A veces conviene sentarse a escuchar a nuestro cuerpo. Vamos tan acelerados y con tal estrés que no percibimos que el organismo está haciendo saltar todas las alarmas. Un cambio de trabajo, una mudanza, problemas económicos, la enfermedad de un familiar… generan estrés y respondemos con ansiedad. Esa ansiedad puede ser pasajera. No obstante, cuando se acentúa y nos afecta más de lo normal puede llegar a transformarse en un serio trastorno de ansiedad que ya habría que tratar con un especialista.
En Uppers hemos consultado con un psicólogo qué señales indican que sufres ansiedad porque será el momento de intentar paliar la situación. El hecho que desencadenó ese estrés queda en un segundo plano, sin embargo, los síntomas de ansiedad son más acusados, interfieren en el día a día y en todo y todos los que te rodean.
En ocasiones, incluso esa ansiedad no permite seguir adelante, debilita hasta tal punto que cualquier cosa se hace cuesta arriba. Lo importante es saber reconocer esos síntomas que está desencadenando y aprender a controlarlos con la ayuda de un profesional si fuera necesario.
Estas son las diez señales con las que el cuerpo alerta de que se tiene ansiedad:
Una preocupación excesiva y desproporcionada con respecto a lo que desencadenó la ansiedad es un primer síntoma. Por ejemplo, llega una mudanza y surgen diferentes problemas que seguramente tarde o temprano tendrán solución. A partir de ese momento cualquier cosa o situación cotidiana o que se sale de lo normal inquieta demasiado cuando no tendría por qué. Al final esa preocupación absorbe la mayoría de los días durante meses y se es incapaz de controlarla. Incluso cuesta concentrarse y llevar a cabo las tareas diarias habituales.
Ante la aparición de la ansiedad, una parte del sistema nervioso simpático se ve alterado. Esto provoca que se acelere el pulso y otros síntomas como sequedad de boca o sudor en las palmas de las manos que además están temblorosas. El cerebro hace que se desencadenen estos síntomas porque cree que hay peligro, de modo que prepara al organismo para que sea capaz de reaccionar ante esa posible amenaza.
Así, aumenta el ritmo cardíaco, la sangre del sistema digestivo se desvía a los músculos y se agudizan los sentidos por si hubiera la necesidad de echar a correr. Es evidente que ante un peligro real la respuesta del cuerpo es la adecuada pero no es el caso. Además, esa agitación constante acaba siendo un problema. El cuerpo no puede mantener esos niveles y tarda demasiado tiempo en recuperarse.
La intranquilidad frecuente es otro de los síntomas típicos de un trastorno de ansiedad. Demasiado nerviosos, incómodos y con una necesidad constante de moverse, no es posible relajarse ni, por ejemplo, permanecer tranquilamente sentados leyendo.
Encontrarse demasiado cansado, fatigado continuamente, puede ser una consecuencia de la ansiedad ya que genera agitación como acabamos de explicar e incluso hiperactividad. En ocasiones esa fatiga se cronifica porque se añaden otros síntomas como el insomnio o una gran tensión muscular. También puede deberse a una enfermedad distinta que habría que descartar. Lo que sí es cierto es que cuando va acompañada de una preocupación excesiva probablemente el problema sea un trastorno de ansiedad.
Lo más habitual es que cuanto más acusada es la ansiedad son mayores las dificultades para concentrarse. Esa falta de concentración a veces hasta interrumpe la memoria funcional, que es aquella que posibilita la retención de información a corto plazo. Como sucede con otros síntomas, por sí sola, las dificultades para concentrarse no son suficientes como para diagnosticar un trastorno de ansiedad, ya que tal vez podría deberse a una depresión o a un déficit de atención.
La mayoría de las personas que sufren ansiedad reconocen estar muy irritables sin un motivo aparente cuando su situación se recrudece. Por ello, con respecto a los demás, se vuelven bastante “insoportables”.
Los profesionales apuntan que, en muchas ocasiones, las terapias de relajación ayudan a rebajar esa tensión muscular, reducen la preocupación constante y disminuyen la ansiedad. Se recomienda practicar esa relajación porque incluso llega a ser tan eficaz como las terapias cognitivo-conductuales.
La ansiedad desencadena también problemas de sueño, tanto para conseguir dormirse como despertares en mitad de la noche. Aunque los expertos aseguran que en ocasiones el mismo insomnio es el que en realidad provoca la ansiedad.
Cuando la ansiedad se ha arraigado llegan a producirse auténticos ataques de pánico que además son recurrentes. Ante esos ataques se sufre un miedo intenso y extremo que impide desempeñar cualquier actividad ya que llega acompañado de una aceleración del ritmo cardíaco, sudoración, temblores, falta de aliento, presión en el pecho, náuseas e incluso miedo a morir o a perder el control.
Del mismo modo, la ansiedad genera temor ante los eventos sociales, aunque sea con familiares y amigos de toda la vida. Se tiene una preocupación que no se entiende por verse sometido a un juicio o a un examen por parte de otros y un verdadero temor ante la posibilidad de ser avergonzados o humillados.
Cuando se sufre un trastorno de ansiedad llega la timidez y el mutismo en grupo o delante de personas desconocidas. Es más, de cara al exterior, esa actitud de distanciamiento les hace parecer presumidas o poco amigables, mientras que en realidad tienen muy baja autoestima, son autocríticos y pueden padecer una gran depresión.
Según los especialistas, además de ponerse en manos de un profesional, uno mismo tiene en su mano reducir en parte esa ansiedad y lograr sentirse algo mejor. Entre los consejos que proponen están comer de forma saludable, limitar la cafeína, eliminar el consumo de alcohol y de tabaco, además de reducir el estrés con la práctica de ejercicio a diario en el exterior, yoga y meditación.