Harry y su libro de memorias cargado con acusaciones bomba tienen alborotado a todo el mundo, empezando por la Casa Real británica, cuyos muros no han dejado de temblar desde que se tuvo noticia de la publicación. El comportamiento del príncipe es, para una gran mayoría de los británicos, irreflexivo, infantil, atolondrado, desafortunado y propio de un "calzonazos". El resto sigue la crónica con perplejidad y algunos sienten compasión. En su relato siempre vuelve al momento en el que falleció su madre, la princesa Diana. Insiste en ello desde que abandonó, junto a su esposa, la vida palaciega. En documentales, entrevistas, declaraciones privadas y, ahora, en 'Spare' ('En la sombra'), la biografía convertida en superventas en solo unas horas.
Si quitamos coronas y joyas, criados, niñeras y protocolo, concluiremos que la infelicidad de esta familia se asemeja a la de cualquier otro hogar cuando se desestructura o pierde a un ser querido. ¿Hay una manera más sana de saldar cuentas con el pasado? ¿En qué puede derivar un duelo complicado?
Hablamos con José Carlos Bermejo, experto en duelo y director del Centro San Camilo de humanización de la salud. En su opinión, el duelo es uno de esos temas tabú sobre los que no se nos educa a vivirlo sanamente, ni se nos enseña el arte de decir adiós y de reinstalar a los seres queridos con un buen recuerdo y la dosis justa de melancolía. "Hay personas que no saben despedirse, que niegan las despedidas, que las posponen o que las viven solo como experiencia negativa, con reacciones poco constructivas".
Si volvemos al libro de Harry, él dice que ha pasado más de dos décadas tratando de reconstruir aquella noche y los días siguientes al funeral, cuando la palabra cadáver la sentía como "un puñetazo en la boca del estómago" y cuando ni siquiera fue capaz de llorar. "A lo mejor había aprendido demasiado bien, había absorbido demasiado a fondo la máxima familiar de que llorar no era una opción", escribe. Recuerda que durante las exequias mantuvo un pedacito de su hermano William siempre a la vista "con el rabillo del ojo" y eso era lo único que le daba fuerza.
"Expresar los sentimientos, aprender a nombrarlos abiertamente, constituye no sólo una posibilidad de drenar emocionalmente y liberarse de buena parte del sufrimiento producido por la separación, sino también dar densidad y significado a la separación, escribir el último capítulo del libro de la vida de una persona y levantar acta de la propia muerte", dice Bermejo. A Harry no se le permitió. El día que murió su madre, se quedó esperando el abrazo de su padre. A pesar de que guarda recuerdos muy afectuosos de él, dice que le costaba comunicarse, escuchar, mantener cualquier contacto íntimo cara a cara. De vez en cuando le dejaba una carta sobre la almohada diciéndole lo orgulloso que se sentía de él por algo que había hecho o logrado. Él sonreía y la guardaba, pero se preguntaba por qué no se lo había dicho unos instantes antes, cuando le tenía enfrente.
En su libro 'La escucha que sana', Bermejo asegura que "escuchar puede, efectivamente, ser la mejor terapia en medio del sufrimiento por la pérdida de un ser querido. Encontrarse gracias a la escucha significa aventurarse a la proximidad, al riesgo de cargar sobre sí el peso del dolor ajeno, a la experiencia de actualizar la pobreza personal que supone el no saber qué decir ni tener nada que entregar. Invitar a narrar y preguntar cómo han sucedido las cosas, cómo ha vivido los últimos días, suele ser una estrategia que desencadena fácilmente el drenaje emocional".
El príncipe revela que ha tratado de exponer una y otra vez su punto de vista. La última, tras la muerte de su abuelo, el duque de Edimburgo. "No estuve muy fino", reconoce. Seguía nervioso, luchando por mantener a raya sus emociones y tratando de que el encuentro no degenerase en una nueva discusión. "Sin embargo -añade-, no tardé en descubrir que eso no dependía de mí. Mi padre y Willy tenían que poner de su parte, y ellos habían acudido listos para una pelea". Empezaron entonces los reproches y "las mismas acusaciones que llevábamos meses -años- lanzándonos". Se acaloraron tanto que el rey Carlos levantó las manos y se interpuso: "Por favor, chicos, no convirtáis en un suplicio mis últimos años", suplicó.
Escenas como estas se repiten entre la gente común después del fallecimiento de un ser querido si no se elabora el duelo del modo correcto, algo que, según las investigaciones de Bermejo, ocurre con más frecuencia de la deseada. El dolor es, en su opinión, la factura que se paga por amar, pero hay formas constructivas de hacer el duelo. Ni siquiera olvidar es la indicación más adecuada. Él aconseja el recuerdo como terapia, que es más que la memoria. "Bien utilizado, puede cubrir el vacío generado por la pérdida, aunque hay recuerdos heridos que piden ser sanados porque vienen con sentimientos de separación, ansiedad, miedo o sospecha". Aprender a recordar sanamente comporta "desembarazarse" de aquella memoria que solo hace sufrir y puede derivar en patología.
Bermejo, autor de un libro que ha titulado 'Las siete tareas espirituales del duelo', proponer una forma de elaborar este proceso que exige perdonar aquello que sigue pendiente.