Un 42,6% de los hombres españoles sufre alopecia. Somos el segundo país del mundo en calvos, después de la República Checa. Puede que algunos estén felices, pero no es lo habitual: el 62% dice que afecta su autoestima, según un estudio de 2005 realizado por dermatólogos de España, Italia y Alemania. Piensan los encuestados que les resta atractivo, que tiene efectos negativos en su vida social y lo ven como una desagradable señal de que se están haciendo mayores, lo que en un considerable porcentaje (un 21%) conduce a la depresión. Es comprensible, por tanto, que intenten buscar modos de sentirse mejor.
Uno muy extendido es el práctico rasurado, que confunde a quien lo ve: no sabe si es producto de una alopecia o una decisión estética. Los microinjertos se han popularizado, sobre todo después de la agresiva campaña de precios bajos de las clínicas turcas. Otros calvos se decantan por una versión hipermoderna del peluquín, indetectable y semipermanente. Pero existe una alternativa menos conocida con la que sus usuarios están más que satisfechos: el tatuaje en la cabeza. Es el recurso que eligió el actor Vin Diesel (53). En realidad, su denominación técnica es micropigmentación capilar. Consiste básicamente en tatuar puntitos en el cuero cabelludo que emulan el aspecto del cabello recién rapado.
Es lo que lleva en la cabeza Roberto (46). La pérdida de pelo que empezó a notar a los 23 años no le llenó de alegría. "No he tenido complejo —nos cuenta—, pero un día, estando en una cena con amigos, uno de los cuales estaba perdiendo mucho pelo, el resto estaba de broma con él: '¡Dertycia!', '¡Ahora va a pagar el calvo!'. Es como que las bromas hacia los calvos están aceptadas y deben ser bien recibidas. Sin embargo, nunca le dirías a una amiga: 'Venga, que hable la gorda' o 'Que hable a la que le falta un diente'. Yo no elijo que se me caiga el pelo porque me apetece y me parece superchulo; no. Las cosas que escapan a nuestro control son algo por lo que cualquiera puede sentir un complejo. Como la mujer que ha nacido con poco pecho o el que nace con estrabismo. Es genético. Pero la sociedad presiona y permite estas bromas. Y si una amiga me espeta: '¡Te has quedado calvo', y yo le respondo: '¡Y tú te has puesto redonda!', va a decir que soy un borde. ¿Por qué borde yo? Si tú has hecho una broma sobre mí, ¿por qué no puedo hacer lo mismo?".
Tampoco le agradaba desde un punto de vista estético. "Nunca me ha gustado el brillo que se hace en la cabeza", prosigue. "No me parece bonito. Estaba con amigos o en una comida de empresa, me hacía una foto y parecía que yo era como Dios, que me iluminaba. Quedaba como feo y como que te hacía un poco más mayor".
A los 27, decidió pasarse la maquinilla. "Prefiero eso a tratar de aguantar algo que es inevitable. Es como cuando una pareja se va a pique y dicen: 'Vamos a dejarlo antes de que sea peor'. Creo que me queda bien el pelo rapado. De hecho, he tenido un montón de parejas y cuando han visto fotos con el pelo más largo me han dicho: 'Pues te queda mucho mejor rapado'. Y es verdad que a mí me gusta mucho el aspecto rapado", explica.
Aunque satisfecho con su cabeza afeitada, no se conformó, y empezó a buscar otras opciones, lo que derivó en un peregrinaje por todo tipo de centros. "Detecto una acentuada tendencia a aprovecharse de la gente", recuerda. "Muchos hombres están desesperados, y en unas clínicas te animan a que te eches un champú que te venden ellos que te va a hacer crecer el pelo, en otras dicen que te van a dar una especie de vitaminas; me han llegado a contar que era por el sudor, porque hay gente que tiene la piel más grasa y obstruye el poro. Te venden un montón de tratamientos. Cuando ves que no surten efecto, te decides ya por un trasplante capilar. Dices: 'Ostras, he probado mil pócimas, pastillas, medicinas, cremas. ¡Nada funciona! ¿Qué hago?'. Y vas a por el trasplante capilar".
