El ictus es un accidente cerebrovascular brusco que se produce cuando hay una obstrucción o rotura en un vaso sanguíneo que lleva sangre al cerebro. Esta patología, cuya incidencia aumenta a partir de los 55 años, se ha convertido en una de las principales causas de muerte en el mundo. De hecho, actualmente se calcula que es la segunda causa de muerte en los países desarrollados y la primera en el caso exclusivo de las mujeres. Además, se trata de la primera causa de discapacidad adquirida en todo el mundo y la segunda de demencia.
De acuerdo a los datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN), en nuestro país esta patología afecta anualmente a más de 120.000 personas, provocando la muerte en un 15% de los casos y secuelas discapacitantes en un 30% de los pacientes. En España, se estima que cada seis minutos se produce un ictus y que cada catorce fallece una persona a causa de esta enfermedad, que, según los cálculos, afectará a una de cada seis personas a lo largo de su vida.
A pesar de los espeluznantes datos que crecen alrededor de esta enfermedad, el ictus es una enfermedad que en más del 80% de los casos puede prevenirse si se cambian los hábitos de vida y se actúa sobre factores de riesgo como la obesidad, el sedentarismo, el tabaquismo, el estrés crónico o la tensión alta, entre otros.
El impacto de esta enfermedad, además, también puede reducirse si los pacientes acuden a urgencias en el momento en el que detectan los primeros síntomas. Sin embargo, se calcula que solo la mitad de la población sabe reconocer los síntomas de esta enfermedad y que solo un 10% puede definir correctamente lo que es un ictus.
Cuando hablamos de ictus, a menudo solemos utilizar indistintamente términos como infarto o derrame cerebral. Sin embargo, estas dos palabras definen dos tipos de ictus distintos.
El infarto cerebral es el nombre que recibe popularmente el ictus isquémico, un tipo de accidente cardiovascular que se produce por la obstrucción del flujo sanguíneo al cerebro. Generalmente, esta afección aparece por un coágulo que bloquea o tapa un vaso sanguíneo que se dirige al cerebro, aunque también puede surgir por un estrechamiento arterial derivado de la aterosclerosis, una enfermedad en la que se acumula placa en las arterias.
El infarto cerebral es el ictus más común. Cuando se produce, la sangre deja de llegar al cerebro, por lo que este órgano puede quedar afectado temporal o, en el peor de los casos, permanentemente. Por ello, es imprescindible que acudamos a urgencias cuando notemos los primeros síntomas, ya que una detección rápida del problema puede reducir enormemente sus secuelas.
El derrame cerebral, también conocido como hemorragia cerebral, es, en cambio, el nombre que recibe el ictus hemorrágico, un accidente cardiovascular que se produce cuando un vaso sanguíneo se rompe y empieza a sangrar dentro del propio cerebro. Es decir: en este caso, el accidente no se produce por la falta de sangre, sino por el exceso.
Este tipo de ictus es menos común que el isquémico, y suele aparecer por causas como la rotura de una pared arterial, un aneurisma hemorrágico o una malformación arteriovenosa. Cuando se produce, la sangre se expulsa rápidamente por todo el cerebro, provocando la muerte de sus células y una fuerte presión que puede tener graves consecuencias para la salud cognitiva. Por ello, y al igual que con un infarto cerebral, es vital que acudamos a urgencias en el momento en el que detectemos los primeros síntomas.
En este sentido, tanto el infarto como el derrame cerebral comparte un cuadro sintomatológico que incluye entumecimiento o debilidad repentina en un lado del cuerpo, pérdida de la capacidad para hablar o entender el lenguaje, pérdida de visión por uno o dos ojos, dificultades para caminar y un dolor de cabeza brusco e intenso. Si notamos alguno de estos síntomas, debemos buscar atención urgente llamando al 112 para que se active el protocolo ictus en nuestro hospital.