Cinco títulos de los que en realidad uno solo ya daría para entrar en el olimpo de los gigantes. Ganados, por si la gesta no fuera ya enorme por sí sola, con una diferencia de 30 años entre el primero y el último (que podría no serlo porque, recordemos, él aún no se ha retirado). Y entonces, ¿por qué seguimos pensando en el “trata de arrancarlo” cada vez que hablamos de Carlos Sainz?
Para Carlos Sainz, la frase a estas alturas debe ser algo así como el metachiste del chiste. Un meme que se adelantó a su tiempo y que vuelve machacón a nuestra memoria, a los medios de comunicación y a los tuits que nos rodean cada vez que al piloto madrileño le pasa algo. Pero igual que el “por qué no te callas” o el “he venido a hablar de mi libro”, la frase ha trascendido la escena en la que se produjo. Ha calado en nuestra cultura como la expresión de otra cosa. Ya no es solo el chiste, ya no es solo el meme. La frase se la dices a alguien cuando se traba intentando contarte una historia o a un amigo cuando intenta encender una barbacoa. Y lo haces de forma automática, sin pensar. Y significa algo que está a medias entre las risas de verle encender la enésima cerilla contra el viento y el apoyo moral de estar a su lado.
En la década de los 90, la raqueta, el manillar y el motor eran nuestras grandes fuentes de exaltación patriótico-deportiva. Conchita, Arancha, Induráin, Perico, Crivillé… eran los nombres que convertían los sueños en realidad mientras el logro más ansiado por el común de los españoles, el Mundial de fútbol, se parecía más a una pesadilla eterna de narices ensangrentadas y goles en propia puerta. Entonces, que un chaval de 28 años lograra hacerse con el primer Mundial de rally para España en un mundo dominado por apellidos nórdicos de muchas ‘k’ y muchas diéresis, era hazaña nacional. Fue en 1990. Y no sería el primero. Dos años después, en 1992, ese tándem formado por Carlos Sainz y Luis Moya que al volante hablaba un idioma tan raro (sasar, ras, uno corto, salta mucho), dio al país el segundo título. No habría más en la historia del Mundial de rally con acento español.
Se decía entonces, se sigue diciendo, que un copiloto puede perder un campeonato, pero solo el piloto puede ganarlo. Seis años después llegó la gran oportunidad de hacerlo otra vez. Era 1998. Era Inglaterra. Y era el último medio kilómetro del Mundial. El fatídico momento cayó como un mazazo a todo el país. Aquellas patadas al coche y aquel “¡dale otra por mí!” de la portada de Marca al día siguiente. Ese título lo perdió un país entero a 500 metros de la meta. Se perdió el Mundial, pero se ganó una lección para la historia.
Nos reímos con la frase porque necesitamos esa catarsis. Si le ha pasado a Carlos Sainz, ¿qué no podrá pasarnos a todos nosotros? Mejor hacer un chiste que lidiar con lo desconocido. Con el azar y la mala suerte. Nos ha pasado con la pandemia, con los cientos de memes que han circulado por los móviles de todo el país. Bromeamos con el “trata de arrancarlo” porque necesitamos reírnos de las cosas que nos dan miedo. Y quedarte a 500 metros de tu tercer título mundial de rally da miedo. Luego hay muchas clases de personas, muchas formas de encajarlo. Puedes quedarte en el chiste. Un chiste que con el tiempo se convirtió en monserga. Y al final, en un lema para varias generaciones tan arraigado que suena más a revulsivo que a broma. Y la culpa la tiene el que sobre las risas de esa broma levantó tres títulos del Dakar. El último con casi 60 años. "Me lo recuerdan mucho. Yo no lo recuerdo tanto. Fue mala suerte, yo me acuerdo más de los que sí he ganado. Me considero un piloto afortunado y estoy tremendamente agradecido de lo que la vida me ha brindado", decía en una entrevista a El Mundo en 2018 el propio Carlos Sainz sobre el "trata de arrancarlo".
El Princesa de Asturias para Carlos Sainz es un reconocimiento imprescindible. Por sus logros y por su carácter, inmutable durante más de tres décadas. Que siga el país admirándole y que siga él llevando su pasión y su talento al límite. Y, sobre todo, que siga el chiste (el lema) en nuestro imaginario para calmar a aquellos que no saben qué hacer con el infortunio y para espolearle a él a pasar página y seguir creciendo hacia nuevas metas.