Receloso de lo que le ofrecían, se inclinó por rastrear foros de Internet para empaparse de experiencias personales de usuarios, a quienes daba más crédito. "Siempre he creído más en las opiniones de la gente que en las de quien me está vendiendo un producto. Empecé a buscar información en Internet acerca de los trasplantes capilares y encontré una clínica en Madrid que al parecer es de las mejores, que está en Alcobendas. Y me fui allí a preguntar. Me explicaron que la calvicie es un tema genético, asociado a la testosterona, y solo afecta al pelo de la parte de arriba de la cabeza. Por eso cuando te hacen un trasplante cogen el pelo de atrás, que no tiene esa deficiencia, te lo ponen arriba y no se va a caer nunca. Por eso también dicen que a partir de los 35 o 40, como estés es como te vas a quedar. ¿Por qué? Porque tus niveles de testosterona van a ir en disminución".
"Cuando me comentaron todo esto, pensé: 'Si me hago esta operación, todavía puedo seguir perdiendo pelo'. Le pregunté a la doctora el precio y me indicó que tendría un coste de unos 12.000 euros. Entonces le dije: 'Bueno, yo lo que quiero es raparme'. Y respondió: '¿Y te vas a operar para raparte? ¿No vas a dejarte el pelo largo?'. Le expliqué que a mí lo que me gusta es que se vea el tono oscuro, como que tengo pelo; lo que quiero es que se vea densidad en la cabeza. Y ella dijo: 'Veo absurdo que te operes y te gastes 12.000 euros cuando vas a raparte la cabeza'. Evalué y pensé, primero, que no era el momento, porque no había alcanzado el punto máximo de pérdida de pelo, y segundo, que a lo mejor el coste era muy alto para luego raparme".
"Un día, quizá porque Google guarda tus búsquedas, me aparece en redes un artículo sobre la micropigmentación. Empecé a leer en foros y me encuentro con que en España es una técnica que por entonces no estaba muy desarrollada. Te cobraban alrededor de 3.500 euros y la calidad era muy mala, porque el punteado era bastante grueso. Al final parecía más algo que me había hecho yo en mi casa que algo que realmente diera el pego. Imagino que ahora habrá mejorado", añade.
"Seguí leyendo y encontré en un foro que hay una persona que es como el Messi o el Cristiano Ronaldo de esto, que está en Milán. Empecé a ver imágenes y pensé: 'Esto no es real, es imposible'. Porque era un cambio. Ese tío para mí es un artista. Lo que desarrolló es una técnica en la que llega a copiar hasta el sombreado de la propia raíz del pelo. Es mucho más natural".
No fue hasta 2017 cuando tomó la decisión de tatuarse el cráneo. La gente de su entorno temió un resultado desastroso e irreversible. "Me decían: 'Tú estás mal de la cabeza, te vas a tatuar, como salga mal se va a ver horrible'. Yo estaba superconvencido, no tenía ninguna duda. Desde la clínica me mandaron un montón de fotos, en alta definición, para que pudiera ampliarlas y ver el poro; vi comentarios de gente que había ido a Milán, hablé con esta persona y lo tenía todo completo. Tiene gente que le contrata en París y se va a París a hacerlo; también a Barcelona. Es un tío bastante joven, y es un máquina. Dije: 'Tiene que ser real'. Era un trabajo que estaba muy bien documentado y en los foros la gente hablaba maravillas en cuanto al resultado, al trato… Y eso fue lo que me animó".
El proceso de Milán duró una jornada completa. El primer paso fue dibujarle, a modo de boceto, el sombreado que mejor quedaría de acuerdo a sus facciones. Se trataba de decidir la forma de las entradas y hasta dónde llegaría la línea sobre la frente. Una vez pactado, llegó el momento de la aguja y la tinta; las últimas horas se dedicaron a dar densidad.
Mirko Bruscaini, el Michelangelo Buonarroti en cuestión, nos aclara las diferencias con un tatuaje normal: "Principalmente cambia el tipo de pigmento, la cantidad de agujas utilizadas y la profundidad de penetración de la aguja. "Experiencia, gusto estético y excelentes habilidades manuales" distinguen según él un óptimo resultado de una chapuza. En su centro (Men's Ink) también proporcionan tratamientos temporales, para los indecisos.
A Roberto no le resultó especialmente doloroso: "Puede ser algo más o menos molesto. La verdad es que en la primera visita fue bien. La sensación en algunas zonas es como la de un lapicero al que le han sacado punta y te están todo el rato dando golpes, y llega un momento en que la zona se resiente y se vuelve más sensible. No hay anestesia, pero te va dando un jabón que hidrata y refresca. Lo aguanté bastante bien. La última vez lo pasé peor y tuvimos que hacer varias paradas".
