Las ceremonias funerarias han quedado postergadas por el coronavirus y se hace raro, casi tanto como la propia muerte, tener que prescindir de este reunirse para decir adiós a alguien a quien se quiere, algo elemental en nuestra cultura. Pero hay más ritos que pueden hacerse. Y otros modos de sentir el calor de los nuestros. Hablamos con dos psicólogas, expertas en duelo, nos enseñan cómo afrontar con otros ritos un proceso que arranca sin velatorios. Además, nos muestran cómo evitar las consecuencias psicológicas de no abordar bien la despedida.
Por motivos de seguridad, ya no se celebran ceremonias ni velatorios en ningún caso. Solo se permite que unas pocas personas, las más allegadas, se despidan del fallecido si no ha muerto por coronavirus, durante media hora. Los servicios de entierro e incineración transcurren con absoluta normalidad, pero sin ningún tipo de vela o exequias cuando la muerte ha sido causada por esta enfermedad.
Uppers ha recogido dos posturas. Una, más prosaica, es la de Charo Fernández Sainz, directora del centro Pradillo Psicólogos, y puede ser muy alentadora en estos días. A su entender, el duelo es el mecanismo mental consecuente a una pérdida, pero ocurre al margen de la presencia. “Duelo es dolor y el dolor se siente, aunque no estemos presentes en el escenario. Podemos imaginar, visualizar, simbolizar. El duelo ahora no tiene por qué ser diferente, ni tampoco las fases que lo componen”.
Fernández Sainz reconoce la necesidad del rito de la muerte y la celebración religiosa en personas creyentes, pero insiste en que el impacto al no hacerse el duelo correcto es el mismo que en cualquier otra situación. “Dependerá del tipo de vínculo y de cómo se haya llevado a cabo. En cualquier caso, quizá el peor de los escenarios sea el de la persona que fallece sin un consuelo familiar o amistoso”.
Por su parte, Carmen Herrera Franquis, psicóloga y directora del centro de duelo y crisis Cepsican, considera que hay ocasiones que pueden contribuir a que aumente la vulnerabilidad y se complique el proceso de duelo. La muerte rápida e inesperada, y además sin despedida, es uno de esos casos. “La persona -detalla- se despide del familiar bajo unas condiciones que no son las habituales, sin contacto en el hospital y sin opción al velatorio en el tanatorio. Es algo especialmente traumático para los familiares, una situación de shock e incredulidad ante la noticia inesperada y la imposibilidad de realizar el acompañamiento, tanto en el hospital como tras el fallecimiento. A ello se une no poder compartir el dolor con los seres queridos”.
Para Herrera, los rituales de despedida son de gran ayuda para aceptar la pérdida: “Nos permiten ser conscientes de la realidad, expresar el dolor y a la vez recibir apoyo de los seres queridos. Todo ello queda bloqueado en este tipo de muertes rápidas. Además del gran impacto e intenso dolor, el familiar tendrá que enfrentarse en solitario a todos los trámites hospitalarios y funerarios, así como a la recogida de sus pertenencias”.
Son detalles que, en su opinión, llevan a desarrollar un duelo complicado, con manifestaciones clínicas, donde es posible que las diferentes fases se prolonguen y algunas se bloqueen, generando desajustes que requerirán asistencia por parte de especialistas psicólogos en procesos de duelo y pérdida.
“España -recuerda- es un país donde los ritos funerarios son de gran importancia como una oportunidad de velar al fallecido y despedirse de él con el cuerpo presente, ya sea en ataúd abierto o cerrado”. El funeral, como expresión de sentimientos, sería ese primer escalón para empezar a superar la ausencia. En las circunstancias actuales, de duelo prohibido, al dolor en la persona se añaden, según Herrera, la sensación de soledad agónica y emociones desadaptativas vinculadas con la pérdida del ser querido.
“En este tipo de duelos traumáticos, la persona se siente desbordada, y recurre a conductas de intranquilidad y poco adecuadas, o bien permanece en este estado sin avanzar hacia su resolución, experimentando sensación de irrealidad o incredulidad e intensos sentimientos de culpa. Esto le impide asimilar y le lleva a continuas interrupciones en la curación”.
¿Cómo gestionar todo esto sin esa red de apoyo social y sin esa ceremonia que incita a una reflexión sobre la vida de la persona que se ha ido? Sin ayuda o recursos emocionales para elaborar el duelo normal, la experta advierte de que este malestar no disminuye con el paso del tiempo, sino que aumenta persistente, debilitando a la persona y generándole un sufrimiento intenso en forma de pesadillas, flashbacks y recuerdos intrusivos recurrentes.
“Esta distorsión aboca a un agravamiento de esas sensaciones de incredulidad, rabia, enfado o culpa que pueden finalmente llevar a un trastorno de ansiedad, depresión, insomnio o estrés postraumático. Un duelo mal resuelto puede incluso generar trastornos psicóticos”.
Hay que salir de esta rueda y para ello la psicóloga ofrece algunas pautas:
1. Identificar, en primer lugar, todos esos sentimientos y estados de ánimo que van más allá de la tristeza: ira, culpa, irrealidad.
2. No evitar el recuerdo de los aspectos dolorosos.
3. Escribirle cartas recordando momentos vividos y expresando todo aquello que le gustaría haberle dicho en vida.
4. Recuperar viejas fotografías y revivir esas escenas favorece el desbloqueo de las emociones.
5. El entorno deberá ayudarle a asumir roles a los que no estaba acostumbrado.
6. Dejarle expresar, mediante llamadas, mensajes o videollamadas, todo eso que ha vivido o sentido junto al ser que se ha ido para que encuentre un lugar en su vida emocional. Compartir los buenos ratos vividos con el fallecido, sus gustos o la implicación en sus vidas. Es la mejor ayuda para que asuma que la pérdida es real.
7. La posibilidad de celebrar el funeral en un futuro supone un punto de apoyo fuerte para empezar a elaborar el duelo.
8. Recurrir a ayuda especializada por parte de psicólogos expertos en procesos de duelo. Las personas que han experimentado una pérdida así son especialmente vulnerables a desencadenar trastornos psicopatológicos importantes. Los más frecuentes son la depresión, las somatizaciones e incluso el estrés postraumático. Un profesional le permitirá un afrontamiento adaptativo a su situación y le ayudará a ir avanzando en las diferentes etapas, hasta concluir el proceso.