Hay muchos factores que explican por qué optamos por una u otra papeleta en las urnas. Con frecuencia se habla de la ideología y la identidad partidista como factores determinantes. Nadie ignora que la simpatía por el candidato, en determinados contextos, también puede pesar. Los temas de discusión de campaña, la gestión del gobierno o las promesas electorales pueden terminar de inclinar la balanza en contextos reñidos. Sin embargo, una cosa que estamos empezando a ver es que hay tres factores estructurales cuyo peso a la hora de decantar el sufragio está incrementándose en toda Europa.
El primero es la zona de residencia. Cada vez se constata con más intensidad que las zonas urbanas están girando más a la izquierda y hacia partidos verdes frente a un campo cada vez más conservador y a la derecha. El segundo es el sexo. Los hombres se están volviendo más conservadores y las mujeres más progresistas. Por último, el factor en el que centraré mi atención, también la edad incide en el voto. Los jóvenes y los adultos están tendiendo a diferenciarse en su preferencia política de manera creciente. Ahora bien, este cambio es bastante heterogéneo según el país, así que merece la pena entrar con más detenimiento.
En primer lugar, es importante descartar un mito, el del refrán español: “quien es joven y no es de izquierdas no tiene corazón, quien es mayor y no es de derechas no tiene cerebro”. Esta idea remite a la idea de que con la edad los ciudadanos nos volvemos más de derechas. Pues bien, la evidencia empírica señala que eso es falso. Los ciudadanos con el paso del tiempo nos volvemos más conservadores (en sentido amplio), si se quiere más cabezotas, cambiamos menos de opinión, pero no necesariamente giramos a la derecha.
La ideología de los ciudadanos se moldea en etapas tempranas a medida nos vamos socializando políticamente, un proceso que suele durar hasta la mitad de la veintena. Familia, escuela, amigos, medios… van perfilando, de manera gradual, nuestra visión del mundo en una telaraña de estímulos cruzados. De hecho, lo normal en un joven es que apunte que no tiene una ideología definida o que no le gusta ningún partido.
Es lo normal, a medida se vaya desarrollando como ciudadano forjará sus actitudes. También merece la pena un aviso a navegantes: esta conformación de la ideología es un proceso complicado de teledirigir. Esto de “adoctrinar” desde las escuelas ha quedado obsoleto en un mundo en el que los algoritmos mandan más que los libros de textos. Por el contrario, son las experiencias vitales y sociales del momento los shocks que moldean las actitudes de generaciones de españoles.
Esos eventos peculiares de cada generación hacen que, efectivamente, estemos ante generaciones enteras que tienen (en media) orientaciones ideológicas diferentes. Aquellos que fueron jóvenes durante la transición son, con diferencia, la que está más a la izquierda de todos los españoles. Eso fue así porque su juventud se gestó en la lucha contra el Franquismo y la construcción de la democracia, dejando atrás esa dictadura.
La generación que fue joven durante el gobierno de Felipe González está más a la derecha, especialmente aquellos que fueron marcados por los escándalos de corrupción y el GAL de su último periodo. Tenemos jóvenes que crecieron políticamente en el “No a la Guerra” y el 15M, la generación de jóvenes más anti-bipartidista (y que optarían mayoritariamente por Podemos y Ciudadanos hace una década). Por tanto, como se ve, el contexto deja huella, aunque también sea cierto que los jóvenes de hoy están algo más a la derecha que los de hace 50 años.
Lo normal es que los jóvenes sean más reactivos al contexto y la eclosión del feminismo con fuerza desde finales de la década está generando que ellos y ellas sean muy diferentes: los primeros, más a la derecha, las segundas, más a la izquierda. Dicho de otro modo, que la diferencia de edad y de sexo se está entrecruzando.
Por supuesto, los jóvenes en general suelen votar más a favor del cambio y casi siempre por partido nuevos. Sin embargo, en las pasadas generales los jóvenes en agregado optaron más por la izquierda (en particular PSOE), quizá por el efecto de la campaña o políticas concretas como el bono cultural o el interrail.
Es cierto que el voto joven tiene 'prestigio', pero realmente su peso electoral es escaso. Se abstienen más en promedio, son más difíciles de activar ('más elásticos', según la elección) y numéricamente son pocos: los menores de 35 son la mitad que los mayores de 50 años en el censo.
Por tanto, solo en elecciones competidas, como las pasadas generales, el voto joven marcan la diferencia. Es cierto que todavía no sabemos si sus pautas ideológicas se asentarán o cambiarán en adelante, pero sí empieza a intuirse que no es sólo que sea una generación que vota diferente de la de sus padres, es que ellos mismos se están polarizando de manera intensa en línea con el contexto político que les ha tocado vivir.