Nos enamoramos, nos divertimos, compartimos y finalmente decidimos emprender un camino en común. Lo que ninguno de los dos había previsto era la incursión repentina de la familia del contrario y sus circunstancias en ese paraíso nuestro. Como nos queremos y esa mochila con la familia política ha llegado para quedarse, tenemos que respirar hondo y aprender a convivir con ella sin minar lo más importante, esa relación genial y auténtica con nuestra media naranja.
En Uppers hemos consultado con un gabinete de psicología especializado en familia para que nos desvele cómo llevarte bien con tu familia política y sobre todo cómo mejorar la relación con la familia política si es que el rumbo no está siendo el adecuado. Lidiar uno y otro con una familia desconocida que tiene opiniones, costumbres, formas y personalidades tan distintas es un arte.
Suegras un pelín pesadas, suegros “don sentencias”, cuñadas locas y aprovechadas, cuñados que entran en casa como un elefante en una cacharrería, sobrinos destrozones y maleducados… las posibilidades son infinitas. Pero nosotros también tenemos lo nuestro; nadie es perfecto. Al final es la familia de nuestra pareja y si queremos que la relación entre ambos dure hasta llegar al cielo habrá que relativizar. Los psicólogos insisten en que el truco es poner límites con la familia política y cuanto antes mejor. Eso sí primando siempre el respeto por la pareja que es lo fundamental.
Antes de la incursión de esa familia política en la pareja, ambos deben haber aprendido a discutir porque por mucho amor que haya también hay diferencias. Desde lo más básico como ir al cine un viernes o cenar en casa, los cuadros o las rayas para la funda del nórdico, el destino de las vacaciones hasta la compra del coche familiar. Motivos para discutir hay millones y a diario. Como pareja, los dos tienen que saber negociar y a ceder hablando civilizadamente, sin necesidad de gritos ni de crisis graves.
Pero llega un cumpleaños, un domingo, el 24 de diciembre, un bautizo… y es necesario compartir muchas horas con la familia política. A cualquiera se le puede atragantarla familia del otro. Nunca hay una perfecta y otra es insoportable. Todos somos una mezcla como si nos hubieran batido para un cóctel.
A veces soportamos manías de un amigo porque queremos seguir manteniendo ese vínculo con él. En cambio, con los miembros de la familia del otro no queremos esforzarnos ni tener una mínima paciencia. En realidad, tendría que ser al contrario por respeto y consideración hacia nuestra pareja que es lo más querido para nosotros.
Además de esa paciencia, tal como hemos dicho antes, un básico es fijar unos límites. Principalmente en cuanto a la intromisión de la familia política en las decisiones de pareja. A la suegra, su nuera le ha arrebatado a su hijo y se siente desplazada. Al suegro, su yerno le ha quitado a su niña y no lo puede soportar. Incluso “ruedan las pelusas” por los celos de unos y otros.
Aprender y acostumbrarse a los nuevos roles a veces nos cuesta. Hay que hacer una reflexión y ser consciente de que llevándose mal y creando conflictos se tiene mucho que perder. En ocasiones, los hijos dejan de hablarse un tiempo con sus padres por discusiones relacionadas con la pareja. En cambio, con ambientes distendidos, relajados, donde las cosas se hablan y cuando se han establecido unos límites bien claros se tiene mucho más que ganar.
Un ejemplo, por la buena salud de la relación, es tomar la decisión en pareja de antemano de cuándo, cómo y en qué condiciones nos vamos a reunir y a interaccionar con las familias políticas. La finalidad es definir las prioridades, evitar las disputas de poder de unos frente a otros y establecer el lugar que le corresponde a cada uno.
Reunirnos en los cumpleaños, una vez al mes con cada familia, juntarles a todos, tú con la tuya y yo con la mía, buscar espacios alternativos, proponer soluciones si hubiera conflicto… Alcanzar el consenso al respecto será lo que marque el futuro. En realidad, se trata de aprender a ceder ese tiempo que queremos para nosotros solos como pareja con el resto.
No hay que olvidar que la familia de origen, donde hemos nacido, crecido y evolucionado con sus cosas buenas y sus cosas malas, no la hemos elegido. La familia creada sí la elegimos desde el momento en el que decidimos emprender una vida en común. Aquí tendremos poder de decisión para marcar el rumbo.
A veces sucede que el suegro o la suegra e incluso el cuñado pretenden imponer su opinión, por ejemplo, con respecto a una compra importante que va a realizar la pareja. Será entonces cuando ambos deban dejar claro que su decisión es de los dos, que ya está tomada o que lo harán privado. No hay nada que más moleste que uno priorice esa opinión de sus padres frente al otro o al contrario.
Esa desautorización se siente como un desagravio, como si te hubieran desplazado de tu papel en esa familia recién creada. El problema se puede ir agravando si esas situaciones se repiten. Se irán acumulando y enquistando. Salvar la pareja será el objetico y se empieza compartiendo el malestar y la preocupación.
A partir de ese momento, las decisiones de esa familia recién creada habrá que hacerlas respetar. A su vez, lo lógico es volcarse en ella porque es lo prioritario. Sin embargo, nunca se debe olvidar que seguimos siendo nietos, hijos, hermanos o tíos. Cada pareja tendrá que encontrar el equilibrio que además habrá que ajustarlo cuando la familia recién creada crece porque llegan los propios hijos.
Aquí las discusiones se podrían agravar si se cuenta demasiado con la ayuda de los abuelos. Reproches al respecto hay muchos y es difícil calmar las aguas… Son muy típicas las frases como “tu madre le da chuches al niño” o “tu padre no le pone el abrigo”.
Sucede a menudo que algunos hombres no han sabido “cortar el cordón umbilical con su madre”, dependen demasiado de ella y al llegar los hijos esos abuelos sienten que tienen una total libertad para imponer sus opiniones a la pareja. También ocurre algo parecido entre padre e hija quien no soporta que ella tome sus propias decisiones, lo que puede desquiciar al yerno. Lógicamente, tiene que llegar la independencia de la pareja con respecto a sus padres y no consentir ciertas intromisiones.
La conclusión es que todo hay que hablarlo, ponerse en el lugar del otro, entenderse, comprenderse y dejar que fluyan las preocupaciones, las inseguridades, los agobios y el malestar de ambos. El objetivo es llegar a nuevos acuerdos y definir unos límites consensuados o volver a marcarlos si se habían perdido para salvar la pareja y que la nueva familia creada siga su rumbo.