¿Es realmente posible que un hijo adolescente te caiga mal? Sí, lo es. Y no hay por qué preocuparse. De hecho, no sólo es posible sino que es incluso normal y necesario. Diana Al Azem, educadora con décadas de experiencia y autora de ‘AdolescenteZ: de la A a la Z’, se ha especializado en ayudar a familias con adolescentes en casa para que la convivencia sea lo más sana, cariñosa y divertida posible.
Es la propia Diana la que nos explica por qué un hijo puede caernos mal y cómo afrontarlo: “Se trata de pura biología y de la evolución del ser humano. El cerebro de los hijos se prepara para rechazar a los padres para salir del nido, mientras que los padres también, de alguna forma, biológicamente nos preparamos para que ese hijo se marche de casa”.
Es decir, que la falta de feeling con un hijo adolescente no es más que un mecanismo del propio cerebro para hacer más fácil una separación que, por lógica, debe resultar inevitable.
Obviamente, no es un paso necesario en el crecimiento de los hijos, pero sí es bastante frecuente por extraño que parezca. Tampoco es un momento fácil ni para unos ni para otros. “No es agradable, ni mucho menos, pero cuando tenemos esa sensación de desear que tu hijo se vaya un rato con los amigos y nos deje tranquilos es porque nos estamos preparando para que nuestro hijo empiece a irse de casa definitivamente”, explica Diana.
Es un momento duro porque en ese instante los padres no piensan que se trata de la evolución natural y que más adelante les van a surgir otras inquietudes y horizontes que van más allá de lo que han sido sus últimos años junto a sus hijos. “Los padres van a empezar a vivir la vida que tenían antes de ser padres, se van a dedicar más a sí mismos, van a tener más vida social, a no dedicar toda su atención y su foco a la educación de sus hijos”, argumenta.
Sin embargo, existe la opción de que en los progenitores surja cierto sentimiento de culpa. También es normal. No hay que preocuparse.
“Es parte de la naturaleza y no tenemos que sentirnos culpables, pero sí que es bonito, y esto se lo recomiendo a todos los padres, buscar momentos de conexión con los hijos en los que ambas partes estén haciendo una actividad que les conecte, buscar ese punto medio en el que puedan compartir algo. Son recuerdos imborrables para ambas partes en el futuro”, argumenta Diana, que propone algunas actividades.
“Deben ser momentos de cercanía, en los que todo fluya. Puede ser desde ir al cine juntos o a montar en bici, hacer una acampada o, incluso, más del día a día, tumbarse en el sofá juntos a ver una serie. Siempre vemos como fundamental tener tiempo para nosotros pero debemos tener claro que el tiempo de calidad con nuestros hijos es importantísimo también”.
Ese momento en el que descubres que tu hijo te puede caer mal puede estar motivado, además de por la pura biología, por una educación previa mejorable. Ahora, en 2024, los padres tienen muchas más herramientas que las que tuvieron en su momento sus progenitores, pero hay quien decide repetir lo que hicieron con ellos 30 años atrás. Si funcionó conmigo…
Diana Al Azem nos explica cómo ha evolucionado la educación en las últimas décadas: “Yo quise educar a mis hijos de la misma manera que yo había sido educada, pero poco a poco he ido evolucionando y aprendiendo. No es una cuestión de dejar de ser estrictos o disciplinados sino de serlo de un modo distinto, aprender a ceder y ser más flexible en algunos aspectos. De esta manera les damos autonomía para que sean ellos quienes aprendan determinadas cosas por sí mismos”.
Un factor diferencial entre la educación más tradicional y la más actual es la capacidad de escucha por parte de los padres. “Hay que escuchar más a los hijos y tener más en cuenta su opinión y sus necesidades. Esto conduce a una educación más democrática en casa y que todo el mundo esté mucho más relajado”, apunta la educadora.
Sin embargo, hay que dejar claro que se trata de una escucha consciente y activa: “Hay que escuchar a los hijos, pero no escucharles para responderles y resolver la situación como solemos hacer. Hay que escucharles para entenderles, comprender lo que nos están diciendo y aprender de ellos. Cuando doy charlas les digo a los padres que deben escuchar a sus hijos igual que me están escuchando a mí en ese momento”.
La adolescencia, así pues, no es una etapa fácil. Ni para los hijos ni para los padres, pero hay maneras de prepararse y disfrutar también de esos años: “La adolescencia va acompañada de una serie de mitos, pero no es para tanto siempre y cuando estés preparado. Es muy frustrante para los padres que no conocen los cambios que se producen en la adolescencia, tanto hormonales como cerebrales, sociales o sexuales”, argumenta Diana Al Azem, que desgrana su afirmación con un ejemplo por el que todo padre ha pasado.
“Cuando te enteras de que vas a ser papá o mamá te pones a comprar libros, guías y revistas como un loco para llegar preparado porque sientes el vértigo. Sin embargo, pocos se preparan para afrontar la adolescencia de sus hijos. Es una etapa olvidada y yo creo que por eso muchas veces nos encontramos con situaciones muy difíciles a las que sabríamos dar mejores respuestas con las herramientas adecuadas”.
Como muestras, varios botones. “Me lleva la contraria, no me hace caso, no sé responsabiliza, se ha vuelto rebelde, me contesta mal…Todas esas situaciones retadoras con los hijos suceden y hay que saber afrontarlas y, sobre todo, aprender a no tomarnos la de forma personal. Tenemos que tener en cuenta que el cerebro del adolescente se está preparando para salir del nido familiar y, por la propia naturaleza, van a rechazar todo lo que nosotros le digamos. Es lógico, van a probar otras cosas porque su pensamiento crítico está creciendo y necesitan cuestionarse todo lo que les decimos los adultos”.
La educadora, a pesar de todo, se atreve a afirmar que la adolescencia es “una etapa apasionante y maravillosa si aprendes a vivir con ella”. Y aprender a vivir con ella, para unos padres, significa darse cuenta de “lo que vivieron de sus padres realmente no les va a funcionar ahora porque el mundo no se parece en nada al de entonces, todo ha cambiado y evolucionado”.
“Hay que hacer un trabajo de introspección, porque muchas veces esa educación que nosotros hemos recibido de nuestros padres nos va a condicionar para, por ejemplo, saber poner un límite y mantenernos firmes con él aunque los hijos se enfaden o se molesten. Es entonces cuando surge el miedo a que dejen de querernos”, añade Diana para echar más leña al fuego.
Sí, hay padres que temen que sus hijos les vayan a dejar de querer por no hacer lo que ellos les piden. También tiene solución este problema. “Les pasa especialmente a las madres, que reflejan el miedo que tenían en su momento a que sus padres les dejaran de querer si no obedecían. Hay circunstancias en las que hay que mantener la firmeza y otras en las que se puede ceder. A veces confundimos la la flexibilidad o la educación democrática con el permisismo o la sobreprotección. Hay que encontrar el equilibrio”, explica Diana.
Pero los miedos no acaban ahí, ya que también existe el temor que los hijos se traumaticen. “Hay veces que no sólo tememos que nos dejen de querer, sino que tememos que se traumaticen si no hacen lo mismo que los demás. Nos preocupa que se queden aislados, sin amigos. Eso no pasa así que hay que tener claro en qué puntos se puede ser flexible con un hijo adolescente y cuáles son las líneas rojas, que para mí están en todo lo relacionado con su salud, tanto física como emocional. En todo lo que sobrepase esa línea roja mis límites son contundentes”, concluye Diana.