Amor perruno contra el nido vacío: el intenso lazo de Ángel y su galga Güera cuando su hija se fue de casa
Ángel adoptó a Güera, una galga de cuatro años, coincidiendo con la marcha de su hija a Manchester para iniciar sus estudios universitarios. La pandemia le obligó a adelantar su vuelta y descubrió que había sido "destronada", explica él entre bromas
El vínculo entre el perro y el hombre, aunque antiquísimo, no deja de sorprendernos. José Antonio Mézlau, entrenador, nos indica las claves para crear una relación afectiva saludable y beneficiosa para ambos.
Güera puede distinguir hasta 200 palabras y, según el tono de voz de Ángel, su adoptante, sabe bien si este se ha despertado alegre, preocupado o, simplemente, se presenta un día más. Sin sobresalto. Y si su dueño bosteza, es posible que la perra le imite mostrando su fabulosa dentadura de galga. Atiende a multitud de señales y, viendo con qué insolencia deja caer su alargada anatomía sobre el sofá, queda claro que no solo es una más en la familia. "Es la reina absoluta de la casa", nos confirma Ángel, que adoptó a esta hembra de galgo en Galgo Leku, una asociación de acogida y adopción, cuyo lema "Acoge, adopta, pierde un sofá" parece hecho a la medida de Güera.
Todas estas habilidades se repiten en la gran mayoría de los perros que trastean por nuestras casas, pero ella tiene una peculiaridad: "llegó para cubrir el vacío emocional que iba a dejar nuestra hija, de 18 años, al marcharse de casa para estudiar en Manchester", explica Ángel. Eso fue en septiembre de 2019, pero en marzo de 2020 con la expansión del coronavirus en casi todo el mundo, la joven tuvo que adelantar su regreso y lo hizo, además, acompañada de su prima mexicana, que también acababa de iniciar sus estudios en la misma ciudad.
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"Finalmente -continúa Ángel- fueron solo unos meses de síndrome del nido vacío, pero más que suficientes para comprobar la capacidad de cariño de Güera y cómo pudo compensar, de algún modo, la ausencia de nuestra hija y aliviar cualquier sensación de tristeza o anhelo. Dada su rápida adaptación, creo que este apego fue recíproco. En una semana ya había entendido la rutina familiar".
Sin duda, durante ese tiempo fue el mejor antídoto que pudieron descubrir Ángel y su mujer para emprender una nueva etapa familiar y tratar de hacer más llevadera la separación. Cuando llegaron las jóvenes, ella ya se había hecho con un puesto de honor en el hogar. "El recibimiento de Güera fue asombroso. No hubo celos por parte de nadie. Eso sí, nuestra hija enseguida supo que había sido destronada", confiesa entre bromas.
A pesar de que muchos galgos vienen con un pasado traumático, no parece que esta haya sufrido. Nunca ha mostrado agresividad, miedo o problemas en la relación social. "Al contrario, sus muestras de afecto son continuas, diría que incluso exageradas. Poco a poco, fue perdiendo vergüenza y hoy no tiene ningún reparo para abalanzarse sobre la mesa desplegando sus patas delanteras hasta alcanzar un pedazo de comida olvidado. Aunque, entre comida y caricias, prefiere, sin duda, estas últimas". A juzgar por las palabras de su dueño, la perra no puede ser más zalamera. "En el campo saca a relucir sus destrezas de atleta, pero una vez que entra en casa tiene un carácter muy tranquilo. Solo quiere sofá, calor y series".
Por qué se origina ese lazo tan intenso
José Antonio Mézlau, coach y fundador de la escuela de entrenamiento canino y liderazgo Grupo Yaakun y de su metodología de contacto emocional, nos ayuda a entender cómo se crea ese vínculo afectivo tan espontáneo entre ser humano y perro: "Para que nazca este lazo hay que conocer las necesidades del animal e identificar sus emociones. Él nos acepta tal y como somos, sin preguntar, pero somos nosotros los que debemos despertar nuestra conciencia, salir de nuestra zona de confort y valorar si nuestro entorno y forma de vida le hacen feliz. Cuando el hombre aprende las limitaciones y vínculos emocionales que tenemos con el perro se pone en marcha un proceso de autoconocimiento y desarrollo personal que mejora la relación entre ambos de una forma coherente, fluida y sana. Tanto ellos como nosotros crecemos a partir de esta relación. Un perro te enseña a disfrutar del presente, a vivir aquí y ahora, una habilidad que a veces olvidamos".
La oxitocina explica un amor que es similar al de padres e hijos
La amistad entre perro y hombre nació hace miles de años. Los canes reconocen las emociones humanas gracias a algunas regiones de su cerebro muy similares a las nuestras. Y reaccionan ladrando, gimoteando o emitiendo sonidos característicos. "Son muy expresivos cuando reciben cariño y han desarrollado una gran capacidad para comunicarse con sus dueños y entender las señales del entorno. En algunas emociones parece que van a la par que los humanos", señala Mézlau. Un equipo de científicos del departamento de Ciencia Animal y Biotecnología de la Universidad Azabu (Japón) demostró que la hormona del amor, la oxitocina, es la que permite que esa conexión tan intensa sea similar a la que se crea a nivel biológico entre padres e hijos.
El perro acaba siendo, según Mézlau, ese espejo que nos revela cuáles son nuestros fallos, necesidades, déficits o esas emociones que no solo están contagiando al perro, también a nuestro entorno. "Perciben nuestra negatividad o comportamientos cambiantes y eso condiciona su conducta con manifestaciones de estrés, tristeza y nerviosismo o llamadas de atención". Un dueño ansioso, miedoso o desquiciado tendrá un perro ansioso, miedoso o desquiciado. Con estas características, percibirá su entorno como inseguro y no tardará en desarrollar conductas de defensa. "Lo que necesita, en todo momento, es dedicación, cariño y respeto", insiste el entrenador.
Protección contra la tristeza
Esta sensibilidad explica la relación tan exclusiva entre uno y otro. "Una vez que entendemos sus necesidades reales -razona Mézlau-, veremos cómo contribuye a mejorar nuestra calidad de vida. En primer lugar, nos obligará a gestionar el estrés y las frustraciones de un modo menos pernicioso del acostumbrado. Además, debido a la actividad física que requieren, nos van a hacer saltar del sofá. La convivencia con un perro influye positivamente en la salud mental y física y en el bienestar de la familia, pero es importante conocer la responsabilidad de tener un animal en casa y establecer con él una unión afectiva".
Especialmente a partir de los 50 años, la tenencia de un perro es un factor protector frente a la tristeza y la enfermedad. Está ampliamente demostrado que ayuda a controlar la tensión arterial, aleja los trastornos metabólicos y cardiovasculares, reduce el estrés, alivia la soledad y se liberan endorfinas. "No hay duda de que son un excelente soporte psicológico", concluye Ángel. Él confió a Güera la alegría del hogar y esta respondió con creces al encontrarse en un hogar con unas condiciones óptimas de compañía, cariño, ejercicio físico y exquisitos cuidados.