Aunque muchas veces lo pasemos de largo, los neumáticos juegan un papel fundamental tanto en nuestra seguridad al volante como en el comportamiento del propio vehículo. Por eso, es imprescindible que cada cierto tiempo los revisemos y cambiemos.
Circular con unas ruedas en mal estado afecta tanto al agarre del vehículo como a su control y frenada, así como a su consumo de combustible. Y si bien es cierto que nuestro estilo de conducción, el clima o los terrenos por los que nos movemos pueden afectar de manera distinta a la duración y mantenimiento de los neumáticos, lo cierto es que antes o después a todos nos toca cambiarlos, ya que el paso del tiempo, independientemente de lo cuidadosos que seamos, hace que pierdan facultades.
A la hora de cambiar de neumáticos, hay muchos factores a tener en cuenta, como el tipo de vehículo que se conduce, su edad o los kilómetros que ha recorrido. Las ruedas de un vehículo que utilizamos de manera esporádica, a fin de cuentas, no tendrán el mismo desgaste que las de un automóvil que cogemos sistemáticamente para recorrer largas distancias.
Por norma general, aun así, se recomienda inspeccionar los neumáticos cuando hayan pasado seis años desde su montaje y cambiarlos por unos nuevos una vez hayan cumplido los diez años, independientemente del uso que les hayamos dado, ya que ya no ofrecerán la misma seguridad.
Además, se recomienda sustituirlo siempre que la profundidad de los surcos de la banda de rodadura sea inferior a 3 milímetros y hacerlo siempre antes de alcanzar el límite legal para poder circular, cifrado en 1,6 milímetros. Y, evidentemente, siempre que detectemos que las ruedas de nuestro vehículo tienen algún problema o defecto grave tendremos que cambiarlos cuanto antes.
Aunque estas recomendaciones pueden seguirse para cualquier tipo de vehículo de combustión, en los coches eléctricos se deben tener en cuenta otras consideraciones. Y es que al igual que presentan diferencias en la mecánica y funcionamiento, el mantenimiento de los vehículos eléctricos también difiere ligeramente del de los modelos de combustión.
En el caso concreto de los neumáticos, las ruedas de un vehículo eléctrico se desgastan, por norma general, antes que las de un coche de combustión. Esto se debe a tres factores: el peso, el par motor y la frenada.
Los vehículos eléctricos, por su mecánica y, especialmente, por su batería, son más pesados que los de combustión, algo que inevitablemente afecta a sus neumáticos. En concreto, se calcula que el peso que deben soportar las ruedas de estos modelos es un 30% superior al de los modelos de combustión, lo que hace que sufran más durante la conducción y, sobre todo, en los momentos de arranque y frenada.
Estos coches tienen también un par motor más elevado que los de combustión, que se canaliza a las ruedas y hace aumentar su esfuerzo y, consecuentemente, su desgaste. Y además, dado que su peso e inercia es mayor, su distancia de frenado es más alargada, lo que aumenta también el esfuerzo que hacen los neumáticos. Asimismo, en las desaceleraciones también se incrementa el neumático de las ruedas, lo que disminuye aún más su vida útil.
Como consecuencia de estos factores, se recomienda que los conductores de vehículos eléctricos cambien los neumáticos, como muy tarde, a los cinco años de su montaje, en lugar de a los diez. No obstante, y al igual que ocurre con los modelos de combustión, también habrá que cambiarlos cada vez que presenten algún problema o defecto grave y cuando la profundidad de su banda de rodadura sea inferior a la recomendada, independientemente de su edad.