A veces es un gesto que hacemos por pura inercia, sin pensarlo y del que no somos conscientes hasta que escuchamos ese ‘crack’ que, mientras para unos es un placer auditivo, para otros no es más que un sonido extremadamente desagradable. Es simplemente eso de hacer crujir los nudillos de nuestras manos que, según dicen algunos, es malísimo para nuestros dedos y su salud. De todas formas, es un gesto que muchos hacen inconscientemente y que hasta les permite desestresarte. Pero ¿te has preguntado en alguna ocasión porque nos crujen los nudillos?
Aunque no lo parezca, durante años se ha estudiado por qué nos crujen los dedos y qué consecuencias puede tener sobre la salud de esas pequeñas articulaciones, como puede ser la artrosis, de la que algunos aseguran que sí, que ese acto está relacionado con sufrir la enfermedad en un futuro, y otros que opinan al contrario.
Realmente, cualquier articulación de nuestro cuerpo, al estirarse, hace un sonido que detectamos más o menos, no siempre es tan perceptible a nuestro oído. Esto se debe a una única cosa, al líquido sinovial, un lubricante que está dentro de una especie de cápsula rellena con ese elemento, que está compuesto de diferentes sustancias, como oxígeno o dióxido de carbono.
Su función es básica, evitar el desgaste por el rozamiento entre el hueso y el cartílago. ¿Qué pasa cuando estiramos las articulaciones o hacemos crujir nuestros dedos? Al estirar una articulación también se estira la cápsula en la que está el líquido sinovial y esos gases, por lo que, al haber mayor espacio, la presión disminuye y los gases empiezan a salir del líquido como burbujas. Un efecto, para que nos entendamos, similar al que ocurre cuando abrimos una lata de refresco con gas. Esto es lo que ocurre cuando forzamos el crujir de nuestros dedos.
Entonces, ¿hay peligro en hacerlos crujir cada dos por tres? En general los médicos aconsejan que no se convierta en una costumbre, que por un día te estires y los hagas crujir no pasa nada. Sin embargo, en 2009 el doctor Donald Unger ganó el premio IgNobel tras haber pasado 60 años haciendo crujir los nudillos de los dedos de su mano izquierda cada día, pero nunca los de la derecha, para saber si provocaba o no artritis. Superados los 80 años, no tenía rastro de la enfermedad ni en su mano derecha ni en la izquierda.