Los amigos son la familia que se escoge. Esa que te hace sentir ‘casa’ solo con el simple hecho de compartir tiempo y espacio. Nace en un instante determinado, un ideal común, valores similares, cariño, respeto… se trata de una relación desinteresada y generosa en la que se comparten éxitos, alegría, penas, en definitiva, todo. Reciprocidad e implicación. El problema viene cuando alguna de estas dos cojea.
A estas alturas de la vida, seguro que te has llevado alguna desilusión y el luto por una amistad es aún más, si cabe, duro que el de un amor frustrado o perdido. Con una pareja hay muchos factores que pueden hacer que vaya mal, pero cuando hablamos de amistad pensamos que es para toda la vida y, si eso no pasa, el desengaño es una de las cosas más doloras que pueden ocurrir.
Las personas vamos cambiando con el paso del tiempo a raíz de factores externos que muchas veces son ajenos a cada uno. Por eso, las amistades tóxicas no suelen comenzar desde el principio, sino que se vuelven así poco a poco, complicando la manera de identificar los comportamientos dañinos y alejarse de ellos. Uno de los grandes problemas, de hecho, es darse cuenta de que la mera presencia de alguien que ha sido cercano a ti ya no te aporta nada, pero, además tienes una cierta dependencia emocional que nos hace muy difícil distanciarnos, incluso cuando empiezan a darse situaciones en las que nos hieren, nos juzgan, nos rechazan o nos humillan.
No solemos darnos cuenta, pero llega un momento en el que nuestro estado de ánimo y nuestras sensaciones físicas después de estar con esa persona no son las mejores. De acuerdo con los psicólgos de TherapyChat, “en una amistad tóxica, no es tan importante observar los comportamientos rutinarios como tener en cuenta el efecto que generan en nosotros a posteriori y que, generalmente, suele estar protagonizado por una sensación de malestar en la que se presentan como habituales los sentimientos de ira, agresividad, irritación o tristeza”, nos explican.
Suele costarnos, pero pasado un tiempo, estas compañías empiezan a generarnos cierto rechazo o incomodidad y, totalmente involuntariamente, la amistad inicial empieza a cambiar. “En este punto conviene aprender a identificar estas sensaciones y sus causas para poder realizar una gestión de las emociones que nos permita tomar decisiones apropiadas”.
Cuando tengamos claro que este tipo de amistad nos resta más de lo que nos suma, es el momento de romper la relación. Lo primero que debemos hacer es mejorar la comunicación y fomentar una conversación para examinar el problema. “Hay que tener en cuenta que no existe una solución única y es importante valorar en cada caso la circunstancia y el tipo de relación existente para, de acuerdo a ello, escoger la mejor solución. Lo primero que se debe hacer es hablarlo con la persona directamente. Es muy posible que en este caso aún no se haya percatado del problema o que la causa de su comportamiento esté justificada por una situación personal”, apuntan en TherapyChat.
Además, es muy importante reflexionar sobre nuestras prioridades y ser capaces de hacer autocrítica para entender por qué tendemos a estas relaciones. “Debemos pensar qué queremos de una relación de amistad y si nuestros comportamientos se están relacionando con lo que queremos recibir. De esta manera puede que se reciban personas en nuestra vida que aporten más valor”.
Por último, hay que aprender a poner límites y entender que “este tipo de relaciones son generalmente eventuales y que se iniciaron por una simple cuestión de necesidad. Por lo tanto, lo más sano en muchos casos es poner punto y final. Una retirada a tiempo es una victoria”, concluyen los psicólogos.