Anna Freixas defiende su derecho "a romperme las dos piernas esquiando, igual que se las partió mi hijo cuando le dejé ir a esquiar". No se trata de una simple anécdota. Con ella, la escritora y ensayista, formada en Psicología y pionera en el desarrollo de la gerontología feminista en España, quiere poner el foco en lo que para ella es el concepto fundamental del buen envejecer: tomar decisiones sin mandatos, con dignidad y sin acatar el famoso "es por tu bien", en su opinión, la peor forma de amor. De todo ello habla en 'Yo Vieja' (Capitán Swing), un recorrido por los derechos humanos en la vejez.
¿Con el título, 'Yo vieja', has querido dignificar un concepto que, en principio, es peyorativo?
El título es en sí mismo una declaración de intenciones. Por una parte, he querido dignificar ese término, y, sobre todo, clarificar ideas porque ser vieja quiere decir que has cumplido muchos años, que no te has muerto por el camino y que estás en un estadio del ciclo vital concreto: en un momento determinado fuiste adolescente, en otro momento fuiste adulta, fuiste niña... Y ahora eres vieja, lo cual no quiere decir que forzosamente estés hecha un trapo, sino que eres una persona que tienes años. Hay personas con 30 años que están fatal y personas con 85 que están perfectamente bien con cuerpos de 85 años. A los 20 se tiene un cuerpo y a los 85 se tiene otro.
¿Qué te decidió a escribir el libro?
Hace años escribí un libro (publicado en Paidós) que se llama 'Tan frescas'. Ese libro, digamos, es un compendio de mis pensamientos, mis lecturas y mis reflexiones sobre la edad durante 40 años. Es un libro que se lee súper bien, es un libro académico, pero ligero. Yo escribo siempre tratando de que se entere todo el mundo, no hacer libros crípticos de los que no se entera nadie. Sin embargo, tenía cosas que decir sobre la vejez que no están ahí. Yo siempre digo que 'Yo vieja' es la versión punk de 'Tan frescas'.
Es decir, tiras del humor para abordar temas que pueden ser incómodos
Comienzo el libro diciendo que parece que va en broma, pero va en serio. Es un libro escrito con sentido del humor y con divertimento, pero que todo lo que digo me lo creo y me parece importante. El humor es como la vaselina de las situaciones más trágicas. Si tú hablas de la vejez con el ceño fruncido y con cara de enfadada por lo mal que nos tratan, lo tienes crudo: nadie nos va a escuchar. En cambio, si iluminas de una manera divertida y cáustica la realidad, mucha gente puede reflexionar desde lo trágico y desde lo cómico.
La sociedad cada vez es más mayor y esto ha dado lugar a la industria del anti-aging, el well-aging, el slow-aging... Incluso se habla de una sociedad ageless. ¿Qué representan para ti estos conceptos?
Para mí son camelos. Todo eso del anti-aging etcétera me parece que juega con el miedo de la gente a envejecer. El miedo de la gente a envejecer tiene una razón. La gente no está loca, simplemente vivimos en una sociedad que margina a la gente mayor, le hace invisible y le quita poder y capacidad de acción. Todos esos conceptos responden a un mercado. Vivimos en una sociedad ultracapitalista dispuesta a arruinarnos hasta el último momento de la vida.
¿Y los ciudadanos tenemos algo que decir?
Todo dependerá de en qué medida estemos dispuestos a aceptar ese mercado, a creernos todo esto, a creernos que te pones una crema y pasa no sé qué, o a hacerte una cirugía estética que cuando pasan 20 años te pones horrible o el bótox que va hablándole al mundo: ¡mira el bótox que me he puesto, cómo me queda! Esto es un negocio. El cuerpo de las mujeres ha sido siempre un negocio, lo es desde que somos niñas con las muñequitas de no sé qué tipo. El cuerpo de las mujeres también ha sido un campo de batalla. Curiosamente, las mujeres somos las pobres del planeta y somos las que nos arruinamos transformando un cuerpo que, en líneas generales, está bastante bien.
Desde tu posición, ¿en qué consiste el envejecimiento saludable?
Yo me cuido para disfrutar de la vida, no para que me amarguen, me arruinen y me enfermen. Mucho de lo que ofrecen son cosas que hacen enfermar de cuerpo o de espíritu. Te van a convertir en una persona triste, malviviendo en un cuerpo que es normal. A medida que nos hacemos mayores, los cuerpos van evolucionando. El problema es que aún no hemos definido qué es la belleza en la vejez. Yo voy por la calle y veo viejas con sus canas y sus arrugas y su andar lento y las veo con una enorme dignidad y un estar digno, diciendo: "¡aquí estoy yo! He vivido muchos años y, fíjate, me sigue interesando la vida y quiero participar de ella!".
¿Reformularías el concepto?
Yo soy activista de la dignidad, de que las personas nos mantengamos dignas. Yo defiendo eso de dúchate, ve al dentista, ten una boca digna... Lo que pasa es que no quiero mandatos. Yo no quiero dar mandatos. Yo quiero que si tú quieres ser una vieja desharrapada, pues ¡venga! Pero que suene a libertad, no a mierda.
¿Reformularías también las pautas del envejecimiento saludable: dieta, ejercicio adaptado, vida social...?
Yo rechazo los mandatos. Estoy a favor de que cada cual ponga por su parte lo que pueda porque, ¡claro!, nadie va a venir a llamarte a la puerta y a hacerte participar. En esta sociedad excluyente de los mayores es una decisión de la gente mayor tomar una forma de vida u otra. Pero nunca puede convertirse en un mandato castigador: o haces esto o vas a tener una vejez terrible. O tienes que hacer esto sí o sí. Yo todo esto lo rechazo. Rechazo este castigo interminable por ser o no ser como se decide que se sea.
