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La vida después de la covid-19: pacientes recuperados cuentan sus secuelas inesperadas

  • Después de tres meses ingresada y otros tantos ya en casa, la zaragozana Carmela Mondéjar comparte con Uppers cómo le ha alterado el coronavirus su calidad de vida una vez curada.

  • Caída de pelo, parálisis facial, trastornos urinarios, urticarias, dolor, dificultad para hablar, pérdida de movilidad… Son solo algunos de los síntomas que describen las personas que han pasado la enfermedad.

Antes de enfermar de coronavirus, Carmela Mondéjar, trabajadora social recién jubilada de 66 años, lucía un bonito corte de pelo bob, de plena tendencia y muy favorecedor. Acababa de volver de Dubái y tenía las maletas listas para viajar con su marido Santiago a Almería. Sentía que estaba viviendo una magnífica segunda juventud. El calendario marcaba 10 de marzo y en España la situación por el coronavirus pintaba cada vez peor. La Comunidad de Madrid, Vitoria y Labastida (Álava) endurecían sus medidas y se había acordado el cierre de los centros educativos. El balance era ya de 1.200 contagios y 30 personas muertas con Covid-19.

Al menos la Bolsa española daba un respiro después de una jornada catastrófica. "Ese día, poco después de salir de casa, en Zaragoza, advertí los primeros síntomas. Me encontraba mal y la temperatura me subió por encima de los 39º. Inmediatamente intuí que sufría coronavirus. Hicimos noche en Albacete, con unos familiares, y ahí ya noté un extraño e intensísimo dolor que me recorría el cuero cabelludo. A la mañana siguiente convencí a mi marido y nos fuimos de vuelta a Zaragoza, directos al Hospital Universitario Miguel Servet. Una PCR confirmó mi positivo".

En ese momento su vida quedó interrumpida hasta el 10 de junio. Su relato sobre lo que sucedió en ese tiempo es sobrecogedor. "Gracias a mi mejoría después de diez días en sala covid, pude pasar a planta, pero de nuevo recaí y me llevaron urgentemente a la UCI, donde permanecí 40 días en sedación profunda. Durante ese tiempo, el personal médico tuvo que llamar en varias ocasiones a mi marido para informarle de mi mal estado. La última llamada fue para pedir su autorización para desconectar la máquina puesto que la situación se iba agravando". Casi milagrosamente, Carmela pareció renacer. Aún tuvo que pasar un tiempo más ingresada, pero sin peligro. Por fin, el 10 de junio, miércoles, pisó de nuevo la calle. El equipo sanitario la despidió entre aplausos y muestras de cariño y ella se sintió emocionada.

Una vez en casa, empezó su segundo viacrucis

Eso de pisar la calle es un decir. Realmente su salida del hospital fue el inicio de un segundo vía crucis que aún hoy no ha terminado. "Salí en silla de ruedas y con mi brazo izquierdo pegado al cuerpo, con la mano tocando el hombro derecho. Inmovilizado totalmente. Mi pelo no era ya ni su sombra. Había perdido una buena cantidad y lo quedaba estaba tan enredado que parecían rastas". Estaba curada de coronavirus, pero nadie le advirtió de la mella que dejaría en ella la enfermedad: calvas repartidas por todo el cuero cabelludo, inmovilidad de una parte del cuerpo a causa de una capsulitis, disfunción del nervio cubital, dolor generalizado que va variando con los días, fibrosis pulmonar que a veces le hace difícil respirar, fatiga y pérdida de equilibrio e inestabilidad al caminar.

Lo que no ha permitido es que la covid-19 altere su excelente humor y esa actitud positiva que le ayuda a seguir en pie y a agradecer todo lo bueno que tiene y lo que le queda por delante. Poco a poco, va recuperándose y ella pone todo de su parte. No luce su melenita bob, pero de día se planta un sombrero panamá y para sus paseos de tarde un elegante gorro oncológico.

Carmela tiene confianza en que casi todo ello será transitorio y, aunque le cueste, recobrará su salud, igual que le ha vuelto ya el gusto y el olfato. Algunas de sus secuelas son comunes a las que desvelan otros pacientes que han sufrido también coronavirus. Es el caso de Mar Martín, directora de un colegio en Zaragoza y presidenta de la recién creada Asociación de Víctimas y Afectados por Covid-19 (Avaca), en Aragón. Le diagnosticaron durante el mes de febrero y dice que a ella también se le ha caído una buena parte de pelo. Además, ha perdido vista y, siete meses después de su curación, sigue padeciendo urticarias generalizadas por todo el cuerpo. "Son síntomas -explica- que, aunque se vinculan con el coronavirus, aún no se atienden en consulta como secuelas de la enfermedad. Se achaca a otras causas". Ella no necesitó ingreso, pero es consciente de que la huella de este virus persiste mucho más allá del negativo definitivo que aporta el test.

La voz pasa a ser apenas un susurro

Mar nos cuenta que las personas que están llegando a la asociación Avaca presentan cuadros muy diferentes, como el caso de un paciente que pasó la Covid-19 de forma asintómatica y unas semanas después le sorprendió una parálisis facial. Algunos tienen tos intermitente y apenas pueden respirar. A otros les cuesta tragar o incluso hablar. Apenas les sale un susurro de la garganta. "Nadie conoce aún el alcance de esta enfermedad. Son los propios pacientes, con sus testimonios, los que van escribiendo la trayectoria del coronavirus. Cada historia es diferente y muy pocas veces hay una respuesta sanitaria", asegura la presidenta de Avaca. Hay varias investigaciones en curso y, por lo que se está dando a conocer, algunos de los efectos podrían volverse crónicos. Son fallos de todo tipo -físicos, cognitivos, neurológicos y también psicológicos- a los que tienen que enfrentarse con pocos recursos y una información muy escasa.

Los más comunes son dificultada para respirar y debilidad muscular. Los pacientes, aunque recuperados del virus, salen con cicatrices, daños e inflamación severa en los pulmones y otros órganos, como los riñones, el corazón y el hígado. Pueden también aparecer otro tipo de trastornos metabólicos y urinarios, según avanza un estudio del Centro de Terapia Post-Covid del Sistema de Salud de Monte Sinaí, en Nueva York, que investiga las moléculas relacionadas con los mecanismos de entrada del virus y cómo se alteran en función de la edad y del estado inmunológico del individuo. Es posible que algunos pacientes no puedan volver a la capacidad física previa al contagio.

Las marcas de esta guerra especialmente virulenta para las personas mayores de 60, como Carmela, son también significativas a nivel psicológico. De acuerdo con la investigación en el Monte Sinaí, empiezan a ser habituales los trastornos de estrés postraumático que se manifiestan en forma de depresión, ansiedad, pesadillas y flashbacks que les trasladan a los momentos más amargos de la enfermedad. La recuperación se vaticina especialmente dura para las personas que ya antes eran frágiles y aquellas que necesitaron un ingreso más largo.