El relato Keith LaMar, de 52 años, es la desgarradora crónica de una muerte anunciada que aún se podría burlar. Ha pasado sus últimos 29 años en el corredor de la muerte de una prisión de máxima seguridad en Ohio (EEUU) y su ejecución está prevista para el 16 de noviembre de 2023. El músico Albert Marquès está convencido de su inocencia y cree que todavía hay tiempo de actuar. Compositor, pianista y profesor, este joven de Granollers (Barcelona), nos cuenta todos los detalles desde Nueva York, donde reside desde 2011.
Está casado con la escultora estadounidense Mia Pearlman y es padre de dos hijos. Su implicación en el movimiento Black Lives Matter, surgido a raíz del asesinato de George Floyd, le llevó a conocer la historia de LaMar. El pianista Brian Jackson, su vecino en Brooklyn, habló de ello en un podcast y Marquès impulsó inmediatamente una campaña con la que trata de detener su ejecución.
Convenció a 25 músicos para tocar e instaló la orquesta en una plaza de Brooklyn. Fue su primer concierto reivindicativo. "La voz de LaMar, grabada en la celda, se escuchaba a través de la megafonía para introducir cada una de las diez piezas de jazz que él había seleccionado. En un segundo concierto, en Manhattan, él mismo recitó un poema y nosotros tocamos en vivo. La relación se fue estrechando por mail y por teléfono", explica.
Durante su último viaje a España, Marquès decidió grabar un video. LaMar recitaría la letra de 'Tell'em the truth' desde la prisión a través de videollamada y el pianista y sus músicos tocarían en directo desde su estudio. Finalmente, se convertiría en la apertura del disco 'Freedom first', que se lanzó en febrero en las plataformas digitales. "El jazz volvía así a su origen subversivo y reivindicativo".
El pianista comparte con Uppers una parte de esas grabaciones en las que a las palabras de LaMar se van sumando las notas sincopadas de diferentes instrumentos. Con su voz, aunque lánguida, celebra la vida, a pesar de que desde hace 29 años sus días transcurren en una pequeña jaula sin ventanas. "¿Cómo he sobrevivido sin perder la cabeza? Con música", dice en su recital. Cuando ingresó en la cárcel era un animal herido y terriblemente angustiado, camino "de una perdición definitiva". Fue un compañero de prisión, un anciano llamado Snoop, quien le enseñó el poder curativo de la música. "A él le debo mi cordura. Me dio los medios para sublimar mi dolor y las herramientas para reconstruir mi mentalidad".
Mientras viva, no dejará de escribir y de recitar. Es el modo que ha encontrado de afrontar su destino y en la palabra se considera un artista. "La música que están a punto de escuchar sale del reino de lo imposible. Es mi última voluntad y testamento, la encarnación de todo lo que he soportado, aprendido y conquistado", se escucha en 'Freedom first'.
Agradece la valentía y la visión de personas que, como el músico catalán, creyeron en este proyecto. "Mi amigo y hermano, Albert Marquès, que me acompaña al piano en este momento, es el más importante de estas almas intrépidas. Sobre el papel, él y yo no deberíamos tener nada en común. Al fin y al cabo, hablamos idiomas diferentes y venimos de dos mundos muy distintos en los que existen barreras que no siempre son fáciles de superar. Pero la música es un puente y basta con abrir nuestros corazones y nuestras mentes para poder comprender las complejidades que constituyen nuestra humanidad compartida. ¿No es así, Albert?"
Desde Nueva York, Marquès nos resume la historia que llevó a este hombre al corredor de la muerte. LaMar cumplía, desde los 19 años, una condena de 18 años de prisión por un delito de asesinato que cometió en una reyerta por un asunto de drogas. En 1993 un motín carcelario de varios días durante la Semana Santa de 1993 acabó con la muerte de nueve personas. A él le imputaron cargos por cinco asesinatos y un jurado popular compuesto de gente blanca le declaró culpable, a pesar de que ninguna de las pruebas le conectaban con los crímenes. Un documental grabado en 2014 corrobora que se retuvieron hasta 190 páginas de pruebas exculpatorias.
Él mantiene su inocencia y desde la cárcel lamenta que su historia es la de millones de africanos que primero fueron tratados como esclavos y ahora como parias de una sociedad que clama venganza y necesita encontrar culpables de modo urgente y abusivo. Esto le permite entender que lo que le tiene encerrado es la continuación de una lucha de siglos contra la opresión y la codicia. Cree que su aislamiento carcelario no será muy diferente a cómo debieron de sentirse los antiguos esclavos que llegaban confinados en la bodega de los barcos.
Las estadísticas le dan la razón. En EEUU, la posibilidad de recibir una sentencia de muerte es cuatro veces mayor para un afroamericano que para un blanco por un delito similar. Y por cada ocho personas ejecutadas, al menos una es inocente. El racismo impregna todas las etapas del sistema legal y penal. LaMar cuenta que creció en The Village, un pequeño barrido al este de Cleveland, rodeado de hijos y nietos de esclavos que trataron que sus descendientes se criasen sin saber la verdad para no alimentar el odio.
Después de ser condenado a muerte por algo, que según insiste, no hizo, entiende que tal vez la vida no está hecha para ser justa, sino para vivirla. ¿A quién le podría importar la verdad en un país en el que un hombre negro "puede ser asesinado por el simple hecho de correr por la calle o estar en una acera"?
La melodía se va acomodando al tono quejumbroso con el que narra las vivencias y reflexiones con los que se va armando 'Freedom first'. "Jamás un preso había hecho algo así, grabar un disco desde el corredor de la muerte vía Zoom mientras los músicos tocan desde sus estudios. No ha sido fácil. Hay muchos problemas logísticos y técnicos, cortan la conexión o cada pocos minutos una voz grabada interrumpe", explica Marquès.
El jazz le está salvando a LaMar de la desesperación. Con nueve años ya escuchaba esta género, gracias a discos de BB King, Marvin Gaye y otros grandes referentes que encontró en un coche abandonado. "El jazz -dice- es el documento sangriento de la inhumanidad del hombre y de su superación". En su celda, cuando había perdido toda esperanza, encontró en el disco 'A Love Supreme', de John Coltrane, la forma de aliviar su dolor. "Me dio la fuerza y la motivación para continuar luchando".
Empezó a recibir libros y discos que llegaban de todas partes del mundo -de Miles Davis, Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan, Nina Simone…- e hizo con ellos su rezo particular, un modo de sentirse cerca de Dios. En su cabeza, el golpe del platillo le suena al sonido de una ola; la caja a latido del corazón; el bajo a la salida y la puesta del sol; el piano a soplo del viento; y la trompa al "grito espeluznante de alguien atrapado en un sueño enloquecido". Cuando todos los sonidos se juntan, escucha la voz del creador.
Ahora que su voz está en la calle, le vienen las palabras de su abuela cuando le prometió que la verdad saldría a la luz. Ha pasado casi 30 años sin tocar un alma y daría lo que fuese por volver a tumbarse sobre la hierba con su familia. Le aterra pensar que nadie puede oírle cuando está ahí, pero al menos la música le ha devuelto las emociones y le permite sentirse un ser humano por encima de su condición de condenado a muerte. Por su parte, Marquès no parará hasta conseguir reabrir el juicio. El camino de LaMar hasta la Corte Suprema puede ser muy largo y a través de su plataforma Justice for Keith LaMar quiere recabar recursos.