Todos conocíamos este verano que las hijas de los reyes de España, la Princesa Leonor y la Infanta Sofía emprendían nuevas etapas fuera de casa y lejos de sus padres. Por norma general, es ley de vida que los hijos se marchen y hablamos de un tema físico, pues es difícil que se produzca la ruptura emocional, la de ese lazo invisible que une de por vida progenitores con hijos.
El querer “volar” llega para todos y ese deseo de independencia (que no significa que siempre sea viable, menos hoy en día) está ahí. Los expertos lo identifican como un “proceso complejo y delicado”, donde hay que darse tiempo y aprender a enfocarse en un nuevo modelo familiar. Algunas familias como las que siguen nos hablan de estas situaciones.
Sagrario y Jose Ángel, un matrimonio que ronda los 50 años, tienen hijos de 18 y 25 años que inician sus caminos fuera de su hogar en Mondoñedo (Lugo). Daniel, el menor, inicia en septiembre sus estudios universitarios de Farmacia en Santiago de Compostela y Nerea ha decidido independizarse e irse a vivir con su novio a Barcelona, donde quieren abrir una cafetería.
“Como padres sabemos que va a pasar, que llegará el día en que no viviremos todos bajo el mismo techo, pero cuesta hacerse a la idea y escuchar tanto silencio o no oír gritos de 'mamá'/'papá' esto o aquello. Al final duele que no te reclamen y falta el cariño físico”, asegura Sagrario esbozando una sonrisa tímida.
Graciela, de 28 años, es hija de Antonia, enfermera y viuda. “A mi madre le supuso una gran pena y sufrimiento que me fuese de casa. Me decía que no iba a tener con quien hablar o salir. La verdad es que entiendo que ha de arroparse en su círculo de amigos más íntimo y salir más con ellos. Intento llamarla frecuentemente y visitarla siempre que puedo para que se sienta acompañada. Soy su mayor apoyo”, explica.
"A pesar de ser algo natural, el nido vacío converge con muchos temas, provocando varios cambios a la vez, algo que hace que sea un proceso delicado y complejo”, destaca Buenaventura del Charco, psicólogo sanitario y autor de 'Hasta los cojones del pensamiento positivo' (MR Ediciones, Planeta).
Como explica el experto se hace difícil entender la “pérdida” de ese ser querido, ya que no se trata de un fallecimiento o divorcio, pero sí desaparece la unidad familiar conocida hasta el momento. “La familia continúa, pero la unidad familiar fallece”.
Dentro del matrimonio, Del Charco comenta, que vuelven a ser dos pese a seguir siendo padres porque ahora ejercerán de otro modo, de una forma “menos activa”, algo que implica volver a aprender a ser "casi exclusivamente pareja". Para el psicólogo esto puede verse desde un prisma positivo para recuperar ciertas áreas que han podido verse descuidadas o fagocitadas por la paternidad.
Por otro lado, argumenta que: “hay que saber rellenar el vacío”. “Hay parejas que no logran recolocarse tras muchos años siendo sólo padres”, subraya. Esta situación puede generar sentimientos encontrados: alegría e ilusión por ver a los hijos desarrollando su proceso vital, pero a la vez, pena, ansiedad o incluso rabia por marcharse lejos o desconectarse muy rápido del hogar (no llamar mucho, volver poco a casa...). “A veces, muchos padres viven con un sentimiento de culpabilidad o se sienten egoístas por no alegrarse por sus hijos”.
Todo esto puede conllevar cambios en el modo de relacionarse la familia. La marcha de los hijos, que suele ir de la mano de la adultez, puede suponer que se inicien relaciones más horizontales entre progenitores e hijos, de adulto a adulto. Este profesional insta a involucrarse en áreas abandonadas y permitir la llegada de opciones nuevas y diferentes. “Es importante sentir satisfacción al ver a los hijos avanzar en su propio proyecto vital y apostar por crear un nuevo modelo de relación familiar”, sostiene.
Llegado el momento en el que los hijos ya se saben gestionar solos para empezar a crear su propia vida, en ese preciso instante, es donde María Martínez Díez, psicóloga clínica sanitaria, creadora del Método Camino Kaizen ®, especifica que los padres sufren un duelo. “Es una etapa de adaptación brusca con el añadido del vacío”.
Una pareja con hijos deja de mirarse en exclusiva para mirar a los nuevos miembros que llegan y se forja una convivencia donde ellos son el centro, “son el origen de las alegrías y las preocupaciones”.
“Lleva un tiempo volver a tener conversaciones nuevas y hacerse a la idea del espacio vacío”, aclara la autora de 'Vivir en modo Kaizen' de Alienta Editorial (Grupo Planeta). La psicóloga puntualiza que pese a prepararse para el momento, siempre se sentirá la ausencia. Asimismo, remarca que uno puede optar por usar el tiempo del que se dispone de la mejor forma posible o vivirlo con pesar. “Uno puede volver a mirar y compartir con la pareja, poco a poco, de un modo progresivo antes de que los hijos se vayan”.
Como manifiesta Martínez, el vacío es, en su mayor porcentaje tiempo que antes se ocupaba en temas de los hijos y con el que ahora no se sabe qué hacer. “Resultan hábitos que ahora necesitan ser sustituidos por otros. Con esto el vacío desparece”"
La autora de 'Vivir en modo Kaizen' recomienda a los progenitores que se encuentran en esta etapa de sus vidas: