Nuestros padres y abuelos suelen recurrir a dichos, refranes que están en nuestra memoria desde tiempos de Maricastaña (salió el primero). Es una sabiduría útil y práctica porque sirve para exponer categóricamente una postura o la contraria, aunque no siempre esté hecha de sentido común. Aportan humor a la conversación, fundamento o moraleja. Analizadas pueden quedarse en una gran tontería, pero es conocimiento acumulado durante generaciones y sigue brotando de nuestras bocas de forma espontánea.
Son muchas, demasiadas para exponerlas aquí, de manera que hemos decidido recurrir a los foros de internet para saber cuáles llaman más la atención de la gente más joven o sobre cuáles existe más discusión acerca de su origen. Este es el resultado:
Cuando se le dice esto a alguien que por nerviosismo no puede parar de moverse, estamos aludiendo a San Vito, un niño martirizado junto a su nodriza y su tutor en el año 303, en Italia, para acabar con las terribles convulsiones que sufría a causa de su epilepsia. Según narra Miguel Fernández Garmón en su obra 'Con la cruz y los faroles', cuando todos le dieron por muerto, se arremangó la capa y bailó una danza desordenada y de movimientos espasmódicos que contagió a la corte imperial, incluido el emperador.
Nos sale espontáneamente si vemos comer a alguien con gusto. Quico, llamado realmente Manuel Fernández Doña, era el pregonero de la localidad sevillana de Aznalcázar y se hizo famoso por el atracón de marisco que se dio el día del Corpus en 1940. Conocido por su falta de mesura en todo, esa vez hizo gala de su fama aprovechando que el convite corría a cargo del Ayuntamiento. Después de varios días perdido, fue encontrado en el agua bajo un puente hinchado y desvanecido a causa de la fiebre. "Estaba en un regajo, que se le llama El Pelagato, en un charco de agua, que el hombre con la calentura pues estaba allí encontrando alivio", narró uno de los presentes. Morir a causa de una comilona en años de posguerra no dejaba de tener un punto tragicómico que los vecinos explotaron en forma de expresión.
Esta menesterosa mujer fue una famosa cantaora jerezana de antes de la guerra. Formó parte del cuadro flamenco del Café del Gato y compartió escenario con los artistas más célebres. En 1885 un artículo en la revista El Enano le dedicaba unos versos: "Su mirar enamora, que una rosa que florece es Rita la cantaora". Debido a su disposición para arrancarse un baile o un cante cada vez que un espectador se lo pedía, se ganó el sobrenombre de Rita la Cantaora. De ahí la expresión.
Es tanto como decir: "Está bien, tienes razón, pero acabemos con esto". No significa que nuestro contrincante nos haya convencido, sino que no merece seguir dando alas a su cabezonería. La perra gorda era una moneda española acuñada en 1870 con un valor de 10 céntimos de peseta. En su reverso llevaba grabado un león poco logrado que la gente dio en llamar perra. Los más ancianos completan la frase con "y para mí el real".
Imaginamos el desenlace, pero ¿cómo acabó exactamente el Rosario de la Aurora? Los hechos sucedieron durante un rezo de madrugada en el siglo XVIII en la localidad gaditana de Espera. En los pueblos andaluces se había convertido en tradición rezar por las calles en grupos multitudinarios antes del amanecer. Llegaban a concurrir hasta tres y cuatro rosarios en una misma calle, lo que provocaba altercados y desórdenes. El de Espera fue uno de ellos. Las dos hermandades más importantes acabaron a farolazos, al parecer por disputas más prosaicas que la oración. El académico José María Iribarren señala que pudo ser solo el más sonado, pero no el único, puesto que "a la hora de salir el rosario solían andar las rondas de mozos pendencieros por las calles".
¿Y quién era Calleja? De nombre Saturnino, este escritor fundó la editorial Calleja y puso al alcance de los niños más humildes cuentos infantiles con abundantes ilustraciones que editaba en enormes tiradas para abaratar los costes. Eran libritos reducidos para llevar siempre consigo y coleccionarlos como si fuesen cromos. Publicó millones de volúmenes de 3.000 títulos diferentes. Efectivamente, hace falta echarle mucho cuento para superar al mítico librero.
El único sentido de esta y otras tantas otras expresiones de moda en los ochenta es su sonoridad. Tienen chispa y riman estupendamente, aunque ahora al adolescente le provoquen vergüenza ajena. Podemos sumar "Alucinas pepinillos", "Hasta luego, Lucas", "Flipar en colores" o "Chachi piruli". Quien las entienda solo dirá "Molan cantidubi".
