No hay ningún país como Argentina para convertir a sus ídolos en semidioses. Allí Maradona y ahora Messi poseen un halo divino, mesiánico, que trasciende mucho más allá de lo meramente futbolístico. No se trata (solo) del tradicional entusiasmo de los países sudamericanos por el balompié. Brasil o México también son conocidos por sus apasionadas y fieles aficiones y no celebran un culto semejante hacia un jugador por muy bueno que haya sido, ni siquiera por Pelé. Entonces ¿por qué la Albiceleste es distinta? ¿Qué tienen el 'Pelusa' y 'la Pulga' para ser adorados con ese fervor?
Es muy humano profesar una gran admiración por alguien en el que reconocemos unas características excepcionales, ya sea un músico, un artista, un político o un deportista. El fenómeno se da desde la Antigua Grecia. ¿Cómo nace un ídolo? "En la idolatría hay mucho de la necesidad que tiene el ser humano de aferrarse al pensamiento mágico, que cumple una función de salvación. De alguna manera, eso nos calma y nos protege de algo que no entenderíamos, o nos provocaría dolor o incertidumbre", nos explica la psicóloga Teresa Terol.
En el ámbito deportivo entra en juego también el componente emocional. "Tiene poco de racional y mucho de pasional". En el fútbol, en particular, "la pasión ciega a la razón. Es un juego en el que te dejas llevar, te permites vivirlo desde tu parte más animal". "Tener en tu equipo a un ídolo, a un dios, siempre te genera esa sensación de poder", indica la psicóloga.
Pero ¿por qué los argentinos específicamente elevan a sus mayores ídolos a esas cotas de divinidad? Para Pablo Blanco, especialista en el comportamiento humano en organizaciones, todo se debe a que "Argentina vive siempre en procesos mesiánicos". Hablamos de un país sólidamente anclado en los valores cristianos. "En la idiosincrasia argentina existe de una forma muy arraigada la idolatría por el el líder popular, que puede venir de cualquier ámbito, desde la música a la política".
"La Argentina moderna fue creada por un conjunto de inmigrantes que vivieron acorde a una especie de heroísmo de lo cotidiano, y es la representación de ese heroísmo a través del fútbol como deporte nacional lo que genera esta locura. Por eso, cuando llega un Maradona o un Messi se le endiosa, al mismo tiempo que se le exige como un dios", explica Blanco.
"En una país tan inestable económica y socialmente, cuando encuentras una figura mesiánica capaz de cambiar tus frustraciones diarias por una alegría se le carga con esa responsabilidad: se le reclama el derecho a no sufrir durante dos horas", añade. "Son mesías porque vienen a salvar al espíritu argentino de la permanente debacle a la que estamos expuestos. O sea, si los argentinos fuésemos exitosos en otros planos, Messi y Maradona serían solo ídolos deportivos y no mesías", nos dice Nito, un aficionado argentino de 65 años.
Pero para llegar a la idolatría también se necesita algo más: es necesario un componente de identificación, "ser capaz de reconocer en él algo parecido a ti", como nos apunta Terol. Que sea uno de los nuestros. Y nadie representó a todo un pueblo mejor que Diego Armando Maradona. Con todas sus virtudes y sus defectos tan reconocibles, tan humanos.
Maradona era el chico de barrio marginal que solo tenía la pelota para escapar de la pobreza y miseria que le rodeaba. "Cuando era chico, de una patada en el culo me subieron a la cima de una montaña y nadie me dijo cómo sobrevivir ahí" , contó en alguna ocasión. Su historia personal encaja con las características de 'El viaje del héroe' de Joseph Campbell, que siempre resulta ser alguien "capaz de sobreponerse a las dificultades, levantarse y recuperar el control de la situación", añade la psicóloga. Y, claro, Maradona también era bocazas, orgulloso, soñador, carismático. La clase de personalidad capaz de enardecer a las masas. En el fútbol, Maradona fue la primera estrella del rock.
Pero también había algo más que conectaba con el pueblo argentino de una manera mucho más profunda: el orgullo herido de un país cuyos compatriotas habían sido masacrados en Las Malvinas por los ingleses en 1982. Cuatro años más tarde aquella derrota encontraría su venganza en forma de partido de fútbol, el 22 de junio de 1986, cuartos de final del Mundial de México: Argentina-Inglaterra. El escenario perfecto para un país que, como apunta Blanco, visualiza a su selección "como un ejército al que se exige pelear por su país".
Cuenta la leyenda que antes de salir al campo Maradona arengó a sus compañeros recordándoles los muertos argentinos en aquella guerra. Y ya en el terreno de juego, los goles que forjaron el icono: el que culminó la mítica carrera regateando a medio equipo inglés y el que marcó con la mano, la mano de Dios. Aquello fue David haciéndole morder el polvo a Goliat. Terminar aquel levantando la Copa del Mundo fue la rúbrica perfecta. Justo la clase de material con la que se nutren las historias míticas que pasan de generación en generación. Todavía uno de los cánticos favoritos de la afición es "¡el que no salta es un inglés!".
Maradona ya nunca bajaría del pedestal, por más méritos que hiciera para caerse de ahí. Hoy los jóvenes argentinos siguen ensalzando al 'Pelusa' como a un dios pagano aún sin haber llegado a verle jugar, de la misma forma que los cristianos le rezan a Jesús sin haberle conocido. Pura religión que se transmite de padres a hijos. "Cuando has visto en tu casa vivirlo así, se traspasa entre generaciones por modelado, que es una de las fórmulas de aprendizaje más grande junto el condicionamiento, el refuerzo positivo y el refuerzo negativo", nos explica Terol.
El caso de Messi es distinto. Siempre ha tenido que convivir con la alargada sombra del 'Pelusa'. Al contrario que Maradona, se fue muy joven a Europa y vivió poco tiempo en Argentina. No se formó en casa. Durante mucho tiempo, por más balones de Oro que consiguiera, por más Ligas y Champions que alzara vistiendo la elástica del Barcelona, tuvo clavada la espina de la selección. Su obsesión siempre ha sido darle a su país la Copa del Mundo que no gana desde 1986, y una y otra vez ha fracasado en el empeño.
Siempre ha tenido que soportar las críticas que clamaban porque su rendimiento no era igual con la Albiceleste que con el Barça, pero todo cambió cuando en 2021 por fin pudo levantar un gran título para su país: la Copa de América y ante el eterno rival, Brasil, en Maracaná. De alguna manera ahí Messi se liberó y ahora, en Qatar, justo cuando ya parecía estar en un declive lógico e indisimulable, ha recuperado su mejor versión para ganarse una última oportunidad de ponerse a mano con Maradona.
En este Mundial se le ha visto en plan jefazo total de su equipo, algo que no siempre fue así. Incluso ha exhibido su perfil más 'caliente', cuando le espetó a Wout Werghost en la zona mixta ese viral "Qué mirás, bobo" tras el partido que ganaron a Países Bajos en los penaltis. Desde luego, el relato -el viejo rockero ante su último baile- no puede ser más propicio para la épica. Es muy fácil ir con Messi en esta final, incluso si no se es argentino. Imagínense entonces cómo se se siente todo un país que vive para el fútbol y que espera la cita como si fuera una gran batalla. ¿Y si se pierde? Argentina entraría en depresión colectiva. "Podría afectar hasta a las elecciones presidenciales del próximo año", dice Blanco más en serio que en broma.