El 95% de los padres tiene un hijo preferido, y el otro 5% miente. El autor de este sofocante pensamiento es Jeffrey Kluger, un escritor neoyorquino que levantó un tremendo alboroto, hace ya unos años, con un artículo en la revista 'Time' sobre los vínculos entre hermanos. Quizás exageró en los porcentajes, ya que otras encuestas realizadas en diferentes países bajan al 75%, para las madres, y el 70% en el caso de los padres. ¿Qué importan los números? Lo interesante es que esta verdad molesta, que no admitiríamos ni en nuestra íntima conciencia, es real y más natural de lo que creemos.
El cuarto episodio de la cuarta temporada de 'The Crown', la popular serie de Netflix, se detiene en este asunto al llegar a la era Thatcher de la política británica. En 1982, tres años después de asumir el cargo de primera ministra, desaparece su hijo Mark, de 29 años, en el rally París-Dakar cuando competía junto con la piloto Anne-Charlote Verney. La pareja y su mecánico fueron declarados desaparecidos. El incidente ocupó los titulares de prensa durante semanas. Aunque la primera ministra pagó de su bolsillo la búsqueda, también se emplearon fondos públicos. Mark fue encontrado seis días después a 56 kilómetros de la ruta marcada. Sano y salvo. Se celebró una gran fiesta y él ni siquiera se molestó en dar las gracias por el rescate. Para su madre siguió siendo ese hijo pródigo digno de amor y compasión.
En la narración del accidente, la serie descorcha el resentimiento de Carol, su hermana melliza, por el favoritismo de la Dama de Hierro. Su resquemor no es ficción. En 2005, declaró a 'The Guardian' que en ese número 10 de Downing Street, la residencia oficial de la primera ministra, ella fue tratada como una mujer "unidimensional y aburrida", mientras que el hermano era el hombre glamuroso, encantador y entrañable. Pura fullería que le permitía a Mark ganar enteros y crecer en autoestima y una seguridad en sí mismo que rozaba la desvergüenza.
No era una percepción de hija celosa por su rol de segundona frente al niño mimado y malcriado. En un documental emitido en la BBC, una de las secretarias de la primera ministra británica confirma las sospechas de Carol: "No tenía tiempo suficiente para sus hijos. Se excedió en sus obligaciones con Mark y tal vez descuidó a Carol". Ni siquiera acertaba a llamarla por su nombre. "Le venían a la cabeza todos los nombres de sus asistentes antes que el suyo", confesó. Esta diferencia pudo generar una rivalidad fraternal que se hizo patente cuando, en 2008, Mark se horrorizó por la revelación que hizo Carol con respecto a la demencia que sufría su madre, de 82 años. Volvió a mostrar su disgusto cuando dos años después de su muerte, en 2015, la hija sacó a subasta algunas de las pertenencias que le había dejado: su maletín rojo de primera ministra, los icónicos bolsos, pañuelos de seda, joyas, trajes y otras piezas que trazaron su característica imagen de Dama de Hierro.
De momento, ni Mark ni Carol se han pronunciado sobre este capítulo de la cuarta temporada de 'The Crown', pero es vox populi que la hendidura entre hermanos es tan profunda que ni siquiera son capaces de permanecer juntos en una misma habitación, según filtró una persona del entorno de los Thatcher al diario 'Daily Mail'. No es el único episodio de favoritismo que destaca este cuarto episodio de 'The Crown'. También aparece Felipe de Edimburgo burlándose de su esposa, la reina Isabel II, por su descarada tendencia a favorecer a uno de sus hijos, el príncipe Andrés. Es algo de lo que se ha elucubrado mucho. El historiador Piers Brendon declaró en un documental de Channel 5 que la soberana británica clavó para siempre su mirada en esa imagen de hombre combativo durante la guerra de las Malvinas, en 1982.
Regresó a Buckingham convertido en héroe militar. Aunque sus camaradas del ejército ya le apodaron 'Andresito, el cachondo', nadie pudo imaginar que con el tiempo se vería envuelto en un gigantesco escándalo sexual que le obligaría a renunciar a sus funciones como miembro de la familia real. Sin llegar a la inmisericordia de su primogénito Carlos, por primera vez la reina Isabel ha sido capaz de apartarse de su ojito derecho.
La inclinación por un hijo es un fenómeno común que transcurre de forma clandestina en casi todos los hogares. Un estudio publicado en 'Journal of Marriage and Family' reveló que el 75% de las madres y el 70% de los padres admiten predilección por uno de sus vástagos. El porcentaje sube al 85% cuando se les pregunta a los hijos si consideran que hay un favorito, de acuerdo con los resultados de una encuesta dirigida por un equipo de psicólogos de la Universidad Purdue (Estados Unidos). Es una realidad dolorosa que se advierte en el trato cotidiano, en los afectos y en los privilegios que acaba recibiendo. Este impulso nace a veces por un instinto de mayor protección al hijo que parece más vulnerable o necesitado de afecto.
Según el saber popular, la mujer tiene especial querencia por el hijo varón y el hombre por la hija o por el primogénito. En otras ocasiones este vínculo aventajado tiene que ver con la afinidad y compatibilidad. En el peor de los casos, se construye a partir de una obsesiva idea que lleva a uno de los progenitores a proyectar determinadas expectativas sobre uno de ellos, exigiéndole excelencia en su personalidad y en todo aquello que emprenda. Cuando el origen está en la mayor fragilidad de uno de los niños, la psicóloga Jenny Jenkins, investigadora de la Universidad de Toronto, aconseja hablar con los demás y hacerles entender por qué puede necesitar más atención. "Los chicos -asegura- son muy perceptivos e intuitivos y suelen comprenderlo, pero es importante ser transparentes para que ninguno llegue a sentirse ignorado".
Cualquiera que sea la raíz, hay un riesgo elevado de convertir esta diferencia en una forma de maltrato psicológico o físico, según Ellen Weber Libby, autora del libro 'The favorite child', que determina tanto el carácter como la relación que forjará con los hermanos y con el resto de la sociedad. Un estudio en la Universidad Brigham Young, en Estados Unidos, detectó que los niños que sentían que los papás eran menos afectuosos con ellos y más distantes tenían el doble de probabilidades de sufrir episodios de ansiedad, adquirir hábitos alimentarios poco saludables y consumir compulsivamente alcohol, drogas y tabaco.
Tampoco los hermanos más favorecidos salen indemnes de este trato diferencial. Él no escoge ese lugar prominente que le hace cargar con el peso de la sobreprotección, el exceso de expectativas, la obligación permanente de hacer méritos y no defraudar o los sentimientos de culpa por su posición de privilegio. También puede ocurrir que desarrolle una actitud complaciente que le hará darse de bruces en cuanto asome al mundo real y caiga en la cuenta de que el niño bonito es simplemente uno más.