Varios foreros sitúan su origen en el Madrid de los tranvías. El número ocho recorría los puntos más castizos en los que se celebraban los festejos de San Isidro y sus ocupantes iban vestidos de chulapos y chulapas. La expresión se utiliza para destacar ese aire de arrogancia o gracia, tanto en el gesto como en el vestir, tan típico en aquel Madrid.
Es la respuesta de un lector al ver en un foro de internet la imagen de un coche aparcado en diagonal ocupando varias plazas de minusválido. El significado de la expresión queda claro. Su origen nos remonta a Baldomero Espartero, un destacado militar en las guerras fratricidas de la España del siglo XIX. Existen varias estatuas en su honor y en todas destaca el tamaño de los genitales de su caballo. El escultor José Lillo Galiani, que en 1991 recibió el encargo de una estatua en su honor en su localidad natal, Granátula de Calatrava (Ciudad Real). Relata que el alcalde le exigió agrandar los testículos del caballo cuando lo vio por primera vez en el taller. "Más, más", le dijo.
Esta exclamación, casi en desuso por su tono trágico, acompaña siempre a una manifestación de enfado o rechazo. El filólogo Esteban Terreros y Pando la recoge en su Diccionario de 1787 y dice que proviene de la vieja discusión sobre la conveniencia o no de incluir en el censo a los niños fallecidos antes de ser bautizados. Una variante algo más zafia es la famosa ¡Ni qué pollas en vinagre!, que podría tener relación con las pullas (brotes frescos) que los antiguos romanos conservaban en vino acre.
Son locuciones que aluden a hechos ocurridos hace mucho tiempo. El año de la Tana se refiere a 1634, año en que llegó a La Mancha una juglaresa enana muy recordada en aquellos parajes. El año de la Nanita derivó en año de la Tana. Maricastaña fue una mujer del siglo XIV que redimió sus injurias a la iglesia de Lugo con una elevada cantidad de dinero, según aparece en un documento del Archivo Episcopal de esta ciudad. Y Matusalén, un personaje bíblico, abuelo de Noé, al que la leyenda atribuye una vida de 969 años.
Esta queja a quien llega tarde viene del siglo XV cuando el cuerpo de policía, que vestía un chaleco de cuero y camisa verde, no se caracterizaba precisamente por su celeridad.
Se aplica a alguien que divulga rumores sin ningún fundamento. Fue la emisora imaginaria que usaban los soldados en sus trincheras durante la Guerra Civil para hacer circular mentiras sobre el bando enemigo al grito de "Radio Macuto, mil paridas por minuto".
Es un cálculo simple, lógico y tan rudimentario como el que se hace con los dedos. Pero casi siempre certero. Lo de vieja bien por María Josefa de Borbón, la avispada hermana de Carlos IV, capaz de resolver cualquier problema matemático con cálculos casi instintivos.
Estos dos desdichados personajes forman parte del imaginario español. De Abundio se dice que vendió los zapatos para comprarse los cordones o que en una carrera en la que corría el solo llegó el segundo. Realmente pudo ser un presbítero cordobés martirizado por los árabes en el año 854 después de que rechazase once veces la ocasión de desdecirse de sus injurias al Corán. 'El gran libro de los insultos', de Pancracio Celdrán, habla de otro Abundio, también cordobés, que quiso regar un cortijo con "el solo chorrillo de su verga".
Picio ha pasado a la historia como arquetipo de la fealdad. Era un zapatero de Granada que, al conocer su condena de muerte, perdió el pelo, las pestañas y las cejas. La cara se le llenó de tumoraciones. Aunque fue liberado, tuvo una penosa existencia. Tan deformado quedó, que su nombre fue incluido en el Diccionario de la Lengua Española.
El Tato, un popular torero del siglo XIX, imprescindible en cualquier cartel o sarao de la noche sevillana. Si él no aparecía, la fiesta se daba por perdida.
Desordenado, mugriento y donde todo el mundo entra y sale sin orden ni concierto. El escritor Manuel Talens encontró el origen de la Bernarda en una leyenda de la Alpujarra granadina que hablaba de una santera hija de reyes que recorría los pueblos en el siglo XVI con tablillas de oraciones y extrañas curas a partir del tocamiento de sus genitales.