Cuando a finales de septiembre se publicaron los primeros resultados del ensayo clínico del fármaco contra el Alzheimer Lecanemab, las compañías que lo desarrollan se dispararon en bolsa cerca de un 50%, y no es de extrañar. Los ensayos concluyen que el medicamento frena un 27% el deterioro cognitivo en etapas tempranas. Un hito en la lucha contra el Alzheimer que lo puede cambiar todo.
Hasta aquí las buenas noticias. Para que el fármaco esté disponible faltan aún más de dos años, pero hoy por hoy nuestro sistema de salud no lo podría administrar. El neurólogo Juan Fortea del Hospital Sant Pau, que ha participado en el estudio, nos explica por qué.
Lo conseguido con el Lecanemab es un hito, un punto de inflexión en la lucha contra el Alzheimer. "Es la primera vez que un fármaco es capaz de modificar el curso de la enfermedad" explica a Uppers Juan Fortea. "Hasta ahora no lo habíamos conseguido nunca, era una enfermedad invencible. Llevamos 20 años de ensayo tras ensayo fracasando, y no conseguíamos ni despeinarlo", cuenta el experto.
Con los medicamentos actuales no se logra detener la muerte de las neuronas, lo que se consigue es que las neuronas que quedan se comuniquen mejor entre ellas. El avance de la investigación es que ahora se ha logrado que mueran menos neuronas. "Es la primera vez que las neuronas se mueren un 27% más lento", explica Fortea. "Supongamos que tenemos una memoria de 100 puntos. Pues al cabo de un año, las personas que han tomado el medicamento han perdido 27 puntos menos que las que no lo han tomado".
Pese a la euforia que ha desatado la noticia el experto recomienda cautela. "Esto no cura la enfermedad, que sigue siendo incurable, lo que hace es ralentizar la caída". Y por otra parte no es para todos los pacientes, solo para los que estén en etapas iniciales de la enfermedad. Una vez publicados los resultados finales, en noviembre, el medicamento debe ser aprobado por las agencias europea y española, y el medicamento tardará más de dos años en estar disponible, por lo que "muchos de los que ahora están en etapas iniciales, entonces ya no lo estarán y no se les podrá aplicar".
Pero lo más preocupante es que aunque dispusiéramos del fármaco, las carencias de la atención al Alzheimer y las demencias en nuestro sistema de salud son tales, que hoy por hoy no podríamos administrarlo a la mayoría de los enfermos.
El 30% de los casos de Alzheimer temprano está sin diagnosticar, y no existe una ruta bien definida para llegar a un diagnóstico certero. En la mayoría de los casos depende del profesional al que llegues, el médico de familia, el neurólogo o el geriatra.
La ruta correcta es la de realizar una resonancia magnética; buscar biomarcadores (señales que alertan de la probabilidad de que desarrolles la enfermedad); y realizar un análisis neuropsicológico. De esta manera se tendría un diagnóstico certero de los candidatos susceptibles de recibir el tratamiento. Hoy la inmensa mayoría de enfermos de Alzheimer se diagnostican sin estas tres pruebas.
En la mayoría de los hospitales las listas de espera para resonancias magnéticas son de meses. "Se necesita esta primera resonancia, pero luego serían necesarias tres más al año para controlar los efectos secundarios", explica Fortea. Pedir hoy cuatro resonancias por paciente cuando cuesta tanto que te hagan una se antoja una quimera.
Además, para administrar este fármaco hay dos biomarcadores que son obligatorios: un pet amiloide, (una exploración con neuroimagen que busca la proteína beta amiloide en el cerebro), que vale 1.500 euros por paciente. El otro biomarcador se busca a través de una punción lumbar que requiere que un neurólogo te haga la punción en un hospital, con una enfermera, y después procesar el líquido extraído.
Además necesitas una exploración neuropsicológica de una profesional formada de una hora por lo menos por paciente. Esto significa más recursos y más dinero en un sistema con enormes necesidades.
Es decir, para que el fármaco pudiera ser administrado de forma eficaz, tendríamos primero que superar algunas asignaturas pendientes. "Al sistema le va costar mucho absorber esto", asegura el experto.
Además, si se sabe que funciona y que funciona al principio de la enfermedad, la gente va a querer usarlo antes y aumentará muchísimo la demanda. "Vamos a tener los pacientes de antes con tratamientos más complejos y además va a llegar mucha demanda nueva. Va a suponer una presión tremebunda" anticipa el doctor, que alerta de que "una vez llegue, hay que aprovechar el tiempo de tramitación hasta que se apruebe. Si no hacemos nada, cuando se anuncie que ya está disponible, la mayoría de el sistema no estará en condiciones para darlo", sentencia Fortea.
Si finalmente el fármaco se muestra tan eficaz como señalan los primeros resultados del ensayo clínico, las implicaciones socioeconómicas de su administración serán enormes. Si el sistema público no se encuentra en condiciones de ofrecerlo a sus pacientes, estos se verán obligados a acudir a la sanidad privada, y sólo los que tengan recursos para pagárselo podrían acceder a un tratamiento que mejora su enfermedad.