Alfonso Chaves, el sevillano de 78 años que tiene más de 50 clásicos restaurados por él mismo

  • "He hecho milagros como la Virgen de Fátima”, asegura

  • Empezó visitando unos cuantos desguaces para “echar un vistazo”

  • No cobra entrada para ver sus maravillas, sólo comida no perecedera para donar a Cáritas

Alfonso Chaves ama los coches, especialmente los rotos, averiados y, más concretamente, los que tienen un porrón de años. Y menos mal, porque su profesión es y ha sido desde que tiene memoria la de mecánico. Ahora cuenta con 78 años y no ha perdido un ápice de ese amor por la reparación de automóviles, clásicos o no. A lo largo de toda su vida ha logrado reunir más de medio centenar, a los que ha devuelto a la vida, en algunos casos, después de varios e intensos años de trabajo.

Este sevillano tiene, literalmente, “amontonados” en su casa, una cincuentena de vehículos clásicos que ha reparado con sus propias manos. Sin prisa, pero también sin pausa. Muchos de ellos estaban en desguaces, a la intemperie, considerados chatarra, y hasta le facilitaban el poder llevárselos sin pagar nada a cambio, pues les quitaban un muerto de encima y liberaban espacio.

Alfonso ha devuelto a la vida vehículos con más de cien años de historia e, incluso, se puede comprobar que funcionan perfectamente todos ellos. Y, por supuesto, es casi imposible establecer un orden de importancia o de valía. Eso no evita que los ojos se vayan, en seguida, a un viejo Ford que ya tiene más de un siglo de vida, o a una limusina que estuvo al servicio de la Dictadura, perteneciente al Parque Móvil Ministerial de Madrid.

Devolverlos a la vida

Otra de las joyas que guarda en su “especie de colección” y que funciona perfectamente es un camión de limpieza del Ayuntamiento de Sevilla destinado a la Exposición Iberoamericana de 1929. Está al lado de un autobús urbano que empezó a prestar servicio un año después, en 1930, y en el que ha estado tres años trabajando sin descanso para devolverlo a la vida.

El taller de Alfonso está en Castilleja de la Cuesta. Allí, en 1967, comenzó a trabajar y a cultivar su pasión, que se ha convertido por entero en su vida. “Yo cerraba el taller a las ocho de la tarde y me daban las dos de la mañana y seguía restaurando vehículos antiguos que había conseguido. Aprovechaba las horas libres y los días de fiesta. Este legado es el resultado de haber podido restaurar durante toda una vida entera”, afirma orgulloso.

Nadie puede acusar a este amante de los coches de tener mal ojo, pues su criterio y experiencia han sido claves a la hora de reunir el medio centenar largo de vehículos que acumula en su poder. Su forma de trabajar siempre ha sido muy parecida: “me daba una vuelta por diferentes desguaces que más o menos me quedaban a mano y echaba un vistazo” a lo que los demás habían tirado o desechado. “Cuando los chatarreros me veían llegar también veían el cielo abierto porque los vehículos por los que yo me interesaba para ellos eran un estorbo. Eran coches muy grandes e imposibles de arreglar. Pero yo sabía lo que recogía y estaba seguro de que, con mucho esfuerzo, les iba a devolver la vida. Ahora miro para atrás y te aseguro que he hecho milagros como la Virgen de Fátima”, dice entre risas.

A la caza y captura de un lugar apropiado para mantener la colección

Por desgracia, Alfonso no tiene un sitio específico para poder exponer los coches, ni presupuesto para hacerse con uno adecuado. Los vehículos los guarda, a veces amontonados, alrededor de su casa “en el jardín y en una nave donde están amontonados porque no tengo espacio”. Chaves ya ha solicitado al ayuntamiento la creación de un museo para exponer, de forma gratuita, este pedacito de historia sobre ruedas.

Hasta que llegue ese momento, si llega, este Upper no duda en abrir las puertas de su casa unos cuantos fines de semana al año para que los interesados puedan apreciar sus joyas. “La única entrada que tienen que pagar a cambio es la de llevar comida no perecedera” que después el propio Alfonso dona a Cáritas. “He llegado a entregar 1.200 kilos de comida con un mes de visitas”, asegura con orgullo, y no es para menos.

"Mucha gente se interesa por estos coches. Un museo en el pueblo sería toda una atracción. Yo no quiero dinero a cambio, yo los doy gratis, lo que no quiero es perder todo mi legado el día que muera porque mis hijos no se pueden hacer cargo de esto”, explica con criterio después de tanto trabajo.

La idea que maneja Alfonso requiere de ciertos fondos, ya que no es sólo un espacio suficiente para tanto vehículo, sino para poder mantenerlo con vida. “No he querido calcular cuánto me cuesta mantener estos coches porque me asustaría pero mi pensión se la llevan, eso seguro. Cuando no es un seguro, es la ITV y cuando no es una rueda o gasolina”, dice con preocupación.

En cualquier caso, Alfonso tiene las cosas claras y bajo ningún concepto ha pensado en vender su colección, a pesar de que ha tenido ya ofertas “algunas muy buenas”. “¿Qué precio le pongo yo a lo que es para mí toda una vida?”, pregunta con una sonrisa triste esbozada en la cara. 

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