Paz Martín es arquitecta. Y experta en adaptabilidad y edad. De hecho, lleva años intentando aunar esos tres conceptos y bajarlos a tierra. Es decir, cómo hacer para que se adapten al día a día del ser humano que persigue activamente la felicidad, la belleza y el placer. En este artículo, en el que mezcla experiencia personal con visión internacional, nos habla de que otro tipo de residencias es posible. De hecho, han sido ya un éxito en Holanda justo por no olvidarse de la capacidad de disfrute de sus residentes. Ya hemos conseguido vivir más, ahora vivamos mejor.
Mi abuelo, como muchas personas de su edad, tenía una enfermedad de corazón. Recuerdo que en Navidad cuando nos sentábamos a la mesa llena de exquisitos manjares y no peores caldos, su mujer y sus hijos comenzaban una batalla con él para evitar que se sirviese más vino o que probase esas suculentas grasas que adornaban la mesa, todo claro por cuestiones de salud. Curiosamente todos los nietos estábamos compinchados con él y, cuando nadie miraba, le servíamos algo de vino o le dábamos dulces a escondidas.
Sus argumentos eran muy convincentes ya que, a su modo de ver, era muy injusto que a su edad, 95 primaveras, se le privase de disfrutar de los pequeños placeres de la vida. Él prefería morirse antes pero feliz.
También le pasaba a la abuela de un amigo. El día que se quedó viuda, a la tierna edad de 93 años, reunió a sus nietos y les pidió que por favor le llevasen de fiesta a probar drogas y alcohol fuerte, ya que en su vida, feliz y plena, nunca había tenido la oportunidad de poder probar esa experiencia y no quería perdérsela. Por otra parte un amigo upper que dejó de fumar hace ya 17 años, me dijo hace poco que en cuanto cumpla 92 años piensa volver a hacerlo.
Estas anécdotas intentan ilustrar que, para muchas personas, el avance de la edad supone o debería suponer un avance en la libertad de decidir sobre su propio bienestar personal, que no suele coincidir con lo médico-saludable.
Si por un momento intentásemos imaginar en qué lugar podríamos fumar, beber alcohol o hacer cosas no saludables a esas edades, el único que existe en nuestro país es nuestra propia vivienda, donde bajo nuestra responsabilidad podríamos saltarnos todas las prescripciones médicas.
Pero si por nuestra situación tuviésemos que cambiar de modelo habitacional, por ejemplo a una residencia, sería impensable que estas acciones sucediesen de manera legal, ya que en estos lugares la prioridad del bienestar médico-sanitario está por encima del bienestar personal y por supuesto ciertas conductas no estarían permitidas ni por los profesionales ni por las familias.
Por tanto, si una persona quiere mantener el control de su vida por encima de todo y necesita ayuda externa para poder hacerlo, la única solución posible sería contratar personal dentro del propio domicilio si es que se lo puede permitir.
En Holanda, sin embargo, existe un grupo de residencias llamado Humanitas, que son modelos de referencia. Lugares donde las personas llevan el control pleno de sus vidas a pesar de sus limitaciones y donde la 'felicidad' del residente está por encima del bienestar médico. Su modelo se conoce como la cultura del sí.
En realidad se trata de un complejo de apartamentos sin barreras arquitectónicas de 72m(2) de superficie mínima, con una serie de servicios asociados a ellas, donde puedes vivir de alquiler o comprarte uno.
Cuentan además con una 'plaza del pueblo' cubierta, que es una gran zona comunitaria dividida en muchos espacios en la planta baja, bar, sala de fumadores, granja, jardín, supermercado, restaurante, museo de la memoria, salón de belleza, tienda de ropa, tienda de artículos de lujo, guardería, club de bridge y también servicios médicos.
Estos servicios no ocupan un lugar central ni el personal sanitario lleva bata ni hay carteles con normas ni el mobiliario parece el de una institución ni hay luces fluorescentes. Su aspecto dista mucho de entorno sanitario, sino que se parece a un desarrollo de vivienda social como otro cualquiera de la ciudad lleno de gente de todas las edades.
