David Gálvez García nació en Toledo hace 48 años. Tuvimos la suerte de conocernos en el instituto, disfrutar de una buena amistad los cuatro años que coincidimos y compartir afición durante todo este tiempo. Tras un cuarto de siglo sin saber nada el uno del otro, cosas de la vida, uno se quedó a estudiar y vivir en Toledo, otro hizo lo propio en Madrid, un MINI 850 y un Fiat 600 con más de 50 años cada uno nos han vuelto a unir. Y tenía que ser en Uppers.
David no podía escaparse de su destino. Estudió Derecho y trabaja en una reconocida compañía de seguros, por supuesto, relacionado con los coches. “Mi padre ha sido mecánico toda la vida y mi pasión por los coches viene porque desde pequeño me encantaba ir al taller, el olor a gasolina... Me he criado con ello y porque mi padre me hizo un kart cuando tenía unos 5 años”, empieza a contar.
Mariano, su padre, que ahora tiene 75 años, empezó a trabajar como mecánico a los 12. Yo no lo sabía, pero es lógico, viendo que, nada más cumplir 16 años, David ya pilotaba su Derbi GPR 75. Roja, con toques blancos, flamante, deportiva, cuidadísima, era la envidia de muchos como yo, que sólo pude acceder a una triste Yamaha Active 80 años después. Y nada más cumplir los 18 años, puede que fuera el primer alumno de Nuestra Señora de los Infantes en conducir su propio coche. Me acuerdo aún de aquel VW Polo GT. Tenía 80 caballos de la época, y a pesar de su toque deportivo, la conducción de David era cuidadosa, esmerada, tranquila… perfecta. Impropia de un chaval de 18 años. Viendo ahora el resultado, normal que su padre confiara en él sin dudarlo.
Fue Mariano quien le enseñó todo lo que sabe de coches, y le inculcó ese amor y cariño por unas joyas con ruedas que no todo el mundo sabe apreciar. Su padre ya está jubilado, pero se le ve un brillo especial en los ojos cada vez que cacharrea con David o ve a su hijo trastear con el zarrio de turno.
El MINI 850 de las fotos acaba de cumplir 50 años. El Fiat 600 que duerme a su lado tiene un año más, 51. Son sus dos tesoros. “El MINI se lo compré a un coleccionista que tenía varios coches. Yo ya entonces tenía otro moderno y éste me enamoró nada más verlo. El precio fue barato... pagué unos 3.700 euros. Luego en piezas me habré gastado creo que poco para lo cambiado que está, unos 800 euros, pero las miles de horas en el taller con mi padre, mano a mano, currando, saneando, desmontando, limpiando, transformando… eso no se puede pagar con dinero”.
Y tiene razón. Si ponemos que sólo ha echado 1.000 horas en el coche, que fijo que son muchas más, a un precio de 50 euros la hora (es barato), salen 50.000 euros en trabajo. Y ya os digo que, si lo vendiera, sería complicado amortizar tanto trabajo y esfuerzo. ¿Pero se desharía David de sus dos joyas?
“El 600 no lo vendería nunca, por el valor sentimental que tiene... las tardes con mi padre, todos los recuerdos vividos... ¿Y el MINI? Creo que tampoco, y eso que lo compré como inversión... En todo caso creo que lo podría vender para conseguir un MINI Cooper”. Y sentencia: “ese es mi problema, que me encariño, porque el MINI, repito, realmente iba a ser una inversión... Y lo es... Pero prefiero comer chopped y tenerlo que jamón y no tenerlo”. Sobran más palabras.
La historia del Seat 600 es igual de bonita. “Por supuesto, sin mi padre no podría haberlo restaurado. Es un 600 del año 71. Era del señor Manolo, el abuelo de un amigo mío y recuerdo siempre que cuando lo usaba y se bajaba siempre iba después con un cubo y una esponja y lo limpiaba. Estuvo mucho tiempo parado en un garaje hasta que conseguí que me lo vendieran por 2.500 euros. Lo desmontamos entero en el taller, lo reconstruimos prácticamente desde cero, hasta el reglaje de válvulas hicimos”, comenta saboreando cada palabra, cada recuerdo.
“En él hemos gastado poco más de mil euros en piezas. En cuanto a horas… es incalculable, de verdad. Han sido muchos meses por las tardes echando horas y horas. Son obras inacabadas, siempre puedes hacer más arreglos, mejorarlos”, sentencia con firmeza.
David no se va a aburrir en los próximos años: “Poco a poco, con mi hermano, hemos ido recopilando alguna moto ya con unos añitos con la intención de restaurarlas. Casi todas son de los años 70 y 80. En mi día a día tengo tres al uso, una Kymco 400 para el día a día, una Honda VFR 750 y la CBR 600 del 92 que es especial, pues la compré con 18 años y hasta ahora. Esta no la vendo por nada del mundo”, confiesa.
Sanglas 400, Montesa H6, Montesa Impala, Ural con sidecar réplica II guerra mundial, Mobylette… el menú sobre dos ruedas también es apetecible para cualquier coleccionista. La Mobylette le recuerda porque “con 5 años mi padre me construyó un kart”, a lo Fernando Alonso. “Utilizó el motor de una Mobylette y ruedas de avioneta”. Aún lo conserva. Rústico como él solo, pero un recuerdo imborrable de su niñez.
Y casi de casualidad, nació un grupo de amantes de los MINI clásicos en Toledo. “Un día que iba a jugar al pádel me encuentro en mi barrio a Ángel, un vecino, liado con su MINI, y nos hicimos amigos y fuimos recopilando poco a poco a más MINI clásicos en la ciudad”. Mi desplazamiento a la Ciudad Imperial para el reportaje incluyó un paseo por el Casco Antiguo a lo “Italian Job” en la que quedó de manifiesto que estos coches llaman más la atención que un deportivo de más de 100.000 euros. Y así, sin prisa, ya van por la docena de miembros y preparando el merchandising, logos, camisetas y sudaderas, cena de Navidad, etcétera.
Ante tanta admiración con este tipo de coches, la pregunta es obligada: “¿Qué si se liga con el coche clásico? Lo has visto hoy con tus propios ojos: te paran, te piden fotos, te preguntan… es un coche que despierta muchas sensaciones en la gente. Está claro que favorece el contacto”, dice con pillería, sin que se le borre la sonrisa de la cara.
David tiene mil y una anécdotas con sus queridos oldies, la mayoría acaban bien pese al sufrimiento: “El MINI un día empezó a perder aceite por un retén. Pero mucho. Y me asustó bastante porque como van tan apretados... iba a tener que sacar el motor entero, desmontarlo, etcétera. Y buscando por foros y por todos lados encontré un producto que se supone que los regenera. Me costó 20 euros. Antes de meterme a saco en el motor probé por si acaso. Recuerdo que estaba viendo un partido de fútbol, era tarde, y en el descanso no pude más y bajé al garaje, se lo eché... y al final del partido volví a bajar y... ¡Milagro! ¡Problema resuelto!”.
Nos despedimos de David con ganas de volver a dar una vuelta con su MINI y su 600 que, por cierto, se conducen de una manera muy diferente a los coches actuales, sin casi potencia, con una amortiguación y una dirección de otra época. Pero antes de marchar me pide que suba un momento a su casa. En la vitrina del mueble del salón, una réplica exacta a escala de su garaje real, con el MINI, el 600, las motos… ¡Buah, qué pasada!