En el DNI de Albert Segura figura que nació hace 50 años, pero él ha contabilizado, como mínimo, que ha vivido 20 vidas. Así lo ha plasmado en el libro que acaba de publicar, en el que narra muchas de las veces que ha mirado a los ojos a la muerte. No están todas, tal y como él mismo reconoce. Sin ir más lejos, desde que viera la luz ‘20 vidas’ ha tenido un nuevo y desafortunado accidente del que aún está convaleciente. “Una repisa se hundió mientras hacía una vía, tuve una caída de 30 metros, me rompí la escápula y me arranqué por dentro el dedo pulgar de una mano. Me lo han unido con agujas”.
A pesar de todo, Albert sigue manos a la obra para que la gente conozca su historia. Él quiere inspirar, no dar pena. Su idea es ayudar a través de sus vivencias a los que lo están pasando mal. A nosotros nos atiende tras pasar una mala noche, con calambres y fiebre. “Creo que después del accidente me he animado demasiado rápido, he entrenado cinco días seguidos y el cuerpo ha petado a nivel de los nervios o algún pinzamiento. Ya se pasará”, asegura.
Este escalador está hecho de otra pasta. Cualquier otra persona se habría hundido después de tanta bofetada de la vida, pero él sigue mirando al frente y pensando en cuándo estará listo para volver a la acción.
El libro se titula ‘20 vidas’, pero ya podría actualizarlo después del último accidente.
Me lo ha dicho mucha gente. La verdad es que no quería ser pesado, pero lo cierto es que tengo 12 ó 13 historias más que no he contado.
20 veces a punto de morir… No está mal.
El otro día uno de mis sobrinos, que tengo 20, me decía que uno de sus amigos le preguntaba cómo es posible todo esto. Y yo le dije: “Si supiera que hay más…”
¿Te sientes afortunado por haber salido de todas estas situaciones?
No sé si soy afortunado, pero en cierto modo sí. Mucha gente ha pasado por muchas de las historias que he vivido yo. Ya sabes, el cáncer, subirte a una moto bebido… y no lo han contado. Yo soy afortunado porque puedo contarlo.
Sin embargo, estas últimas, yo qué sé. Ha sido mala suerte. Si vas a escalar a Pakistán o Patagonia sabes que tienes muchos números de que te pasen cosas, pero en mis dos últimos accidentes se ha roto la roca en un sitio que aparentemente parecía muy sólida.
¿Qué pasó entonces?
Pues no sé lo que pasó, pero toca aprender y ahora tengo claro que la roca que tenemos en este país ha cambiado y que si llueve tres días antes se convierte en arenisca aunque aparentemente esté seco. Habrá que esperarse 10 como mínimo para escalar después de la lluvia.
No todas las historias que cuentas en el libro tienen que ver con la montaña. De niño saltó al agua desde un acantilado y dio con la cabeza en el suelo.
Sí. Ese día yo quise hacer una broma, me empujaron cuando no me daba cuenta y acabé cayendo de cabeza. Cuando pienso en ese día sí me siento afortunado porque ¿cuántos niños se han matado en el mar o en las piscinas?
Desde luego, a ti te han pasado cosas porque no has parado. En el sofá no has estado, desde luego.
A la gente que vive en el sofá se le pasa la vida. Lo respeto pero no lo comparto. Cada uno decide como quiere vivir su vida, y yo decidí que quería viajar y escalar. Encontré esa pasión y lo que me hacía feliz. Eso sí, si ahora pudiera tirar para atrás una semana, lo haría teniendo en cuenta los dolores que tengo. De hecho, todo lo que me ha tocado en este año y medio o dos años, con hostias por todos lados, no es muy normal pero hay que aceptarlo y tirar para adelante.
¿Por qué decidiste escribir el libro?
La idea llegó en un momento que estaba muy muy tocado. No podía hacer nada, tenía ocho costillas rotas, la escápula, el pulmón agujereado, la tráquea aplastada. Y cuando empecé a escribir noté que me estaba ayudando y entonces pensé que con mis historias también podía ayudar a gente. Ahora me está escribiendo un montón de gente dándome las gracias y diciéndome que les está ayudando. Con eso ya me vale.
¿Cuántas veces te han dicho que no podrías volver a escalar?
Varias. Pero ahí sigo. La primera te afecta y además fue una vez que destrocé mucho el cuerpo y no me podía vestir, no podía caminar… Fue duro, pero con esfuerzo te recuperas de todo. El día que no pueda escalar más, pues así tendrá que ser, pero confío en hacer vida normal con mi familia y estar bien.
¿Qué opina tu gente, tu familia?
Mi hija es súper fuerte porque ya la hemos creado así. Tiene siete años y acepta lo que hay. A mi pareja le afecta más. Aunque también me ha conocido así, haciendo muchas actividades, lo del último año y medio, todo seguido, una cosa detrás de otra, ha sido complicado. Han sido días muy duros.
¿Crees en la suerte, en Dios o en el destino?
Sólo cuando me interesa. No soy una persona religiosa y no creo en nada, pero sí que un par de veces que he estado muy apurado, que no veía salida, me he puesto a hablar con mi padre, que estaba muerto, para que me ayudara. Yo creo que hay un momento que cuando ves que no tienes salida y que te estás muriendo, te agarras a lo que sea.
