7 de la mañana del enésimo día de cuarentena. Buitrago de Lozoya, 1875 habitantes, zona norte de la Comunidad de Madrid. En la calle Real, Raquel Casado (53) levanta la reja de su farmacia, enciende los ordenadores y empieza a chequear los pedidos. Hoy, como tantos otros días, le toca repartir medicinas entre aquellos vecinos mayores del municipio que no pueden acercarse hasta la botica y, sobre todo, entre los que viven en pueblos aledaños sin farmacia.
En condiciones normales, los habitantes de pueblos cercanos como Somosierra, Horcajo, Horcajuelo de la Sierra o Prádena se tienen que desplazar hasta la farmacia de Raquel a por sus medicamentos pero, en la situación actual, todo es distinto: el transporte público está mermado y la población, en su mayoría de riesgo, no debe salir de sus domicilios. Por eso es tan importante la labor de las farmacias rurales como la de Raquel.
Sin embargo, el trabajo que Raquel hace en estos días, yendo y viniendo para repartir medicinas, no es legal. La Ley de Farmacia que rige actualmente en Madrid y que data de 1998 indica que la dispensación de medicamentos "sólo podrá realizarse en los establecimientos", pero ahora, con la población más mayor y vulnerable confinada, la Ley ha pasado a un segundo plano.
"Por lógica me parece que el farmacéutico rural no debería tener ese impedimento a la hora de trabajar. Nos lo están permitiendo ahora por las circunstancias, pero en otras situaciones nos pueden sancionar. Se está haciendo la vista gorda por esta situación", nos confirma Raquel mientras suenan los 'beep, beep' de los primeros pedidos entrando en el sistema.
Raquel prepara cada día los pastilleros de sus clientes. Es una labor minuciosa que le ocupa, junto a su equipo. "Estamos atendiendo por la mañana y a mediodía ha habido jornadas que no subía a casa a comer, pero ahora me lo he puesto de deberes, porque allí está mi familia y si no acabo sin conocerlos. Por la tarde preparamos los pedidos que sigan viniendo y a última hora me voy por la zona a repartir. Según los pueblos que me toquen me hago la ruta para acabar en Montejo de la Sierra, donde vivo", nos cuenta.
Para mostrar cómo es una jornada de reparto, Raquel se grabó un vídeo en YouTube. En él se puede ver cómo visita a Hilario y Juana; a Daniel, que recoge la medicación de su madre; a Isabela, que tiene un bebé; o a Ana, que necesitaba unas tiras de glucosa y que Raquel se ha encargado de pedir en el centro de salud de Buitrago. Pasadas las 22h, Raquel vuelve a casa. "Seguiremos así hasta que todo esto pase, y esperamos que las personas que nos han minusvalorado sepan valorar todo esto que hacemos"
Raquel reconoce que no se puede permitir caer enferma: "¿Quién ayudaría a todas estas personas?", se pregunta, y no le falta razón. Ella no es más que una pieza en el engranaje de las más de 22.000 farmacias que hay en España (5.267 de tipo rural), pero su labor, en estos días, tiene una importancia vital para muchas personas que dependen de ella.
Para evitar caer en el coronavirus, Raquel toma todas las precauciones posibles. "Lo que hago es guardar mucho la distancia. La gente tiene muchas ganas de hablar, porque es un alivio para ellos que te acerques a su casa y los tienes que advertir para que no se acerquen. Les digo que tiren las bolsas que traigo y que se laven bien las manos", explica. Con una población, la de la Sierra Norte de Madrid, mayormente envejecida, toda protección es poca.
Aunque ella no lo pida, recibe el reconocimiento de aquellos a quienes ayuda. "Una señora de Buitrago, el primer fin de semana, entró a la farmacia y se me puso a aplaudir. 'Y les dices a las chicas que el aplauso también ha sido para ellas', me dijo. La gente ahora, en esta situación, te trata de otra manera".
Apenas ha pasado media hora de conversación, pero Raquel tiene que seguir con su ingente tarea. Además, hoy nieva, así que el reparto será más complicado. A las 20h, como todos los días, también aplaudiremos por ella.
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