Comparados con los 12.000 euros que estuvo a punto de gastarse en un microinjerto, los 1.200 euros que pagó en Milán le parecieron "un regalo", asegura (actualmente el precio ha ascendido a 1.800 euros). Cada cierto tiempo regresa para hacerse retoques. "La tinta es permanente, pero, como todo tatuaje, debido al sol puede ir bajando su intensidad. Por eso se recomienda que cada dos años te hagas un repaso, que cuesta 200 euros. Es como un coche: cada dos años, revisión. Me cojo un avión a Milán, que me cuesta 70 u 80 euros, porque hoy en día los vuelos son baratísimos. Me hace un repaso, me vuelvo y estoy dos años tranquilo".
Nadie se lo nota. "A la gente que sabe que me lo he hecho le digo: 'Te invito a que encuentres un fallo'. Y es imposible. He llegado a decir: 'Coge una lupa si quieres'. Te juro que no lo encuentran. He llegado a quedar con chicas y me han dicho: '¿Sabes que hay gente que se tatúa la cabeza?', y les contesto: '¿En serio? ¿Eso existe?'. El otro día fui al taller y me dice el tío: 'Joder, con la de calvos que hay y tú que tienes un pelo de puta madre ¿te lo rapas? ¡Ojalá tuviera yo tu pelo!'. Y me pasa muchísimo. Es verdad que como ya estaba rapado de antes, nadie percibió el cambio. Nadie se ha dado cuenta nunca. Cuando he anunciado a compañeros de trabajo: 'Tengo que ir a Milán para un repaso de la micropigmentación', me han dicho: '¿Pero tú te hiciste eso?".
"No es algo que de primeras revele; no digo: 'Hola, me llamo Roberto, que sepas que tengo micropigmentación'. Lo cuento depende de a quién. Pero si alguien me pregunta, lo digo, porque a mí me habría encantado que alguien me hubiera dicho que esto existe. Creo que es algo que si se conociera más, habría mucha gente con menos complejos. Y es accesible. Hay cosas que son solo accesibles para la gente que tiene pasta: 12.000 pavos…, joder, son muchos euros. Ponerse pecho una mujer son 6.000, pero es que un trasplante son 12.000. Y hay gente a la que seguramente todos los días en el trabajo le llamarán 'el calvo'. Es algo a lo que estás más expuesto y encima es lo más caro que hay. Hay que elegir bien dónde se realiza: he visto a gente que se lo ha hecho en otros centros y parece que han cogido un Edding negro y le han dibujado puntitos".
Como cualquier otra técnica, requiere de cuidados y precauciones, más allá de la puesta a punto bienal. "Me rapo cada dos días. Es una cosa que ya hacía antes. Hay que raparse de una manera especial con la cuchilla, hacia abajo en la parte de atrás y hacia delante en la parte de arriba, intentando no ir a contrapelo para que no quede al cero sino igualado con la parte tatuada. Después me aplico una crema de aloe vera, igual que cuando te afeitas. Si hay mucho sol, conviene llegar gorra, porque puede atenuar el color; aunque yo siempre he llevado gorra y he hecho colección". ¿Qué ocurre cuando el cabello pintado es oscuro y el natural se va volviendo gris con los años? "Él tiene diferentes tintes. Si vas teniendo canas, te las va poniendo", añade Roberto.
Esta técnica tiene muchas cosas positivas pero implica la obligación de llevar el pelo rapado toda la vida. Roberto no se ve abocado al rasurado: "Quizá más adelante me haga el injerto capilar: no sé si con 60 tendré ganas de raparme cada dos días". Posiblemente eso constituya el principal inconveniente de la micropigmentación con respecto a otras soluciones. Como señala Mirko Bruscaini, "el microinjerto tiene límites enormes en los casos en los que la calvicie es muy extensa, por lo que la única solución sigue siendo la micropigmentación. Cada solución tiene sus pros y sus contras, pero esta es la solución más rápida y eficaz en este momento".
Roberto no cabe en sí de gozo con su cabeza entintada. "Es de las mejores cosas que he hecho en mi vida", declara. "Si lo examinas de cerca, ves puntito por puntito y el sombreado. Es una locura, de verdad. Es algo con lo que estoy superfeliz. La gente te ve más joven, te ve mejor… Justo lo que quería, que era quitarme esos brillos, me los ha quitado. Me ha dado densidad pero sigo teniendo el mismo aspecto rapado que no quiero perder. Y además me he ahorrado más de 10.000 euros con respecto a una operación".