En un mundo donde el estrés y la ansiedad parecen haberse convertido en compañeros de viaje de gran parte de la población, es fácil perder de vista las soluciones más simples y naturales que tenemos al alcance de la mano. Quizás ha llegado el momento de volver a los estímulos más primitivos de la naturaleza, los que nos han acompañado durante miles de años.
Esta es la filosofía que ha guiado a Matías Mut, fundador de ‘El club del frío’ (irónicamente, en Mallorca), en su propio proceso de transformación y bienestar, un camino en el que la exposición al frío ha sido clave para salir de un pozo en el que no veía la luz.
Matías no siempre fue un defensor del termalismo, una práctica ancestral reafirmada ahora por la ciencia moderna. Su historia personal es una muestra clara de cómo la vida puede llevarnos a situaciones críticas, obligándonos a buscar soluciones alternativas. "Viví 12 años en República Dominicana, dedicado al turismo. Todo cambió cuando mi socio falleció de manera repentina. A partir de ahí, mi vida dio un giro", cuenta.
A su regreso a España, se encontró en una profunda crisis personal y profesional. A pesar de buscar ayuda en la medicina tradicional, sentía que algo faltaba. "Estaba en un momento peligroso y necesitaba trabajar en mi mente desde un aspecto físico además de las pastillas", comenta.
Fue entonces cuando, casi por casualidad, descubrió la exposición al frío a través de Wim Hof, una figura icónica a nivel mundial en este ámbito. Empezó a experimentar por sí mismo y, poco a poco, comenzó a notar mejoras significativas. Tanto que optó por formarse de manera profesional. Lo hizo de la mano de Susanna Soberg, una científica que se ha convertido en una de las figuras más respetadas en el campo de la exposición al frío. A diferencia de Wim Hof, cuyo enfoque es más mediático, Soberg se basa en la ciencia y, a partir de sus estudios, ha llegado a fundar el Soberg Institute, en Dinamarca.
El propio Matías reconoce que debería haber optado por este camino antes, ya que su propio método de ensayo y error le llevó a más de un susto. “Si hubiera estudiado la exposición al frío de un modo científico antes me habría ahorrado más de una hipotermia”, apunta para después añadir: “Decidí formarme con Susanna Soberg para obtener una base sólida y científica sobre este tema. Lo bueno de estar conectado con ella y con su equipo es que estamos en constante actualización con respecto a nuevas investigaciones y estudios a nivel mundial”.
Es importante tener en cuenta que uno no puede exponerse al frío de cualquier modo. Hay unas pautas y unos límites a tener en cuenta para encontrar resultados. “El frío produce un reset mental, una vuelta al aquí y al ahora, tu cerebro no puede pensar en otra cosa cuando intenta mantener la calma en el frío. Por eso decimos que enseñamos a la gente a estresarse voluntariamente un poco para dejar de estresarte involuntariamente mucho”, apunta.
Pero no podemos exponernos a él a la ligera. Matías explica cuál es el camino correcto a seguir para no hacerlo de golpe y sin sentido, lo cual genera un rechazo instantáneo. Lo primero sería la exposición a la temperatura ambiental, saliendo a caminar o correr con menos ropa de la habitual, permitiendo que el cuerpo se habitúe gradualmente al frío.
Posteriormente podríamos comenzar con las duchas frías. Esto también se puede hacer de manera paulatina, introduciendo al final de una ducha caliente 30 segundos de agua fría (que ahora está a unos 26 grados), aumentando con el paso de los días el tiempo.
Y, cuando hayamos acudido a ese lugar inexplorado que es el lado azul del grifo de la ducha y lo llevemos bien, podríamos comenzar con la inmersión en agua fría. Al igual que con los métodos anteriores, hay que comenzar de forma gradual, por ejemplo, aprovechando el otoño, cuando el agua se va enfriando de forma natural con el paso de las semanas.
Una vez tenemos claros los pasos, atendamos a los límites. Estudios recientes sugieren que el tiempo recomendado de exposición semanal al frío debe ser de un mínimo de 12 minutos distribuidos en varias sesiones. “Este tiempo debe alcanzarse en aguas a una temperatura de 15 grados o menos, ya que ahí está la línea en la que el cuerpo comienza a sentir los beneficios de este tipo de prácticas. En esa temperatura el cuerpo ya detecta que hay una alerta térmica inminente”, nos explica.
Por otro lado, en cuanto al calor, la exposición recomendada es de 57 minutos semanales a temperaturas superiores a los 70 grados, como en una sauna tradicional. Alternar uno y otro es una solución idónea para los termalistas que apuntan a “desatascar nuestro termostato interno, que se ha vuelto ineficiente porque vivimos en una sociedad térmicamente neutra, ya que tenemos calefacción cuando hace frío y aire acondicionado cuando hace calor”.
Pero volvamos al frío y sus beneficios tanto físicos como mentales. “El frío tiene un efecto desinflamatorio inmediato, pero no podemos quedarnos ahí, ya que genera una serie de beneficios objetivos en el cuerpo que son importantísimos”, señala Matías.
En este sentido, el fundador del 'Club del frío' desgrana: “El aspecto mental de la exposición al frío nos lleva a dos puntos básicos. El primero es el hecho de que el cuerpo active el sistema de lucha o huida, un mecanismo que se enciende al percibir una amenaza. Este sistema nos hace más eficientes: mejora la oxigenación, dilata las pupilas para ver mejor y da más energía a los músculos para que tengamos más fuerza. Es una respuesta natural para ayudarnos a sobrevivir en situaciones límite”.
“Por otro lado, al mismo tiempo se activa el sistema nervioso parasimpático, que es el que nos da relajación, lo que se llama el reflejo de inmersión. Este sistema genera una sensación placentera, de tranquilidad. Aquí se llega tras superar las señales que el cuerpo te manda para que salgas del frío (hiperventilación o dolor en las extremidades). Cuando pasas esta fase, el sistema parasimpático toma el control, y sientes calma y relajación con efectos psicológicos muy positivos”.
Es en ese momento cuando el cuerpo pone en marcha “una serie de procesos químicos adictivos, en especial una gran dosis de dopamina, que es la hormona de la recompensa, la misma que se segrega en situaciones de adicción”.
El propio Matías llega a reconocer que el frío se puede convertir en adictivo: “Hay gente a la que le genera tanto bienestar que se ha vuelto adicta. Tengo un cliente que se coge un avión privado para darse sus sesiones a -15 de termalismo en el club”.
Además de los beneficios físicos y mentales, Matías utiliza la exposición al frío como una herramienta para deportistas de élite a través de la visualización. “Hacemos ejercicios de visualización en situaciones de máximo estrés y en un entorno frío. Cuando el cuerpo se habitúa a la temperatura pone en marcha el sistema parasimpático y se relaja. El frío es un estresor exterior tan potente que la mente graba a fuego esa visualización que haces durante la exposición. Cuando necesitas recurrir a ese ancla generada, vuelve de forma inmediata. Funciona de maravilla”.