En él no solo se puede consumir alcohol y fumar, sino que se anima a las personas a bajar al bar y a relacionarse con una copa de vino. En el restaurante se sirven menús realizados por un grupo de chefs de renombre a precios muy razonables, y en el supermercado se puede comprar cualquier cosa para la vida diaria, incluidos condones, tabaco y alcohol.
Sus residentes son todos personas vulnerables, aunque no todas necesitan atención intensiva, lo que significa que no son todos personas mayores sino que las hay de todas las edades a las que se les ayuda a vivir sus vidas a su manera tan independientemente como sea posible, e integrarlas completamente en la vida social mezclándolas al máximo.
Esta mezcla se extiende a todo el entorno, ya que el centro está abierto a la comunidad. El 'truco' consiste en ofrecer precios muy razonables en el restaurante, un buen fisioterapeuta, un supermercado que puede utilizar el vecindario, una peluquería y salón de belleza también abiertos a la comunidad, un café de internet; un club de bridge e incluso una guardería para la comunidad.
Este modelo de residencias, que tiene tantos detractores como fans, son el proyecto personal de un economista visionario Hans Becker, que en 1992 se convirtió en presidente de la Junta Directiva de la Fundación Humanitas. Para realizar este modelo de éxito, Becker tomó como punto de partida su rechazo frontal a las residencias convencionales, a las que él llama 'islas de la miseria', donde solamente existen personas dependientes que son tratadas con condescendencia.
Para él, esa combinación de reglas draconianas con un enfoque concreto en la enfermedad y la degeneración lo único que consigue es robar a las personas su independencia. Y, al conceder la máxima importancia a las cuestiones médicas, normativas e higiénicas, también la imagen positiva de la vida desaparece.
Por ello, Becker decidió deshacerse de la obsesión médica con la mala salud y el deterioro y centrarse en la consecución de lo placentero de la vida que todavía se pueda disfrutar. Para ello decidió aplicar una nueva filosofía del cuidado: la felicidad como objetivo final y la cultura del sí como vehículo para alcanzarla.
"Te quejas a la enfermera de que tienes una rodilla mal. Vas al médico, que cuesta 1 euro por minuto. Vas al fisio, que cuesta 75 céntimos por minuto. Cuatro horas gastando dinero y aún te duele la rodilla, por supuesto que sí: eres viejo. Pero si pongo un gato en tu rodilla o si pasas cuatro horas en el bar, no estás pensando en tu rodilla. Este es un modelo de negocio convincente. Los camareros son más baratos que los médicos", explica el holandés.
Su tesón férreo en perseguir la independencia hizo, por ejemplo, que bajase la tasa de suicidios (la eutanasia es legal en Holanda). Es decir, pasó de uno cada tres meses a uno cada diez años. También pasó, si hablamos de su propia cartera, de tener pérdidas a un beneficio de 54 millones de euros, que fue reinvertido en parte en la renovación, la decoración y las nuevas viviendas.
Esto lo consiguió aplicando cuatro valores fundamentales:
El primero es 'sé tu propio jefe', que no es otra cosa que mantener el control sobre vida en la medida de lo posible. El segundo es 'o lo usas o lo pierdes', lo que significa que debes centrarte en lo que aún funciona y olvidarte de lo que no. El tercero es poner mucha atención a 'familia extendida', es decir, un gran círculo de empleados, familiares, parientes, vecinos y amigos que participan en el cuidado y servicios. Y el último es 'piensa en las posibilidades', o lo que es lo mismo: centra el énfasis en las cosas divertidas de la vida. Por ello los empleados tienen una actitud positiva y benevolente, y tratan, dentro de las posibilidades de la organización, de responder lo más posible los deseos individuales.
Si en algún momento tuviésemos que mudarnos a otro lugar por necesitar ayuda, ¿no preferiríais un lugar así? Habrá que hacer algo parecido en España.