A los 50 es posible que te hayas quedado sin los amigos de toda la vida. Algunos porque, desgraciadamente, ya no viven y otros, porque han cambiado de entorno. Las circunstancias de la vida adulta pueden hacer que amistades que parecían duraderas terminen en el fondo de nuestro armario emocional.
"¡Cómo hemos cambiado!" cantaba Presuntos Implicados. En este caso, la letra también podría ser "¡cómo nos han cambiado!". A veces puede haber una modificación real de creencias o de estilo de vida, pero en otras ocasiones la distancia geográfica o de entorno social puede acabar con la amistad más sólida.
Seguimos con la música (ahora un bolero): "Dicen que la distancia es el olvido". No es necesariamente cierto. En los tiempos del mail, el whatsapp y las vídeo-llamadas no tendríamos que dejar de contactar con alguien solo porque está lejos. Pero la relación se quedaría corta. La amistad implica siempre compartir experiencias y tiempos, lo que nos lleva al siguiente punto.
Trabajo, casa, obligaciones familiares. Es una triada tan necesaria como exigente. De hecho, puede consumir el tiempo que debemos dedicarle al ocio, los amigos o la sana costumbre de no hacer nada. En el caso de los amigos, si de verdad queremos una amistad perdurable, hay que invertir tiempo. Según un estudio publicado en el Journal of Social and Personal Relationships hacen falta más o menos unas 50 horas para considerar a alguien un amigo casual, 90 para considerarlo un amigo de verdad y 200 para una amistad íntima.
Piensa detenidamente cuánto tiempo llevas sin llamar a alguien, proponerle alguna actividad (y hacerla juntos) o compartir con él algo apetecible.
Hay que asumirlo. Igual que con la edad pueden aparecer canas, arrugas y alguna enfermedad crónica (todo esto preferiblemente en pocas dosis), con los años hay una menor capacidad de hacer amigos. Un estudio realizado en 2016 por las universidades de Aalto (Finlandia) y Oxford (Reino Unido) demostró que con la edad se reduce nuestro círculo de contactos. A través de las llamadas de los teléfonos móviles de quienes participaron en el estudio, concluyeron que nuestra capacidad de hacer amigos alcanza su máximo sobre los 25 años. Desde ahí se inicia una caída abrupta, especialmente en el caso de los hombres, cada vez con menos amigos según van cumpliendo años.
A veces ocurre por falta de curiosidad y confianza en el otro. A veces porque no queremos relacionarnos con quienes creemos diferentes. Con la edad, tendemos a creer opiniones parecidas a las nuestras y a buscar la compañía de quienes nos parecen iguales. En un sesgo que termina limitando nuestros contactos y que puede ser decisivo cuando la vida ya impone algunas distancias. El problema no es que perdamos relación con algunos contactos, es que no los reponemos.
Es innegable que lo abierto o cerrado que sea un determinado entorno cultural va a facilitar en mayor o menor medida que hagamos nuevas amistades. Hay personas muy sociables que son capaces de relacionarse en todas partes, excepto en aquellas donde haya un clima de reserva. En estos casos, no es imposible tener amigos, pero lo más probable es que sean 'amigos políticos', personas con las que hay una afinidad que con el tiempo quizá dé origen a una relación más auténtica.
A estas alturas quizás te estés preguntando si no hay nada bueno en cumplir años, tener menos amigos o ser más cauto a la hora de engrosar tu agenda. Lo cierto es que también hay ventajas. Muchos de los amigos de juventud eran el resultado de una relación de conveniencia: los hijos de los amigos de los padres, los compañeros de cole que vivían cerca, el colega de trabajo con el compartíamos trayecto a casa, las personas con las que coincidíamos en una clase o en cualquier otro ámbito... Esos encuentros frecuentes podían dar fruto o quedarse en algo coyuntural que el tiempo sí logra borrar.
En principio, las amistades maduras reposan en una base de valores comunes, gustos y aspiraciones parecidas. Cuando los amigos quieren ser amigos es menos probable que surjan conflictos y más fácil poder disfrutar de experiencias compartidas. Y eso, el recuerdo feliz y compartido, es lo que da origen a la verdadera amistad, al margen de los años.