¿Qué te parecen esos lugares pensados única y exclusivamente para la gente mayor? Hay algunos muy populares, por ejemplo en Estados Unidos.
Yo soy de manga ancha, de que la gente haga lo que quiera. Pero a mí no me busques allí. Yo no voy a estar en ese sitio porque me parece excluyente. Me parece que es mucho mejor lo intergeneracional, la conversación, el contacto de unos con otros y el enriquecimiento mutuo respecto a esta opción. Porque, claro, si reivindicamos que valemos y que estamos en el mundo, no podemos apartarnos del mundo. Si queremos que nos respeten porque tenemos saberes, tenemos valores, somos interesantes... no podemos irnos a una isla donde no se puede hablar con nadie. Eso no ayuda a la integración de las personas de cualquier edad en la sociedad.
¿No es también una forma de edadismo?
La gente que opta por esto le verá algunas cosas interesantes. No niego que lo tenga, pero yo creo que eso no es un modelo que haga grande el mundo para los viejos. Yo creo que limita. Pero las personas mayores somos muchos y muy diversos. Las personas mayores no tenemos los mismos intereses, tenemos posibilidades de vida que son muy diferentes, y esto, justo, forma parte del auténtico respeto: respetar que somos diversos.
Con mayor esperanza de vida, ahora mismo podemos convivir varias generaciones en una familia: por ejemplo, personas de 60 años con padres de 80 o de 90. Y a veces se produce un cambio de roles en el que los hijos se convierten en padres de los padres. ¿Qué piensas de estos cambios de rol?
Me parece perfecto que los hijos cuiden a sus padres. Creo que eso es un deber moral y eso demuestra agradecimiento y forma parte de la cadena de cuidados en la que estamos metidos porque existimos porque nos cuidamos. En ese sentido me alegro y me parece que muestra un respeto y una ética admirables. Ahora, una cosa es cuidar, estar atento, desvelarte, y la otra es limitar, prohibir, controlar, con el fin de que los padres no te den la lata. ¿Los padres qué hemos hecho? Hemos dado toda la libertad a nuestros hijos, nos hemos sacrificado para dar una carrera y para muchas más cosas. ¿Y ahora los hijos, cómo nos van a pagar? ¿Quitándonos toda la libertad a nosotros, que se la hemos dado toda? Este amor que nos quieren dar yo lo quiero, pero no quiero que me limite, que me quite la posibilidad de seguir decidiendo qué hago con mi vida. Porque una cosa es cuidar y otra, decidir por otro, puentear, tomar decisiones que el otro no ha tomado. Los hijos deben pensar qué cuidados deben dar para respetar a sus padres.
¿Por qué crees que ocurre esta toma de control?
Esto ocurre porque, en el fondo, los hijos y las hijas no quieren que les demos la lata. Dar la lata quiere decir tener una vida propia que implique que, de vez en cuando, tengan que desvelarse por esta vida propia, atendernos... O que en esta libertad nos rompamos las dos piernas porque hemos decidido irnos a un sitio que nos habían desaconsejado. Mi fórmula es: "devuélveme la libertad que te di. ¿Verdad que te dejé ir a esquiar y te rompiste las dos piernas? Pues déjame ir a esquiar, que yo me parto las mías". Eso de "por tu bien" es de las cosas más peligrosas del mundo. Cuando alguien te diga, a cualquier edad de tu vida, que hace algo por tu bien, lo mejor que puedes hacer es salir corriendo.
Los mayores que están físicamente bien pueden ejercer su libertad, ¿pero cómo se gestiona todo lo que dices cuando hay una cierta dependencia entre hijos y padres, sin entrar en los dependientes de verdad?
Hay una línea muy fina que es la que separa el respeto del dominio. ¿Qué lo que voy a hacer perjudica mi salud? Soy yo la que lo decido. En el fondo, todos tenemos ese pensamiento de "por tu bien". Pero tenemos que respetar que nuestros padres se partan la crisma, malgasten el dinero, que hagan lo que quieran y que disfruten de la misma libertad que tú tuviste.
La libertad también puede darla el dinero. ¿Qué opinión te merecen los productos dirigidos específicamente a los mayores, como la hipoteca inversa o la nuda propiedad?
No quiero sentar cátedra pero pienso que a veces una hipoteca inversa te puede permitir vivir una vejez con más dinero y, evidentemente, tus hijos heredarán menos y puede que no les haga gracia, pero quizás es una manera de vivir la vejez menos pobre.
Todavía no son productos de éxito porque muchos padres piensan que les fallan a sus hijos si no les dejan su casa en herencia.
Es una de las trampas del amor. ¿No tengo derecho a vivir mejor en mi vejez, aunque la herencia para mis hijos sea más pequeña? Es otra forma de chantaje del amor.
En el libro se ve que vives encantada y empoderada con tu edad, ¿te costó mucho asimilarla y dejar atrás la juventud?
La juventud no se abandona. Lo más importante es vivir la edad que se tiene a cada edad. Pero claro que nos sentimos 10 o 15 años más jóvenes que lo que dice el carnet de identidad. La edad forma parte del proceso vital.
¿Cuáles son para ti los 'aaarrrgghh', las líneas rojas de la relación entre los mayores y sus familias o su entorno?
La más importante para mí es lo que llamo 'el amor merengue', el amor, que en realidad no es amor por nosotros, sino de ellos hacia ellos, que no quieren que les molestemos y, por lo tanto, controlan. Lo ideal es mantener las riendas de tu vida mientras se pueda. No estoy hablando de vidas elitistas, sino de vidas normales. Pero no tener la libertad para decidir sobre tu vida es el máximo 'arrrgghhh'.