En 2009 John Travolta estaba pasando las vacaciones de Navidad junto a su familia en su casa de las Bahamas cuando tuvo que hacer frente a una nueva tragedia tras la muerte de su pareja, Diana Hyland, en 1977. Durante esos días Jett Travolta, su hijo mayor con Kelly Preston, murió tras sufrir un brote a los 16 años, pues el joven tenía autismo y sufría la enfermedad de Kawasaki que le hacía padecer constantes crisis convulsivas.
Fueron momentos duros para toda la familia Travolta, que además del dolor por la pérdida de Jett a los 16 años, tuvieron que soportar como las autoridades sanitarias les extorsionaban para no hacer públicos los detalles de la muerte del joven a cambio de millones de dólares.
“Creo que los dos intentamos llevar el dolor lo mejor que pudimos. Fue un momento en el que era muy difícil mirarnos el uno al otro, pero la fuerza de nuestra relación nos ayudó”, contó tiempo después Preston, que también debían seguir adelante por sus dos hijos pequeños, Ella y Benjamin.
Hace solo unos días Jett Travolta hubiese cumplido 32 años y como ya es costumbre en el actor, decidió recordarlo en una publicación en sus redes sociales, mostrando como sigue recordándolo día a día en una foto del niño junto a él y Kelly Preston, que también falleció en 2020 a causa de un cáncer de mama. “¡Feliz cumpleaños, mi Jetty; no hay un día en que no estés conmigo!”, escribía el intérprete de ‘Grease’.
Superar la muerte de un hijo no es fácil y lleva un proceso de duelo complejo que es normal que sea diferente entre las personas, especialmente cuando se trata de un adolescente, como fue el caso de Jett, momento en la vida en el que los padres están completamente implicados en ellos y en su futuro.
En general los expertos y los estudios científicos al respecto señalan que uno de los signos que señalan que se está viviendo un duelo sano es que hablen con frecuencia sobre su hijo perdido, ya que no hacerlo puede ser contraproducente y crear en los progenitores un dolor aún mayor al que ya se vive.
Por su parte, un estudio de hace unos años dirigido por doctor Andrew Arena del Black Dog Institute sobre cómo afectan los recuerdos de la muerte exponía en sus conclusiones que aquellas personas que recuerdan la muerte de una persona tienden a disfrutar más de la vida y a vivir conforme a sus valores, además de sentirse más cómodos con las emociones, tanto positivas como negativas, que les surgen.