Cuando Daniel Albero (50 años) empezó a tomarle el gusto al motor, siendo adolescente, echó de menos algún referente. Sí, estaba el brasileño Ayrton Senna, para muchos el piloto de automovilismo más rápido de la historia. También el austríaco Niki Lauda, el español Carlos Sainz y muchas otras leyendas. Pero él necesitaba saber si un diabético podría disputar, por ejemplo, un Rally Dakar. Apuntaba alto y no le faltaban razones. Más de tres décadas después, el referente es él mismo. Es el primer piloto con diabetes en terminar el Rally Dakar. Lo consiguió, por primera vez, en 2021. Hasta ese momento hay una apasionante historia de superación personal y profesional que comparte con Uppers.
Con solo ocho años, este valenciano de Carcaixent sufrió una meningitis aguda muy difícil de tratar en aquella época, que superó después de doce meses de ingresos, pruebas y tratamientos. "Cuando todo parecía que iba a ir bien, me diagnosticaron diabetes tipo 1.
Tenía nueve años y creo que ni siquiera mis padres eran conscientes de lo que implicaba el diagnóstico. Entonces no había la información que hay ahora y los pacientes no recibían demasiadas explicaciones. Tampoco los padres. La diabetes dio un giro inesperado a nuestra vida. De repente, alimentos prohibidos y pinchazos a todas horas. Unos para medir la glucosa y otros para inyectarse la insulina".
Esto no le impidió soñar mientras veía las carreras del motor en televisión los domingos muy temprano, si bien pensaba que, sobre todo por su condición de diabético, el sueño de llegar a Dakar sería inalcanzable. Arenas, dunas y desierto hacen que sea la carrera más dura del mundo.
A estas dificultades, Daniel tendría que sumar la diabetes y la posibilidad de que en plena competición sufriese una hipoglucemia, una hiperglucemia o cualquier otro percance. Son 15 días muy intensos y en un terreno hostil. De momento, ya contabiliza cuatro ediciones.
Se mantuvo firme en su empeño y fue escalando con cautela. Su primer anhelo cumplido fue una moto. Había nacido en una familia de larga tradición musical, sobre todo con los instrumentos de viento, y fue una circunstancia que jugó a favor de obra.
"Toco la trompeta desde pequeño y a los 16 años ya empecé a recorrer toda España con orquestas y bandas de música para ganarme un dinero y comprar mi primera Kawasaki", relata haciendo gala de su espíritu valiente y decidido.
Empezó a correr casi de incógnito. Su primera carrera profesional fue el Campeonato Territorial Valenciano. "Ni se me ocurrió decir que era diabético. No quise hacerlo en ese momento ni en las carreras que vinieron después, competiciones con bastante nivel.
Existía un prejuicio que, gracias a los deportistas y personas que desde diferentes ámbitos estamos dando visibilidad a la enfermedad, está desapareciendo. Los avances médicos han contribuido a romper cualquier barrera y estamos demostrando que una diabetes bien controlada no te impide llevar una vida absolutamente normal y cumplir tus sueños y objetivos, sean los que sean", asegura.
Solo cuando echa la vista atrás, Daniel es consciente de cómo estos avances en medicina han transformado la calidad de vida de un diabético. Él lleva sensores desde hace seis años y bomba de insulina desde hace tres.
El uso conjunto de bombas y sistemas de monitorización continua de glucosa permiten liberación automática de insulina ajustada a las necesidades del paciente. Son instrumentos de fácil manejo que consiguen un buen control metabólico y un mejor pronóstico, a corto y largo plazo, disminuyendo el riesgo de hipoglucemias graves y de complicaciones.
A Daniel le ha ayudado a mantener sus niveles correctamente sin que apenas tenga que preocuparse ni distraer su atención cuando está en competición. Ya no esconde su condición de diabético. Al contrario, la ha integrado en sus metas vitales a través del proyecto conocido como 'Un diabético en el Dakar.
"El objetivo, además de alcanzar la meta, es dar la máxima difusión a la diabetes tipo 1 y motivar y romper las barreras que hasta ahora impedían a millones de diabéticos en todo el mundo llevar una vida normal o emprender cualquier meta competitiva en el mundo del deporte. Nuestra segunda gran pretensión es impulsar y fomentar el interés en la investigación de la enfermedad", explica.
Su equipo forman mecánicos, manager, sponsors y su propia brigada audiovisual. Teniendo en cuenta que el Dakar llega a las televisiones de más de 260 países, el alcance es enorme. "Para mí es importante, pero también para aquellas personas que tienen la misma condición, sobre todo niños y jóvenes que pueden ver reflejados sus sueños. Dar visibilidad es también fundamental para que las marcas apoyen esta iniciativa".
Daniel debutó en el Dakar en 2019. Esa edición se celebró íntegramente en Perú. El recorrido fue más corto, pero con una dureza mayor. Él era la primera persona con esta enfermedad que competía en el Dakar. Cada noche, después de cada etapa, contactaba con su doctora, Teresa Martínez, para revisar juntos si sus niveles de glucosa habían estado dentro del rango de normalidad y evaluar las razones de cualquier incidencia médica.
Con el tiempo, ha ido puliendo no solo su técnica como piloto, sino también el manejo de la diabetes en plena competición: desde cómo y dónde colocar mejor los parches del sensor hasta la cantidad de líquido y alimento para que el cuerpo tenga energía suficiente sin que se disparen los niveles. Un juego de malabares que cuenta con la implicación de todo el equipo que le rodea.
Su mujer, María Mercedes Catalá, es una pieza fundamental en los logros de Daniel. Tiene un conocimiento extraordinario de la enfermedad y cuando viaja con él puede estar plenamente convencido de que todo lo que necesita, en cuanto a material diabético, está controlado, lo cual rebaja mucho la presión.
En 2020, Daniel se animó a escribir su relato en primera persona en un libro que lleva por título el nombre de su proyecto, 'Un diabético en el Dakar'. "Fue idea de la editorial solidaria Kurere, cuyos beneficios se ceden en buena parte a alguna asociación, y valió la pena", explica.
En sus páginas relata una historia de superación y constancia que va más allá del motor e incluso de su diabetes. Si su infancia ya vino marcada por la enfermedad, la vida le tenía preparado un golpe aún más duro: el fallecimiento de su tercer hijo, Iker, a los siete meses. Tiene otros dos hijos, Dani y Yerai, de 17 y 12 años, y el duelo le dio el impulso que necesitaba para cumplir su meta vital.
"Si el esfuerzo ha sido grande -reconoce-, más aún es la emoción del trayecto y el orgullo de representar a tantas personas en una aventura tan importante, de poder devolver la ilusión a tanta gente que padece la diabetes. Desde que empecé en esto, no he dejado de recibir felicitaciones y mensajes de ánimo. Esto y mi satisfacción personal son la mejor gasolina para continuar". Este año ha cambiado la moto por el coche y ha corrido en la categoría Dakar Classics. Con su excelente sentido del humor, en este cuarto Dakar decidió tintarse el pelo de azul, el color oficial de la diabetes a nivel mundial.
De azul o de cualquier otro color, garantiza que el entrenamiento no es muy diferente al de cualquier otro piloto. "Con un buen manejo de la diabetes, las complicaciones son las mismas que para el resto de los competidores: el impacto de una piedra, el vehículo se te hunde en pleno desierto, etc. La vida me ha enseñado que, si te caes, te levantas".