"Hace poco tiempo llegó a nuestra vida el mundo equino. Soy una novata en esto, pero ya me han abducido de un modo que nunca hubiera imaginado. Lo mismo me pasó cuando apareció mi perro. Son caballos de acogida que vienen de un centro donde hacen una labor increíble…" Estas palabras, de la conocida sevillana Mariola Orellana, acompañan a unas imágenes que ha publicado en su cuenta de Instagram junto a su marido, el cantante Antonio Carmona, y un par de ejemplares que, según dice, le están descubriendo, a sus 60 años, un nuevo universo: "Un mundo que me hace colocarme en mi centro, quitarme miedos anclados, abrirme a un mundo de sensaciones que no son comparables con nada".
¿Qué tiene el caballo que te embruja de tal modo cuando crees que hay pocas cosas ya que te puedan deslumbrar? Esta misma sensación la tuvo Virginia, de 70 años, cuando se prejubiló, con 54 años. Paseaba por su urbanización cercana a la localidad madrileña de Navalcarnero cuando quedó encandilada con unos caballos. "Sin pensarlo demasiado, me dirigí a la hípica más cercana y empecé a aprender. Enseguida compré mi primer caballo. Cuando murió, compré una yegua, Samara, y seguí montando, casi siempre por el campo y con gente más joven. Me divertía muchísimo".
Hace siete años, Virginia dio con la horma de su zapato, Bárbara Lucena, bióloga y copropietaria del Centro Ecuestre El Madroño (Brunete), otra apasionada de los caballos. "Con tres años yo quería ser uno de ellos y con 18, a punto de iniciar la carrera, cumplí mi primer sueño: tener mi propio caballo", nos cuenta. Hoy, con 55 años, tiene, junto a su socia, 150 caballos y una escuela de hípica en la que una parte de los de los jinetes y amazonas tiene más de 50 años.
Justo antes de conocerla, Virginia, con 63 años, casi había dado por concluida su etapa como amazona. "La gente lo deja a los 30 y 40. ¿Qué hacía yo aún en el mundo de la hípica? Bárbara me dio la respuesta: me esperaban mis mejores años con el caballo. "Sobre todo, me enseñó a conectar con él, a sentirlo, a disfrutarlo desde el sosiego que te transmite el animal cuando creas ese vínculo de confianza mutua". Además de Samara, que con 24 años se ha convertido en jefa de la manada, desde hace cinco años tiene a Tizón, un caballo negro con el que dice que, después de mucho esfuerzo y respeto, ha creado un binomio. "La sensación es fantástica. A veces creo que me adivina el pensamiento e intuye si llego cansada, relajada o nerviosa. También sabe cómo tomarme el pelo".
Además de las clases de doma y de adquirir técnica, con Bárbara ha aprendido higiene y cuidados básicos del caballo fundamentales para mantener ese vínculo. "Al principio -añade la empresaria-, el animal se muestra egoísta y ve a su jinete o amazona como una zanahoria con patas. Pero el roce hace el cariño y del cariño nace esa extraordinaria unión". Es una de las cosas que engancha a las personas que llegan a este centro dispuestas a iniciarse en el mundo de la doma a partir de los 50.
"Existen tantos caballos como caracteres humanos y en la primera hora de prueba ya capto qué tipo va con cada uno. Hay jinetes que son espirituales y otros más temperamentales. Algunos vienen con miedos. La equitación tiene que ser personalizada si se quiere disfrutar".
Bárbara aconseja una primera clase de prueba para descubrir si realmente es la disciplina que uno desea practicar. A partir de ahí, lo ideal son dos clases por semana individualizadas. Una vez que el jinete coge confianza, se incorpora a las clases colectivas, mucho más divertidas. "Es fácil enamorarse de esta práctica porque están en plena naturaleza y desde el primer día ya pueden trotar", dice.
La empresaria observa que estos adultos que se inician en el mundo de los caballos a edades tardías obtienen un beneficio emocional fabuloso, casi inesperado. "Les ayuda a lidiar con el estrés, a gestionar problemas, superar miedos o marcar límites. Es un animal susceptible a los sentimientos y hace que quien está sobre él identifique las emociones".
Todo ello lo corrobora Virginia. Reconoce que le ha aportado innumerables beneficios, incluso en el ámbito de las relaciones sociales. "El caballo mejora la confianza y la seguridad en una misma. Me ha enseñado a pactar, a resolver, a tener sensibilidad, a pedir colaboración y a conseguir equilibrio de fuerzas en las relaciones humanas. Un caballo es una criatura de 500 kilos que impone sus patrones de comportamiento. Imagínate el empoderamiento y los recursos que te da una vez que se crea ese binomio. Cuando la gente me llama irresponsable, no sabe cuánto me ha aportado la hípica".
Además de montar a caballo, Virginia practica yoga, nada y camina a diario con sus perros. De todo ello, asegura que el impacto más positivo a nivel físico se lo da el caballo. "He mejorado la fuerza y la tonicidad muscular. También la postura. Además, me mantiene ágil y flexible". Se encuentra tan bien que advierte con guasa que, igual que no le gustaría sentir condescendencia por la edad, tampoco quiere que la traten con actitudes legionarias.
Virginia no es, ni mucho menos, una excepción. Bárbara comprueba que estos beneficios se repiten en todos los jinetes y amazonas, tengan la edad que tengan. "A nivel emocional, está todo dicho. En cuanto al físico, lo compara con el mejor pilates. "Como ejercicio aeróbico es estupendo, pero, además, te da resistencia, tonificación muscular y flexibilidad. Corrige posturas, previene lesiones, mejora la circulación, fortalece espalda y cuádriceps, controla tensión arterial. Sobre todo, el caballo te eleva y expande el corazón".