Pese a que en Uppers defendemos la cultura del disfrutoneo, y en ella se enmarcan los aperitivos y las tardes con amigos, es cierto que el alcohol es una de esas cosas que conviene consumir con moderación. Más aún si quieres bajar los kilos extra que te has puesto encima durante las fiestas. La alimentación y el deporte son el tándem perfecto según los nutricionistas, pero también hay que tener mucho ojo no solo con la comida sino con la bebida. Uno de los problemas que tienen las sustancias con graduación alcohólica es que están llenas de lo que conocemos como calorías vacías, es decir, de energía que no contiene ni nutrientes ni minerales. Pero, además, tiene un efecto en el cuerpo que quizá no conocías. Te lo contamos.
Habitualmente, cuando ingerimos un alimento, el cuerpo lo primero que digiere son los carbohidratos, sin embargo, con el alcohol, dada su naturaleza tóxica no pasa eso. Una vez que entra en nuestro organismo, supone un esfuerzo extra para el sistema digestivo que prioriza su eliminación y se centra en quemarlo, minimizando el uso de otras fuentes.
¿Y eso qué significa? Pues que, por ejemplo, aparezca la temida tripa cervecera, que suelen acumularse en el abdomen, para conseguir procesar el alcohol y así eliminarlo. Para que te hagas una idea, si con tu copa comes algo, la absorción de los nutrientes de esa comida se reduce considerablemente ya que el organismo está tan centrado en eliminar el alcohol del cuerpo que no da más de sí. Por lo tanto, el efecto principal del alcohol es reducir la cantidad de grasa que tu cuerpo puede quemar para obtener energía.
A esto hay que sumarle que son bebidas muy calóricas, que, además, solemos mezclar con zumos o refrescos, lo que dispara todavía más la suma. Dentro de las opciones, lo mejor siempre será elegir una cerveza sin, que tiene unas 100 calorías por botellín o una copa de vino tinto o blanco seco, que aporta unas 120. Otra opción es mezclar las bebidas de alta graduación con agua o agua con gas.
Además, también interacciona con determinadas hormonas que están involucradas en el metabolismo. Cuando funciona de forma normal, se libera una cantidad determinada de estas en el momento exacto y los tejidos saben cómo responder a ellas, pero con el alcohol ese engranaje deja de funcionar. Por ejemplo, el consumo elevado de alcohol se asociada con la hormona cortisol que es una de las que están ligadas al aumento de peso, aunque los científicos, de momento, no son capaces de determinar cuál es la cantidad exacta de alcohol que se necesita.
Por otro lado, influye de forma negativa en la leptina, que es la encargada de generar la sensación de falta de apetito cuando estamos llenos y produce que tengamos la necesidad de ingerir mucho más para alcanzar la sensación. A esto hay que sumarle que también provoca hambre, lo que hace que a las calorías vacías sumemos más provenientes de alimentos. Esto ocurre porque estas bebidas disminuyen los niveles de azúcar en sangre, aunque te resulte sorprendente, y eso se traduce en la apetencia de comidas ricas en carbohidratos y azúcar.
Además, de acuerdo con un reciente estudio, el alcohol afecta a las áreas del cerebro que regulan el hambre y, por eso, en las resacas apetecen más alimentos calóricos, como una hamburguesa, antes que un zumo verde.