¿Recuerdas alguna de esas veces?
En la que hablé con mi padre fue en Montrebei, a donde tengo decidido que no voy a volver más, porque he tenido tres cosas graves ahí. He viajado por 65 países y al final tres de las cosas más graves han sido aquí al lado. Ahí estuve 24 horas sin cuerdas, sin ropa, sin comer, sin beber, a un grado o dos, tiritando… Estuve a punto de saltar porque ya no podía más.
¿Es más duro estar al borde de la muerte cuando ha sido por tu culpa o cuando no ha dependido de ti?
Cuando no depende de ti es más duro de sobrellevar. Que te caiga un rayo, como me cayó, o tener un cáncer, no depende de ti y es difícil de explicar y de entender. Sin embargo, he explicado varias veces que durante los últimos 30 años he hecho exactamente lo que he querido siempre, he seguido mis sueños y lo que ha tenido que pasar, ha pasado. Ahora estoy preparado para morir, estoy tranquilo. He hecho todo lo que quería. Claro que no me quiero morir, quiero disfrutar con mi hija y mi pareja muchas cosas más, pero no se me ocurren cosas que hubiera querido hacer y no haya hecho.
La diferencia entre estar preparado o quererse morir es grande.
Sí, está claro. Pero cuando ves las caras y cómo afecta a tu alrededor lo que te pasa, es duro. Yo no fumo, no bebo nada desde hace 30 años, cuido la alimentación, hago deporte y, de repente, te encuentras ahí envenenado por un cáncer.
¿Cómo lo viviste?
Antes de hacer la quimioterapia decidí que no la iba a hacer. Y entonces vi a mi pareja, que se preocupaba mucho y que empezaba a buscar sitios de cosas alternativas. La vi muy preocupada así que le dije: “No te preocupes, el lunes vamos al hospital y empiezo con la quimio”. Pero por ella, por los demás… porque ves que no estás solo y no quieres que ellos lo pasen mal.
¿Has tenido miedo?
Cuando tienes miedo es cuando normalmente no estás preparado para lo que viene. Cuando estás preparado no tienes miedo. Escalando es fácil de explicar. Cuando me fui a Mali escalé 40 días al sol a treinta y pico grados para estar habituado a la temperatura de allí, para ir a Patagonia cada día caminaba por casa con una mochilón y escalaba a menos 15 grados. Ahí estaba preparado y, aunque siempre puede salir algo mal, te sientes fuerte y no tienes tiempo para tener miedo.
¿Con el paso de los años te has vuelto más cauto?
Sí, la experiencia es importante. Hace 20 años me llevaban a un sitio y sí o sí tenía que ir para arriba, o con mal tiempo y cosas así. Ahora no, ahora si viene malo, como me pasó hace tres años en Patagonia, me voy a hacer turismo o me recorro 3.000 kilómetros para escalar en otro sitio. Yo escalo para mí, no para la gente. No quiero esa presión.
Has recorrido más de 60 países escalando, ¿cuál es el sitio más extraño en el que has escalado? Mali suena exótico para algo así…
Yo creo que ha sido mi mejor viaje o uno de mis mejores viajes de escalada seguro. Por lo diferente, por encontrar muchas partes vírgenes, convivir con gente descalza que vivían en casas de barro… Fue una aventura total. Siempre me ha llamado buscar sitios remotos, que no estén llenos de escaladores, para ir con amigos y disfrutarlos, sentir la naturaleza.
¿Y tienes claro algún sitio al que no volverás? Me hablabas de Montrebei…
Montrebei, sin duda. Allí empecé a escalar, pero ahora estoy planteándome muchas cosas aunque me duele pensarlo. Hablando con un amigo triatleta, me preguntaba si había pensando si estaba preparado ahora mismo para ir a una vía que iba a hacer en Perú dentro de tres meses. Me hizo gracia porque creo que no, que no estaba preparado. Él me decía que las cosas pasan por algo e igual me tocaba ese accidente por algo.
¿Tienes algún ritual antes de comenzar una vía?
Siempre digo a mis amigos que en las paredes grandes, antes de empezar, te ponen una prueba. Si la pasas, acabas subiendo. Si no, no. A lo mejor últimamente he dejado de hacer esto y tengo que recuperarlo. Recuerdo, por ejemplo, en Mozambique, que nos perdieron todos los petates y volvimos a comprarlo todo. Luego casi pierdo una pierna con un cepo que tenían para cazar leopardos… Esas fueron las pruebas que tenía que pasar antes de subir.
¿Recuerdas algún sitio en el que antes de empezar no te diera buena espina?
Sí, Pakistán. Hasta que no entramos en las montañas lo estaba pasando realmente mal. Pero no hace falta que sea un país así. A veces tengo esa sensación simplemente en un autobús. Si quieres que lo pase mal, llévame a un autobús.
Para terminar, una curiosidad. ¿Llevas la cuenta de cuántos huesos te has roto?
La verdad es que no, pero 100% seguro que más de treinta. Espero que estos hayan sido los últimos.