La reivindicación de los derechos LGTBIQ+ sigue siendo necesaria en pleno 2023. Todo pese a un largo recorrido en el que los que hoy son los mayores del colectivo, sufrieron las represalias de ser quienes sentían que eran. Era delito su mera existencia. Por eso es tan importante poner en valor a los mayores, con los que trabaja principalmente la Fundación 26 de Diciembre, presidida por Federico Armenteros. Un lugar que nace para “dar respuesta a las necesidades de las personas mayores. Ser puente para su participación activa en la sociedad e intentar solucionar el problema residencial”.
Armenteros tiene claro que una de las cosas que más necesitan los mayores de 65 años del colectivo “es el reconocimiento que todavía no se nos ha dado. No nos han pedido perdón por la Ley de peligrosidad social ni de vagos y maleantes”. Vivir siendo delito. Eso fue lo que muchos soportaron durante años y que hoy tiene consecuencias en sus vidas. “A muchas personas esa situación les ha provocado enfermedades mentales que, a la larga, genera deterioro cognitivo. Nos hacemos cargo de personas a las que les hicieron enfermar”, cuenta el presidente de la Fundación en una charla con Uppers.
Uno de sus principales objetivos es combatir “la soledad no deseada que desde pequeños nos inculcaron”. Para ello, llevan varios años trabajando en poner en marcha en Madrid la primera residencia para mayores LGBTIQ+, algo que no está siendo fácil en cuanto a financiación, pero siguen insistiendo en la importancia de su creación. “Se necesitan espacios en los que los mayores puedan interactuar, socializar, empoderarse y poder ser un ciudadano como cualquier otro. En muchos casos son personas vulnerables que necesitan un acompañamiento más especializado”, reclama Armenteros.
¿Cuál es tu principal reivindicación para el Orgullo 2023?
Que estamos de pie. Ya no estamos de rodillas como nos pusieron ellos en la historia, como nos humillaron. Había una ley contra nosotros. Vamos a defender lo nuestro, los derechos humanos.
Creciste en los 60 y 70, ¿fuiste consciente de tu orientación sexual desde pequeño?
Sí, pero también sabía que no era mi sitio, que estaba en una sociedad donde eso no te lo permitían. Me caló la homofobia interiorizada porque eso no estaba bien visto. Si hubiera tenido referentes… No teníamos y los que había eran malísimos porque era gente a la que odiaban y pegaban. El único referente era Rodolfo, el león de Mari Carmen y sus muñecos. Era algo que veíamos como positivo, a un león, desde un respeto y una normalización que en esa época no había. Nos obligan a ser ‘normales’, a reprimirnos, porque lo tuyo no vale, lo que vale es la heteronormatividad.
¿La transición fue más liberadora que el franquismo?
No lo fue. En la transición ya no entrabamos en la cárcel por ser homosexuales, pero seguíamos teniéndolo todo muy interiorizado. Se hablaba de nosotros, pero siempre desde una perspectiva negativa. Ahí está el caso Arny o el caso Wanninkhof, les destrozaron la vida. No estábamos tan fuertes como lo estamos ahora.
¿Cómo enfrentaste la denuncia de tu madre?
Huyendo. Me fui a Navacerrada, a un centro de discapacidad. Primero me refugié ahí y después en la Iglesia, me hice religioso, donde más me descoloqué. Me costó dar un viaje muy grande para poder salir con casi 40 años, con terapias de aceptación de quién era. Por suerte estaba muy bien acompañado. Es verlo desde lo positivo, porque ese viaje me ha dado una hija.
¿Cómo fue salir del armario?
Lo hice cuando estaba empoderado y superé mis miedos a que me dejasen solo. Le tenía miedo al abandono y a la soledad. Pensaba que era buena persona, entonces ¿por qué tenía que quedarme solo? Cuando empiezo a comunicarlo todos me decían: ‘menos mal que has salido, ya era hora, ya lo sabíamos’. El único que no lo sabía era yo. Mi hija me dijo con 10 años: ‘¿papá eres gay?’.
¿Cómo recuerdas tu matrimonio con tu exmujer?
La sigo queriendo, es una persona muy importante en mi vida, pero llega un momento en la vida en el que no puede ser. A ella también le supuso un coste. Cada vez que voy a Galicia es parte de mi vida, no ha habido una ruptura y mi marido ahora también es parte de esa familia, una que acoge y que entiende. Sobre mi hija, nunca me he despreocupado y ningún juez me tuvo que decir lo que le tenía que dar de pensión. Sabía que tenía que estar con ella y estar con ella. Para lo que necesitara, ahí estaba yo.
Un deseo para los mayores LGBTIQ+ de aquí a diez años
Que podamos seguir siendo más visibles, más empoderados, y que podamos elegir donde queremos ser cuidados. Conseguir unas pensiones mucho más dignas.