¿Quién no ha confundido el nombre de su pareja por el de su ex? ¿Cuántas veces nos hemos quedado en blanco al mencionar una ciudad o una expresión? ¿Cuántas se nos quedan las palabras en la punta de la lengua? Los lapsus verbales tienen varias explicaciones y, ya lo advertimos, a medida que cumplimos años pueden ocurrir a diario.
Si hemos tenido uno de estos tropezones verbales, deberíamos preguntarnos, antes de dejar que la mente divague, si hemos dormido bien. La falta de sueño altera el funcionamiento de las células del cerebro, según observó el neurólogo estadounidense Itzhak Fried mientras trataba de localizar el origen de las convulsiones en pacientes epilépticos a los que tuvo que mantener toda una noche despiertos. A medida que pasaban las horas, las neuronas reducían su capacidad a la hora de codificar información y les resultaba más difícil cumplir tareas básicas de memoria y percepción visual. Ante la falta de sueño, el cerebro actúa como si se hubiese ingerido gran cantidad de alcohol o igual que reaccionaría un conductor que no ha dormido lo suficiente cuando su coche se aproxima a un peatón.
Cometemos uno o dos errores por cada mil palabras y la mayoría son inocentes, por más que Sigmund Freud se empeñase en que eran traiciones del inconsciente, revelaciones de nuestros deseos ocultos que afloran de manera involuntaria. Lo habitual es confundir palabras con similitud léxica o fonética, sobre todo si hablamos rápido o estamos distraídos, cansados o nerviosos. Si dispusiéramos de un 'corrector cerebral' evitaríamos esos tropiezos, pero también nos privaríamos de algunas situaciones más desternillantes, como las que solía regalarnos la modelo Sofía Mazagatos. Desde la 'hormona perdida' de su zapato al famoso 'candelabro', motivo de debate entre dos académicos de la lengua. Y si trasladamos nuestra memoria a la política, hay momentos soberbios, como el de la eurodiputada francesa Rachida Dati cuando advirtió de la "felación casi nula" de algunos fondos de inversión extranjeros, o Pedro Sánchez cuando mencionó aquello de "fuerzos y cuerpas de seguridad".
Nuestros deslices son una consecuencia más de las 'imperfecciones grises' o, como explica el neurocientífico Dean Burnett, por la "idiotez" de nuestro cerebro, "un órgano evolutivamente brillante y avanzado, pero desordenado y proclive al equívoco". No disponemos en él ninguna zona especializada en el recuerdo de nombres. Para recordar cómo se llamaba alguien a quien conocimos hace tiempo, tendría que causarnos una fuerte impresión o haber repetido su nombre en numerosas ocasiones. Esta imperfección explica que todos hayamos sufrido algún episodio olvidadizo, sin que por ello haya que poner en duda la salud de nuestro cerebro. Por esta "idiotez" que ha descubierto Burnett se nos borra pasado un minuto el número de teléfono que queríamos memorizar, el nombre de quien nos acaban de presentar o qué veníamos a hacer a la cocina. Son jugarretas del cerebro muy comunes.
¿Qué interés tendríamos en repetir mil veces un nombre? Juan Moisés de la Serna, doctor en Psicología y especialista en neurociencias, explica que la memoria es un proceso que se inicia con los sentidos y luego debe pasar por el filtro atencional. Este decide si archiva o no una información en forma de huella de memoria. "Esta huella -dice- no sólo contiene la información como si fuese un dato, sino que incluye múltiples conexiones de cuándo, dónde, con quién y por qué sucedió. En ocasiones somos incapaces de recordar el nombre de una persona, pero podemos decir cuándo fue la última vez que la vimos, cómo iba vestido o de que hablamos". Los motivos de nuestros fallos de memoria pueden deberse a una falta de atención o por tener, por ejemplo, otras cosas en la que pensar en ese momento.
De acuerdo con Gómez de la Serna, existen evidentes diferencias a nivel cerebral en cuanto hombres y mujeres, sobre todo en cuanto al lenguaje, lo que permite que las mujeres puedan acceder de forma más rápida y eficaz a la información lingüística y con ello dar las respuestas antes. "Disponen de más recursos para salir airosas cuando no recuerdan algo, lo que da la apariencia de no tener lapsus de memoria".
"La memoria -explica el experto-, se va deteriorando con el tiempo, como cualquier otra capacidad cognitiva, tanto por el desgaste de las bases neuronales como por la propia falta de uso de las huellas de memoria o por nuevos aprendizajes y experiencias que se han ido construyendo encima". Pero, salvo problemas, la memoria permanece mientras se practique, con las limitaciones asociadas a la edad.