Dos mil hamburguesas y vuelos en primera para su perro: caprichos secretos de futbolistas por contrato
Los deportistas ya no se limitan a pedir un salario elevado sino que exigen cláusulas de lo más variado
Las negociaciones entre los clubes y los jugadores a veces llegan a puntos surrealistas
Las marcas que les patrocinan también tienen que ceder ante muchas excentricidades
El verano en el mundo del fútbol suele ser tiempo de cambio, de negociación y, en muchos casos, el momento perfecto para que los dirigentes hagan gala de una paciencia al alcance de pocos. Porque cada contrato que se firma hoy en día no sólo implica una pelea en cuanto a salario y duración. Hay docenas de cláusulas más que revisar y pactar. Unas, muy habituales y relativamente sencillas de sacar adelante. Otras a las que llamarlas excentricidades es quedarse corto, pero a la que poco los directivos del mundo del deporte se han tenido que ir acostumbrando.
Empecemos por algo que suele ser bastante común cuando un futbolista aterriza en un club lejos de su país natal. En este tipo de casos es más que corriente que ambas partes, jugador y equipo, pacten una serie de vuelos al año para que tanto el propio protagonista como sus seres queridos puedan regresar a casa cuando la competición lo permita así como para que pueda tener a la familia cerca en momentos importantes del año. Hasta ahí, todo normal.
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No sin mi mascota
No lo es tanto cuando el futbolista en cuestión exige billetes de avión en primera clase tanto para él como para sus familiares, amigos y... mascotas. Sí, mascotas. Un futbolista (no daremos nombres, obviamente) no cerró su pase a un club español hasta que este no le garantizó que sus dos perritos podrían volar con su propio asiento en primera. De sobra conocido es el caso de Neymar, cuando firmó por el Barcelona y se filtró que en su contrato había exigido que sus amigos pudieran visitarle cuando quisieran con todos los gastos pagados. Sin embargo, este otro jugador fue un paso más allá incluyendo a su perro.
Otra cláusula que figura en la gran mayoría de los contratos de los jugadores que se van lejos de su ciudad natal e incluso a otro país es la de contar con casa y coche pagados por el club en la localidad en la que van a vivir. En estas ocasiones, las entidades suelen tener acuerdos con inmobiliarias para ofrecer a los deportistas el tipo de hogar que más les seduzca en función de sus necesidades personales o familiares.
Ni contigo ni sin ti
Pero lo que no suele pasar tan a menudo es que el futbolista en cuestión reclame por contrato dos casas. Una para él y otra para... su novia. No para sus padres o para su equipo de trabajo. Para su propia novia. El futbolista alegaba que la relación que mantenía con su pareja era estable y no podían estar alejados, pero que no podían vivir bajo el mismo techo, con lo que si el club en cuestión quería contar con sus servicios debía poner a su disposición dos casas. De nuevo, el equipo antepuso sus intereses deportivos a la excentricidad del protagonista y terminó accediendo a sus demandas por extrañas que fueran.
Un poco más mundana fue la petición de otro jugador cuando, al recalar en un club que tenía como norma interna la prohibición a los futbolistas de utilizar motos, reclamó que le eliminaran esa cláusula del contrato. El protagonista esgrimía que el tráfico era para él un motivo de estrés para él y se comprometía a no montar en motos de gran cilindrada. Su única intención era poder llegar al entrenamiento cada día a tiempo desde su casa, muy próxima a la ciudad deportiva. El propio deportista explicaba la anécdota de que en su anterior equipo, donde existía la misma norma aunque era una ley no escrita, él llegaba todas las mañanas a entrenar en su Vespa y muchas veces incluso coincidía en la entrada con su entrenador, que le terminó pidiendo que la aparcara fuera del recinto para no dar mal ejemplo a los jóvenes del vestuario.
Los clubes, sin embargo, no son los únicos que tienen que enfrentarse a los caprichos de los futbolistas. Las marcas que les persiguen en busca de repercusión también tienen que plegarse en muchas ocasiones a las peregrinas ocurrencias de los deportistas. Sirva como muestra una negociación entre un jugador mundialmente conocido y una marca de comida rápida que cerca estuvo de irse al traste por una ocurrencia final un tanto 'desproporcionada'.
Un séquito hambriento
Las cosas estaban más que encaminadas para llevar a cabo una campaña internacional en la que el 'pelotero' en cuestión sería la imagen de esta cadena de restaurantes en docenas de países. Los términos económicos del pacto estaban claros, pero antes de firmar el jugador exigió tarjetas para poder canjear en cualquier restaurante de la marca por valor de 2.000 hamburguesas. Argumentaba que su 'crew' era muy fan de este tipo de comida y que este asterisco final del contrato no debería ser un impedimento para cerrar un acuerdo con muchos ceros de por medio. Lo consiguió y el contrato se rubricó.
Y si las excentricidades a la hora de negociar entre clubes y marcas están a la orden del día desde hace décadas en el mundo del deporte, no se quedan atrás los caprichos que los protagonistas se llegan a permitir a la hora incluso de cobrar el salario que les corresponde.
Veamos. Cuando un futbolista es convocado por la selección de su país, la federación correspondiente está obligada a pagarle un salario por sus servicios en los partidos a los que acuda. Pues bien, en el caso de algunas federaciones este pago se realiza mediante un cheque que los propios jugadores reciben al incorporarse a la concentración. Esto suele suceder sobre todo en categorías inferiores.
El problema llega cuando el jugador no está acostumbrado a este tipo de pagos, algo que sucedió hace ya unos cuantos años en la Ciudad del Fútbol de Las Rozas. El joven futbolista llegó a la concentración, le informaron de los planes de la selección para los días en los que él iba a estar con el grupo y, acto seguido, le extendieron un cheque por la cantidad que le correspondía al igual que al resto de sus compañeros. Al futbolista no le convenció la fórmula y rompió en mil pedazos el cheque para, acto seguido, exigir que a él le pagaran en metálico. Este, al contrario que en los casos anteriores, no se salió con la suya y terminó aceptando el pago como le correspondía.